Skip to main content

Etiqueta: coaching

Ante el miedo: movimiento.

Que levante la mano la que no se haya visto bloqueada, totalmente paralizada por el miedo. Un miedo tan enorme como invisible, que te invade y te abate. Tienes miedo a pensar, a decidir, a ser, a hacer. Le tienes miedo hasta al miedo. No quieres ponerle nombre al miedo, por si se hace más grande. No concretas cómo se llama en esa indecisión tuya, con lo que el miedo engorda y crece. No sabes dónde nació el miedo y no alcanzas a ver dónde acaba.

Tu miedo, ya te lo digo yo, nació en las cavernas, dentro del coco de tus antepasados, que sobrevivían gracias a un cerebro diseñado para tener miedo, para estar en alerta constante ante los bicharracos antropófagos y las miles de enfermedades sin solución alguna. Has heredado ese cerebro y lo que a ellos les salvaba la vida, a ti te la jode a base de bien.

Pendulamos entre el miedo al rechazo, el miedo a qué pensarán los demás, el miedo a la incertidumbre, el miedo a la soledad. Hay un miedo especialmente peligroso: el miedo al cambio, por mucho que, paradójicamente, seamos cambio. El miedo nos ancla al suelo sin dejarnos progresar, y la vida va de avanzar, de convertirte en otra que te mole más, cada día, cada minuto. Evolución, descubrimiento, aprendizaje, curiosidad. Libertad lo llaman algunos. Quiero saltar, pero me puede el vértigo. Me siento inquieta, nerviosa, acojonda perdida. Enfadada conmigo, incluso.

A veces, el pánico llega porque estamos mirando el problema demasiado de cerca: un matrimonio en el que ya no soy feliz, un trabajo que me hastía, una ciudad que no es mi escenario ideal, una amistad que hace tiempo que no lo es, un lo que sea que ya no quieres. Sumida del todo en mi minúsculo ecosistema no puedo definir dónde acabo yo y dónde empieza él. Siento que el miedo soy yo. Todo es miedo. Y quiero salir de aquí.

No es que no pueda más, es que no quiero más.

Porque, lamentablemente, el humano puede mucho, es capaz de aguantar cosas que le hacen insoportablemente infeliz. Tu desasosiego está tan próximo que no eres capaz de analizarlo. ¿Y si elevaras el dron? ¿Y si fueras capaz de observar la verdadera dimensión de tu problema en la inmensidad de los problemas de la inmensidad de humanos? ¿Y si colocaras tu problema en el lugar que le corresponde en tu ancha y larga vida? Distancia, amiga, distancia.

¿Y si dejaras de masticar el problema, porque ya se te ha hecho bola? ¿Y si lo escupes y ahora te concentras en buscar la solución? ¿Y si miras a otro lado y al mismo tiempo miras dentro? ¿Y si dejas de rebozarte en la que ya no quieres y empiezas a proyectar lo que sí deseas? Autoconocimiento, amiga, autoconocimiento.

Ojalá tuviera yo el antídoto para le miedo paralizante, pero no. Aunque me huelo que la acción espanta a la bestia. Cuando el canguelo te agarre los tobillos y te cuente que aquí tampoco se está tan mal, múevete. Déjalo atrás, no te creas su mentira, esa que te cuenta que lo que te espera al otro lado es el vacío, el peligro.

El movimiento es curativo, ¿pero, hacia adónde camino? me preguntarás. Hacia algo que te guste, que te eleve. Ahora toca aprender cosas nuevas. Invéntate lo que está por venir.  No tienes que saber lo que es, tienes que decidirlo. Planea, inventa, divaga, fantasea. Y camina. Con el coco y con el cuerpo.

Cuestiónate y cuestiona todo lo que te han enseñado sobre el miedo y sobre su supuesta antagonista: la seguridad. Disecciona las teorías que te cuentan que la seguridad vienen de un trabajo fijo, de un sueldo fijo, de una pareja fija, de una casa fija, de una opinión fija, de unos amigos fijos, de una vida fija. Decide si lo único seguro es lo inamovible. Si lo inamovible te hace feliz. Si el miedo, quizás, es la causa de la inmovilidad y también su consecuencia.

Si quieres ser feliz, hazte preguntas.

Como coach, me paso la vida haciéndoles preguntas a mis coachees y también a las alumnas de mis cursos. Como persona, el descubrir la importancia de preguntar y preguntarme, me ha cambiado la vida.

En cuanto a nuestras relaciones, el manido “¿Cómo estás?” toma una nueva dimensión cuando lo preguntas con intención, con interés, con cariño, con ganas de escuchar. Si no lo sientes así, mejor sustituirlo por un “Buenas tardes, te veo bien”, vaya a ser que el de enfrente se sienta con la necesidad de desahogarse. Porque ojo, si nos interesa todo el mundo, quizás no nos interese, en realidad, nadie. El que mucho abarca, poco aprieta, de toda la vida de Dios. La energía y el tiempo son finitos, coloquémoslos en el lugar adecuado.

Y del sincero “¿Cómo estás?” al implícito “¿Qué necesitas?” Por si hay algo en lo que podamos ayudar. A veces, es simplemente escuchar, hacer de espejo, dar perspectiva o conversación. O proponer soluciones, agitar conciencias, arrearle una colleja al apalanque vital de un amigo.

El problema surge cuando estamos siempre dispuestas a preguntarle al prójimo, pero no hacemos lo mismo con nosotras. Es asombroso lo que una autopregunta puede simplificar la vida y, por ende, mejorarla. Qué revelador puede ser algo que siempre ha estado ahí, esperando a que lo destapáramos con una simple pregunta.

En la respuesta al cómo estoy, encontraríamos el reconocimiento de las emociones que estoy sintiendo en ese momento: estoy triste, asustada, alegre, enfadada. Solo identificando puedo manejarme, decidir qué hago con eso que me pasa.

Lo siguiente es qué necesito. Si estoy cansada, necesito descansar. Sí, sí, no mires hacia otro lado. Lo necesitas y, si lo necesitas, te lo procuras, porque no te mereces menos. Punto.

O alejarte de esa persona, cambiar de trabajo, aprender algo nuevo, mudarte, ponerte en forma, hacer un Marie Kondo a lo salvaje, respirar, organizarte mejor, quererte más, simplificar, cortarte el pelo, mirarte y verte.

Quizás necesitas ordenar: mente, casa, escritorio porque has descubierto que la maraña te ataca y ante la pregunta ¿Por dónde empiezo? Te has dicho que por el principio, por colocar cada cosa en su cajón, en el del armario y en el de tu coco. Lo que es dentro es fuera y muchas veces pasa lo mismo a la inversa.

Puede que al llegar al un lugar nuevo te hayas sentido a disgusto sin saber muy bien por qué. O al contrario, qué gustito esta casa, esta ciudad. Y te preguntas. Y te respondes. Recuerdas qué es lo importante para ti, todo eso que es imprescindible para que te sientas divinamente en tu propia piel. Lo que vienen siendo tus valores y tus principios.

Y, analizando tu posible desazón, te das cuenta de que esa gente que te rodea no tiene demasiado que ver contigo, porque grita, porque critica, porque lo importante para ellos no es lo mismo que para ti, porque no respetan el espacio que compartís. O porque el lugar al que has llegado no es bonito y a ti la belleza te da felicidad, o aborreces el calor o el frío y aquí te achicharras o te congelas. O lo que sea, pero solo a través de las preguntas lo vas a poder reconocer. Solo podemos gestionar aquello de lo que somos conscientes. Y todo eso que ignoramos nos controla a nosotras, así que cuántas más cosas saquemos de la trastienda, mejor.

Validar tus respuestas es otro de los pasos necesarios para avanzar, para pasar del lugar que ocupas a otro mejor. Cuando te dices que eso que necesitas es una chorrada, mal vamos; cuando te tachas de tiquismiquis o te excusas pensando que tampoco estás tan mal y que hay gente que está peor, no avanzas. También hay gente que está mejor, chavala, y sin duda lo han conseguido validando su voluntad, sus decisiones y sus criterios.

A la hora de ahorrarnos energía y frustraciones, preguntémonos si nuestro esfuerzo en tal asunto tiene alguna posibilidad de crear efecto. Seamos realistas y honestas, porque increíblemente no nos lo planteamos e, increíblemente, nos pasamos la vida dándonos cabezazos contra muros ajenos, pretendiendo que el de enfrente cambie su conducta, su manera de ser y comportarse, olvidándonos de que solo tenemos influencia sobre la persona que somos. Pero yo dejo la vida pasar, agarrada al “Soy perezosa, torpe, desafortunada”, viendo como imposibles proyectos que otras humanas como nosotras demuestran que son de lo más factible: ponerme en forma, llegar puntual, emprender, aprender inglés o divorciarse.

Otras preguntas útiles tienen que ver con los miedos, ¿de dónde viene mi miedo al fracaso?, ¿y mi miedo al qué dirán? ¿Quién me lo ha enseñado? ¿De verdad las posibles consecuencias de lo que sea son tan catastróficas?

Seguimos con las creencias, ¿Qué hechos empíricos demuestran que no soy capaz? ¿Y qué hechos demuestran lo contrario? ¿Hay alguien en mi familia que comparta esas mismas creencias sobre lo que una merece, sobre lo que es posible, sobre cómo se consiguen las cosas y sobre quién las consigue?

Vamos al color del cristal con el que veo la vida ¿Cuál es? ¿Me frena o me impulsa? ¿Conozco a gente que vea la vida de un color más bonito? ¿Qué puedo aprender de ellos? ¿Es mi actitud ante lo que me pasa la que más me ayuda a conseguir lo que quiero?

Y para ir acabando, la madre de todas las preguntas ¿Qué quiero? Porque difícilmente voy a conseguir algo que no deseo, que no sé lo que es. Es más, probablemente, más que encontrarlo, tengas que crearlo. Dejar de esperar para empezar a caminar. Una pista, eso que quieres de verdad te acerca al equilibrio, a la paz, a la estabilidad de la de verdad. No confundamos conceptos: hay gente muy centrada escalando el Everest o siendo funambulista, y gente muy desquiciada frente a un ordenador de ocho a tres.

El secreto es conectarte con tu esencia y, desde ahí, decidir y actuar. Darle al coco, pero para bien, no en un bucle que no lleva a nada. Análisis, creatividad y solución. Saber qué historia te has contado y cuál es la que te quieres contar a partir de ahora.

Muchas me preguntáis cómo saber lo que quieres. Ay, amiga, a veces no hay que saber, sino que decidir, pero no a tontas y a locas, sino después de haber buceado a tope en todo eso que nos hace felices y en todo eso que genera el efecto contrario. Para colmo de complicaciones, esos conceptos son cambiantes y esas marchas interminables que eran la felicidad absoluta a tus veinte, son el infierno a los cuarenta. La persona con la que querías estar a todas horas es una presencia insoportable unos años después. El trabajo con el que soñabas te hastía que no es ni medio normal. Y es que somos cambio. El truco es aceptarlo y navegarlo, saber por dónde sí y por dónde no. Simple, pero no fácil.

La respuesta siempre se esconde en la pregunta correcta.

Reaprender a relacionarme: simple, pero no fácil.

No podemos elegir lo que no sabemos que existe: repito esta frase cada día por varias razones. Porque, para mí, la felicidad radica en decidir, en elegir, y también en avanzar. Y no hay avance sin conocimiento, sobre nosotras mismas, sobre el mundo, sobre el producto de mezclar todos esos elementos.

La frase aplica a un vestido, a un sueldo, a una ciudad o a una manera de vivir y comportarse. Pasarse la existencia encerrado en uno mismo, en tu burbuja, en lo de siempre, en lo que ya sabes solo lleva a la ignorancia de una vida mejor al otro lado del muro. Al humano le encanta lo conocido aunque lo conocido le joda vivo. Le encanta aferrarse a su “Yo soy así” aunque eso le convierta en la mitad de lo que realmente es.

Los patrones en las relaciones no escapan a esta realidad. Nos tratamos y tratamos teniendo en cuenta lo que nos han enseñado, o mejor, lo que hemos aprendido. Si hemos aprendido dulzura y respeto en nuestra familia, así actuaremos. Si hemos aprendido gritos e imposición de poder, tiraremos por ahí, sometiendo o sometiéndonos. O nos enseñan que podemos decir que no, que hasta aquí, que a mí me hablas bien o dejaremos que nos vapuleen por los siglos de los siglos. O vapulearemos. O las dos cosas.

Lo que nos inoculan en nuestras familias, de pequeñas, determinará quiénes somos el resto de nuestra vida. Qué miedito, ¿no? Tranquila, falta la segunda parte: a no ser que descubras otras maneras de relacionarte y decidas aprenderlas, cueste lo que cueste, porque de todos es sabido que aprender un idioma es mucho más difícil a los cuarenta que a los cuatro. Difícil, pero no imposible. Las ganas todo lo consiguen, y la acción, claro. Nadie dijo que rebelarse no doliera.

El mecanismo es simple, que no fácil. Lo primero: interiorizar el hecho de que la mayoría de los “Yo soy” son en realidad “Yo estoy” o “Me han enseñado que soy”, un poco como la caverna de Platón: no veo todo lo que hay, así que me convenzo de que no hay. Lo segundo es estar dispuesto, querer cambiar, ser una esponja en todos los momentos de nuestra vida; olernos que esas sombras de la caverna me ocultan una verdad que quiero explorar, y echarle ovarios, porque la valentía es otro ingrediente indispensable en esto de cambiar, aunque sea para bien. Porque no todos están dispuestos a aceptar que vas a pirarte del lugar en el que te colocaron: pues tú verás si te acostumbras o te piras, en tal caso: ADIOSITO.

Paralelamente, es necesario generar un criterio que nos ayude a filtrar lo que sí nos gusta y lo que no (los gritos, el cariño, la tensión, la paz, la reflexión, el control extremo, la buena gestión), porque no todo vale. Y validar el criterio, claro, porque la inseguridad nos lleva a buscar aprobación ajena y eso es entrar otra vez en la rueda de hámster. Las opiniones son como los culos, cada uno tiene el suyo y el tuyo es tan divino como todos los demás.

Como siempre, la clave para mejorar está en la observación de esas conductas que nos gustan, que nos atraen más que la que hemos practicado hasta ahora: observamos a la que es ordenada porque eso le facilita la vida; a quien respeta; a quien considera a sus semejantes como semejantes y no como esbirros; a quien es capaz de gestionar sus emociones; a quien cumple su palabra; a quien crea belleza con su presencia, en su casa, en sus conversaciones; a quien es detallista y ofrece un regazo blandito y amable; a quien es educado en cualquier situación; a quien es capaz de decir que no y establecer límites. A las familias que se tratan como familia, y no como un enemigo a machacar.

Observamos y nos convencemos de que podemos ser así, porque queremos ser así, lo que pasa es que no lo sabíamos. Así que vamos a desgranar cada detalle de esas conductas: cómo se organizan, qué es importante para esas personas, qué es lo que siempre hacen y qué es lo que nunca, qué decisiones toman, sus porqués y sus para qués; podemos, incluso, hacerles preguntas, porque seguro que están dispuestos a ayudarnos. Nos contarán, seguramente, que les sale de forma natural porque así lo han vivido desde la cuna. Y nos daremos cuenta de lo importante que es transmitirles lo correcto a nuestros hijos, si los tenemos.

Una vez observado y desgranado todo ese mogollón de comportamientos que nos gustan y queremos implementar, solo nos queda copiar. Ojo, que no se trata de convertirse en otra, sino de reaprender y adoptar una postura vital que nos acerque a esa que queremos ser, a generar vínculos que sean vínculos y no guerras, y no ignorancia, y no Yo mando y tú obedeces, y no competición. A un camino que tenga que ver con lo que es realmente importante para mí y que he ignorado hasta ahora porque me contaron que solo había una manera de vivir y relacionarme, una que me convertía en esclava de esquemas ajenos, que me obligaba a someterme a designios que no tienen nada que ver conmigo.

Ya va siendo hora de conquistar la libertad, querida.

     

Las cosas por su nombre

El lenguaje está directamente relacionado con nuestros procesos mentales, con cómo conceptualizamos nuestro entorno y a nosotros mismos. Las palabras que usamos determinan nuestros pensamientos y, por ende, nuestras actuaciones.

Resumiendo, lo que nos decimos nos cuenta cuál es nuestra realidad y nos indica qué hacer ante ella. Una palabra que en español es de género masculino, como sol, para nosotros es potente, mientras para los alemanes, que disfrutan del astro en femenino, es algo más acogedor y gustoso.

Parece que el uso de palabras genéricas en masculino, como piloto o perito, reduce el número de mujeres que recordamos en esa profesión y también influye sobre la proporción de varones o hembras respecto a un grupo que tenemos en mente. Seguro que también tiene algo que ver en nuestras aspiraciones y esperanzas.

No voy aquí a postular por pilota o perita, tranquilos, pero sí por cuestionarnos hasta qué punto generalizamos mentalmente dependiendo de una A o de una O. También por recapacitar sobre las diferencias entre resolutivo y marimandona, o minucioso e histérica, por hablar de otros palabrejos usados a menudo en función de qué letras hay en mis cromosomas.

Ya que lo tenemos claro, la pregunta es por qué no lo usamos a nuestro favor, y no solo cuando hablamos de género. También nos empeñamos en suavizar el lenguaje, en ablandar el pico para caminar sobre unas medias tintas sin demasiado sentido.

Por ejemplo, la conocida zona de confort: ese trabajo que no te gusta, un matrimonio que te hastía, un cuerpo que te pesa más que impulsarte. A qué alma de cántaro se le ocurrió titular a eso confort o, lo que es lo mismo, comodidad.

Probablemente a alguien incapaz de hacer el esfuerzo por escapar de una situación a la que deberíamos denominar cárcel emocional o mierda descomunal o si me quedo un minuto más, me tiro por el balcón. Habría que ver entonces cuantos se quedaban ahí, inertes, viendo la vida pasar. Seguro que muchos, pero sin excusa.

Seguimos con las inexactitudes que son mentira. Como mi marido me ayuda en casa, pues qué ideal es y qué suerte tengo, como si no viviera ahí, como si los niños fueran del portero. Porque si te pones objetiva y numérica y ves que te zampas el 90% de las labores domésticas, te entra un desasosiego extraño, un mosqueo muy molesto. Normal. Pues nada, canto en los dientes si baja la basura, maja.

Lo mismo pasa con las personas. Nos mentimos acerca de ellas porque no nos atrevemos a dejarlas marchar. Porque un novio que te marea quizás en el fondo no es especialito, sino un pedazo de cabrón.

Lo mismo con algunos familiares o supuestos amigos.

Y es que las cosas son lo que son, no lo que se dice que son. Ojo con las patologías que algunos llaman amor en lugar de dependencia, egoísmo o maldad absoluta. Qué miedito.

La diferencia entre ser y estar también daría para un buen debate y para la curación de muchos complejos, así como la confusión entre lo normal y lo común, que nos lleva a vivir la vida de otros que no sabemos ni quienes son. A meternos en cajas que nos aprietan y que huelen fatal.

Lo que percibimos como imposible, razonable o difícil decreta cómo gestionamos nuestra vida. Si en lugar de sueño lo llamamos meta, igual movemos el culo para conseguirlo. Ah no, que estoy la mar de a gusto en mi zona confortable, aunque me pinche y me duela.

No es lo mismo querer, que necesitar, que poder. Lo suyo es querer muchas cosas y necesitar pocas. Y poder hasta donde te dé la gana. Hay cosas que se saben y hay otras que se deciden, entre las unas y las otras anda oculto el criterio y el pensamiento crítico. No estoy tan mal es estar fatal. Mejor saberlo para solucionarlo.

Hartura pandémica: de qué está hecha y cómo puedo gestionarla.

A lo largo de la vida, lamentablemente, habrá varios hechos que nos desestabilicen, que nos suman en la tristeza, que nos roben la motivación. Alguna de esas porquerías vitales serán compartidas con la familia, con los compañeros de trabajo o, como en el caso del coronavirus, con el planeta entero. Cuando mayor es la tribu afectada, mayor es la sensación de desasosiego. Lógico, no hay donde escapar, poca gente que te pueda animar.

La nube gris se nos echa encima a todos y los No puedo más con esta situación, No tengo ganas de nada, Estoy agobiadísima, son el pan nuestro de cada día. No hay nada que podamos hacer para resolver el problema, pero ojo, si por gestionarlo desde nuestro círculo de influencia, o sea, cómo me tomo esta mierda de dimensiones galácticas.

Hay circunstancias que, por más que quiera, no puedo modificar: aquí hay una pandemia que lo flipas, Filomena ha dejado Madrid congelado, me han despedido, mi marido me ha dejado, mi familiar ha muerto, me han diagnosticado x enfermedad. Hechos empíricos y consumados, chimpún. No podemos viajar, nos pasamos el día con la mascarilla puesta, los contactos físicos se han reducido, no puedo pasar la noche en un karaoke, he cerrado mi negocio, ahora mismo no tengo un duro. Más realidades que, por mucho que me jodan, ahí están.

Y nos obcecamos en todo lo que NO tenemos y en lo que NO podemos hacer. La maraña mental cada vez más enredada y cada vez más negra. Y ahí entra la parte que sí está en nuestra mano: me quedo ahí, parada y amargada, o abro el abanico  para investigar sobre lo que realmente me incomoda más de cada una de las situaciones y empezar a solucionar lo solucionable. Ojo con la enorme diferencia entre aceptación y resignación, y pereza, y excusas.

Lo primero será desmenuzar qué es lo que más me incomoda respecto a la maraña. Agarrarla e imaginar que está en la palma de mi mano, que está compuesta por canicas y que voy cogiéndolas una a una, poniéndoles nombre. La primera puede que sea no ver a mis amigos, vaya un asco. Ahora le pregunto a la canica cómo resolverlo en la medida de lo posible. Quizás puedo organizar Zooms semanales.

Si la segunda canica es que no tengo pasta para desayunar en una cafetería ideal, me puedo montar una bandeja preciosa en casa, con una taza monísima y unas frutas cortaditas y una tostada con aguacate. Si la tercera está hecha de unos hijos que no van al cole y necesito estar sola como agua de mayo, cambio la hora del reloj para que se acuesten una hora antes. Si me come el desasosiego, puedo hacer yoga, meditación o mindfulness con alguna App. Si no soporto el aburrimiento, será el momento de leer todos esos libros, de ver las pelis antiguas que tanto me gustan, de retomar mis clases de italiano.

Ante un despido, quizás ahora puedo plantearme hacia dónde quiero enfocar mi futuro profesional, renovar mi currículum, plantearme si no es una suerte que me hayan obligado a dejar un trabajo que me tenía hasta las narices porque así me voy a poner las pilas y dedicarme a algo que me apasione. Si mi negocio se ha ido al garete, voy a investigar el mundo online, porque esto ha hecho que se acelere todo lo que tiene que ver con Internet y ya no hay marcha atrás. También me habré dado cuenta de que lo ideal es diversificar y tener varias fuentes de ingresos, ahora ya sabemos que lo imposible puede llegar.

Para otros, los que tienen la suerte de seguir teniendo un sueldo, esta es una oportunidad para ahorrar y planificar todo lo que harán cuando nos suelten. Porque nos soltarán algún día, ya veréis. Para planear viajes en detalle, ahora ya sabemos que no debemos dejar para mañana lo que podemos hacer en un hoy si coronavirus.

Nos han quitado las pistas de baile, pero siempre podemos bailar en casa; darnos una buena ducha mientras escuchamos a Norah Jones y damos las gracias por tener agua caliente; caminar sin rumbo fijo, divagando, que es lo más maravilloso del mundo, a falta de gimnasio; tomarnos un té calentito de buena mañana y dar gracias porque si estamos leyendo esto, seguimos por aquí y eso siempre es bueno.

Reinvéntate, chavala.

La reinvención, ya sea laboral o en cualquier otro aspecto de la vida, no es algo reservado a algunas privilegiadas. No existe un gen especial ni es necesaria una inteligencia por encima de lo normal para lanzarse de cabeza sobre la felicidad y las decisiones que nos conducirán hacia ella.

Lo primero que necesitas: autoconocimiento. Nadie nos ha enseñado a aprendernos porque lo importante siempre estaba fuera. Y así nos va. Escoge un trabajo seguro. La pasión, el talento y la vocación, para los perroflautas. No acabes con esa relación que te hace infeliz, el que llegue después será igual. No seas inocente. Pirarte es un fracaso. Pero por qué vas a mudarte de este lugar que te deprime profundamente. Esa ciudad tampoco es tan apasionante. Bueno, pues eso, que quizás funcionó para nuestros padres y abuelos (o no), se ha quedado anticuado y de qué manera. Seguro es que hoy el sol se pondrá y mañana saldrá, poco más. El único fracaso es morirte del asco cada día de tu vida y quedarte ahí, sentadita, mirando los años pasar.

La cosa no es fácil, hay mucho ruido ahí afuera y lo de escucharse es complicado. Lo de hablarse, ni te cuento. Pero no es imposible. Escribe cuáles son tus miedos, pregúntate qué es lo peor que puede pasar si cambias de rumbo. Contéstate. La meditación, el mindfulness y el yoga nos ayudan a encontrar la conexión con nosotros mismos. La psicoterapia es necesaria para deshacer los nudos del alma, para encontrar las creencias limitadoras y empezar a ver la luz. Vivimos en la era de Internet: investiguemos. Encontremos nuestro talento y dejemos que invada nuestra existencia.

Desarrolla tu marca personal: todos, queramos o no, dejamos una huella en los demás. Sepamos cuál es, gestionémosla. Desarrollemos lo que nos interese desarrollar. Diferénciemonos porque en la vida y en el trabajo, ser únicos es una ventaja y te da oportunidades. No es cuestión de inventarla, está ya dentro de ti y, además, es gratis.

Busca un entorno propicio: no hay nada más desagradable que tener alrededor personas que te recuerden que la vida es complicada, que lo de soñar es de tontos y que hay que conformarse con lo que elegiste en un momento dado. Complicado florecer entre tanto pedrusco. De nuevo, Internet nos descubre mil foros, conferencias, espacios de coworking plagados de emprendedores, de gente que no hizo caso de sus miedos ni de los castradores a los que les encanta que los demás sean tan grises como ellos. Hay, también, foros de mujeres que conectan con otras mujeres para montar tribu, que no hay nada más feo que sentirse sola y, además, no hay ninguna necesidad, con la de tías majas que hay en el planeta. Rodéate de seres motivados, que sepan que lo único que se necesita para llegar al lugar deseado es un plan de acción y ponerse a caminar de una puñetera vez.

Estudia a quienes lo hicieron antes: Fácil. Instagram mismo es una fuente inagotable de personas que le dieron un giro a su vida, del tipo que sea. Por extraño que parezca, están deseando compartir sus experiencias. Observémoslos, preguntémosles sobre su proceso, sobre cómo superaron sus miedos. Ellos se fijaron en otros antes, seguro.

E imagina tu día ideal, descríbelo con detalle en una de esas libretas maravillosas que nos encantan. Decide que ese sueño es válido porque es tuyo y tuyas las posibilidades de, cada día, dar un paso hacia él. Nadie lo va a hacer por ti, que nadie te impida lograrlo.

Me va todo tan bien que tengo miedo.

Un amigo me contaba el otro día que se llevaba la mar de bien con su pareja, que no le podía ir mejor en el trabajo, que físicamente estaba como nunca y que le daba incluso miedo tanta cosa estupenda. Ayer, otra amiga, con cara de sorpresa, admitía lo mismo: todo va fenomenal, estoy que no me lo creo.

Yo, que siempre me he revelado ante afirmaciones tales como “Estoy super feliz, pero es que lo he pasado muy mal“, en plan justificación, reniego también de la creencia de que, si todo está como tiene que estar, es porque se avecina la tormenta.

A estos amigos les van bien las cosas, no por casualidad, sino porque, en su momento y a cada paso, han tomado decisiones adecuadas, basadas en el sentido común, en el esfuerzo y en la voluntad de llegar al lugar donde se propusieron. No les ha tocado la lotería, no han recibido una herencia. Ninguno de los dos eligió un novio celoso, cabrón o vago (porque eso se elige, sí). Ninguno se ha dedicado a gastar lo que no tenía. Siempre han tenido claro donde estaban, a donde querían llegar y cómo trazar un camino que les llevaría al lugar deseado.

La suerte, como ya comentaba en otro artículo, poco ha tenido que ver en su alegría. La acción, que no no la reacción, han guiado sus pasos. Porque elegir (o no hacerlo) por miedo no es una opción o, al menos, no es la correcta. La opción de la eliminación no es útil cuando hablamos de nuestro destino. De ahí al desastre en dos pasos.

No sé estar sola, y por eso me engancho con el primero que aparece y/o no le mando a la mierda cuando la situación es insostenible; me siento incapaz de cambiar de trabajo, así que me quedo sumida en esta mierda; me gustaría estar en forma, pero no tengo la voluntad de comer como Dios manda y hacer deporte; odio el lugar en el  que vivo y no me planteo cómo salir de aquí; siento que no controlo mis emociones, pero no pienso ir a terapia. Escapando de nuestra propia vida no vamos a llegar a ningún lado. Buscando el placer inmediato y no en el largo plazo, nos estancamos sin remedio. Pan para hoy y mierda grande para mañana.

La frase “Nadie es feliz del todo” sirve como excusa para el apalancamiento total. La felicidad y la alegría no son euforia y majaronería, sino conceptos muy subjetivos, no así la honestidad con uno mismo. Ahí, o es blanco, o es negro: uno no puede contarse solo un trozo de la verdad sin mentirse. La felicidad no es un país al que uno llega, sino todo lo contrario, habita en ti. Es la tranquilidad a pesar de la tristeza y del dolor, que son grandes fuentes de aprendizaje si uno está dispuesto a hurgar, a asumir y no solo a consumir. Yo me gestiono, y si no me veo capaz, pido ayuda, no salgo corriendo en la dirección contraria a la dirección correcta.

Somos complejos, cambiantes y andamos en pañales al levantarnos cada mañana, ante cada situación nueva. No hay soluciones universales en esto de aprender a vivir, pero sí sería bueno que apuntáramos nuestros aciertos y errores, para luego proponernos solo repetir los primeros. 

No tengo muy claro si la plenitud total existe,  pero sí sé que, si estamos satisfechos con nuestro día a día no deberíamos temer a la maldición del “Esto no puede ser tan bueno”, fruto de esos rollos sobre la culpabilidad, el pecado y la penitencia que hemos respirado desde nuestra más tierna infancia. Si lo has logrado, celébralo. Sin fecha límite, sin contención y sin vergüenza.

El miedo al cambio: una mierda gigantesca

Hasta ayer no había visto la nueva campaña de Adecco, “Tu propósito”. Os lo dejo por aquí, mucho mejor que lo disfrutéis a que os lo cuente.

Ya he escrito mil veces sobre la felicidad, sobre la necesidad de tomar decisiones que nos lleven hacia nuestro objetivo en la vida, de la urgencia de conocer cuál es ese objetivo. Vivimos sumergidos en toneladas de información y, sin embargo, o precisamente por ello, andamos desconectados de esto que somos, de nuestros Pordentros. Tenemos a un click las realidades de personas que se dedican a los asuntos más variopintos; que lograron su sueños; que han convertido los viajes, las magdalenas o la música en su medio para subsistir. Podemos investigarlos, seguir su plan de principio a fin, incluso preguntarles por él. Pero nuestras creencias o, lo que es lo mismo, nuestros miedos, nos dejan ciegos y sordos. Y un poco gilipollas.

Eso es muy difícil.

Yo no soy capaz.

De eso no se puede vivir.

Ya estoy bien como estoy.

Tampoco estoy tan mal.

Todo el mundo vive así.

Cien mil excusas para no admitir la realidad: TENEMOS MIEDO.

Miedo a la soledad y por eso no abandonamos una relación que se murió hace milenios. Miedo a lo desconocido, así que no cambio de ciudad, de trabajo o de amigos que no lo son. Miedo al qué dirán y no salgo del armario, me tiño el pelo de azul o me tomo un año sabático. Miedo al fracaso, mejor no lo intento. Miedo al compromiso. Miedo al dolor. Miedo a pensar, a replantear, a decirlo en voz alta porque entonces esto será una realidad y la realidad me aplastará. Pero es que ya te está aplastando, lo que pasa es que te has acostumbrado al peso.

Cuentan en Adecco que tres de cada cuatro españoles no han alcanzado su propósito laboral. Añado dos observaciones: muchos no saben ni qué es eso del propósito, no tienen ni idea de que uno es libre de definir aquello a lo que se va a dedicar. Lo segundo: el propósito laboral no es un cajón apartado de la vida misma. Somos uno, con una vida, con un cuerpo, con un alma. Es imposible remover una zona sin que las otras tiemblen.

Nuestros valores son exactamente los mismos en la habitación de la familia, en la de los amigos, en la del trabajo, en la de la pareja, en la de nuestra gloriosa soledad. La mayoría no paramos a pensar qué es eso que refleja nuestras convicciones más importantes, nuestros intereses, nuestros sentimientos. Piloto automático y a tomar por el jander. Pero si queremos paz, queremos paz desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Y lo mismo pasa con el entusiasmo, la honestidad, la libertad, la lealtad y una larga lista que nos convierte en seres únicos, satisfechos y plenos. O no, si nos pasamos los días ignorando lo que es importante para nosotros.

Mis valores desembocan en pensamientos y, de ahí, a la parte visible: lo que hago. Si lo que hacemos se arrea de hostias con lo que creemos, mal vamos. Si ni siquiera creemos: desastre total. Vacío, insatisfacción crónica, ajco supino.

Con suerte, llega un hostión tal que espabilas y te ves obligada a saltar de la rueda de hámster. Un despido, un divorcio, una depresión, una enfermedad provocada por tanta jartura. Ahora sí que no me quedan más narices: quién soy, qué me gusta, quién quiero ser, hacia donde voy, cómo llego hasta allí. Me un da miedo tremendo, pues lo haré con miedo.

Ojalá no fuera necesaria la debacle previa a la reacción. Ojalá cada mañana nos levantáramos con un para qué vital claro y cristalino. Ojalá tuviéramos el valor de preguntarnos todos los días si nos gusta la película de nuestra vida, si nuestro personaje es fruto de nuestras decisiones o de las de otros. Ojalá nos hubieran enseñado que ese guión es cosa nuestra y que nunca es tarde para reescribirlo.

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0