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Lunes con Sol, 15/4/19 (sobre problemas fabulosos y la importancia del singular)
Problemas
El otro día un amigo señaló que yo tenía un problema de adicción con las napolitanas de chocolate de La Duquesita. Y con el Cola Cao, añadí yo. Y tengo el mismo problema con las voces prodigiosas, con los párpados carnosos (que me vuelven loca), con los buenos morreos, con Nueva York, con las tazas chulas de borde grueso, con mis maravillosos amigos. Otro problema es mi amor a los potingues que huelen bien, a los potingues en general. Soy adicta a las libretas bonitas, a los bolis de colores y a las pelis de superhéroes super buenorros. Tengo un problema, también, con el sol de abril y de mayo. Con tumbarme en pelotas a notar el calorcito sin que me achicharre. Con sentarme en mi balcón minúsculo, taza chula en mano, para cotillear a los transeúntes e imaginarme sus vidas. Problema es mi incapacidad para salir de una librería sin un libro en mano, aunque tenga treinta sin leer en casa. Tengo un problema con la necesidad imperiosa de reír a carcajadas todos los días, con sacarle la punta humorística a cualquier chorrada, con el rodearme de seres que dicen tantas o más barbaridades que yo. Problemas tenemos todos, y a mí los míos me encantan.

El plural del singular
Estos días hablo mucho con mi amiga Sandra. Después de treinta años con su marido, hace cinco se divorciaron. Ella intenta rehacerse, ya no de la separación, que ahora mismo le sabe a gloria bendita. Con lo cachonda mental que es ella no sé cómo ha podido aguantar a semejante sosainas durante tres décadas. Manda cojones que encima haya sido él el que haya decidido cepillarse a su secre y pirarse con ella. En fin, a enemigo que se va, puente de plata. El caso es que Sandra necesita volver a hacerse, recordar quién es. Recuperar sus gustos, sus manías. Quiere repescar los sueños que se ahogaron entre las obligaciones maternales. Quiere pasarse por el toto los comentarios de los padres del cole super religioso que ven FATAL que a ella le haya dado por plantarse un bikini para ir a la playa en lugar del bañador que tapaba sus preciosas carnes. Una divorciada medio desnuda en la playa. Una divorciada divina con permiso para acostarse con cualquiera, ir a bares con los amigos y salir hasta las tantas los fines de semana en los que el sosainas tiene a los niños. Con cuarenta y muchos, cuando se supone que la vida va cuesta abajo y ya no te mereces ilusionarte, qué mala perra.

De momento, Sandra tiene un objetivo claro: dilucidar lo que realmente le gusta para dedicarse a ello. Necesito recuperar el brillo. A veces, mientras charlamos sobre la vida, ella empieza a llorar. Igual que lloró cuando se cepilló al primer amante PostMaridoSoso. Cuánto tiempo sin que alguien la tocara con ganas, sin ganas de que nadie la tocara. Yo sé que valgo, pero ya no sé para qué. Cómo sería yo sin esos treinta años de anulación completa. La autorespuesta es un silencio, un agujero negro que me río yo del que fotografiaron la semana pasada. No sé cómo tomar decisiones. Me he acostumbrado a que otros las tomaran por mí. Durante años mi opinión no ha contado. Me hacía sentir tonta, inútil. He sido la mujer de, la madre de. He desaparecido. No sé ni por donde empezar a buscarme. No encuentro el principio del hilo para empezar a tirar. Necesito la aprobación constante de cualquiera. Estoy pendiente constantemente de lo que otros pensarán de mí. Ya no sé hablar en singular.
Y a mí se me iban revolviendo los entresijos a escuchar a esa mujer tan despampanante por dentro como por fuera, preguntándome en qué momento decidió entregarle su autoamor a otro. Vaciarse a cambio de que la quisieran, aunque la quisieran fatal ¿Por qué ante el primer “No vales para nada” no desapareció por siempre jamás? Y es que mala gente dispuesta a alimentar su ego a costa de la infelicidad de otros siempre la habido y siempre la habrá, pero joder, huyamos de ellos.

Yo era muy joven, no había conocido a nadie más, pensaba que eso era lo normal.
De ahí la importancia de reeducarnos aferrándonos a la libertad, a la autoestima, a lo que es el verdadero amor: uno que te hace crecer, que amplía tu mundo, que no te juzga, que te acepta como eres y te potencia. Querer mucho no es querer bien. Lo que para algunos es amor, en realidad es afán de posesión, de rellenar carencias. El buen amor no te apaga: te enciende, te eleva, te alimenta. El que te quiere bien no te quita, te da. No te dice “Como yo nadie te querrá” con tono de amenaza. El que te quiere bien no te necesita, te elige. Puedes vivir sin la persona amada, pero decides no hacerlo. El buen amor no te enferma, te cura.
Descárgate, mujer.

Lo sospechaba: vamos como vacas sin cencerro y nuestro mal tiene un nombre, CARGA MENTAL. Lo he descubierto por un vídeo de Procter & Gamble, en el que varias parejas que declaran compartir las tareas del hogar en igualdad, proceden a intercambiarse los móviles para revisar las tareas de cada uno. Las del hombre son tres o cuatro, la mayoría relacionadas con el trabajo. Las de la mujer… AY, LAS DE LA MUJER.

Pedir cita con el pediatra, ir al supermercado, comprar el regalo de cumple, llevar a un niño al cumple, encargar los uniformes, entregar el informe del último trimestre, llamar al técnico de la lavadora, tutoría con el profe del pequeño, mandarle el correo a mi jefe, comprar libretas, comprar calcetines, reunión con el equipo de marketing, encargar el pastel de cumple, llamar al cole para que le den dieta blanda al mayor, ir al dentista, llamar a mi madre, comprar jarabe,…
La parte ejecutiva del hogar parece estar repartida en un 46% de los casos, porcentaje triste tristísimo. Pues el tema planificación está mucho peor. Está fatal de los fatales.

Ellos flipan, ellas se ríen (por no llorar). Ellos no eran conscientes de la lista interminable. Ellas tampoco, porque lo asumen como algo normal, porque la inercia histórica y vital se nos ha agarrado a los entresijos y nos convierte en autómatas. Tres de cada cuatro mujeres sufren de carga mental y la mitad ni lo sabe, porque piensa que es lo normal, porque no parece haber alternativa, porque la vida es así. Y punto.
Hablamos de una carga invisible donde las consecuencias tampoco se ven, pero se notan. Para esa maquinaria mental que tenemos en marcha desde que nos levantamos hasta que nos acostamos lo último es nuestro bienestar. Llego a todo, menos a mis horas de sueño, a mi gimnasio, a mi yoga, a mi peluquería, a mis horas de lectura que tanto disfruto, a mi comida tranquila. Y, en muchos casos, si logras sacar un ratito para darte un gusto, ataca la culpa. Mala madre, vaga, cochina. La culpa no ayuda a nada, la culpa es una mierda como un piano.

Uno de los hombres dice, al observar ese listado interminable, que “A mi me explotaría una vena del cerebro”. Pues a nosotras también nos explotan las venas y los insomnios, y los dolores musculares. Y cosas peores. El batiburrillo mental crónico degenera en depresión, en ansiedad. Y aún habrá quién nos llame histéricas. Cortisol por las nubes, estrés, enfermedades, mal humor. No tenemos tiempo de recordar que hemos venido aquí a ser felices nada más. Y nada menos. Una mente al límite no es una mente feliz. El agotamiento físico se soluciona tumbándote en el sofá un rato, lo del agotamiento mental es más complicado: hemos de cambiar nuestra estructura: la mental y la logística.
En los horripilantes chats de madres, como su propio nombre indica, el 65% son mujeres. Otro elemento más que se suma a la lavadora mental. Todo el día recordándonos que TENEMOS QUE, QUE DEBEMOS DE. Nuestros sueños de deshacen entre malabares cerebrales y acabamos agrisándonos. No nos da tiempo a evaluar la realidad porque se nos come. No somos capaces de profundizar en nuestras vocaciones, de aclarar las ideas, porque tenemos demasiadas. No tenemos tiempo de nutrirnos, de realizarnos, de crecer, de sopesar. La voluntad desaparece en una mente sobrecargada.Y como, además, todas sufrimos el mismo mal, no encontramos un referente al que imitar para acabar con esta majaronería.
Hoy es el Día de la Mujer y, aunque cada minuto de nuestra existencia deberíamos tener presente que nos merecemos lo mejor, nos lo podemos tomar como esas dietas de los lunes, los propósitos de enero, los inventarios de cumpleaños. Vamos a repartir listados, no ya de acciones, sino de pensamientos. Entonemos un discreto mea culpa que nos recuerde que el mundo seguirá girando aunque no lo empujemos. Girará más despacio, girará a trompicones, pero girará. Ser conscientes del peso insportable de nuestro coco es el primer paso hacia la solución, como en todo. Tomar medidas es el segundo.

Lo que nos jode a las mujeres (Parte I)

De un tiempo a esta parte estoy convencida de que la inmensa mayoría de nuestras jodiendas se pueden englobar en dos categorías:
- Las (malas) relaciones sentimentales.
- El miedo a lo que pensarán de nosotras.
Dentro de esas dos caben casi todas las demás mierdas que nos quitan el sueño: el miedo a la soledad; la presión por ser madre, por no ser buena madre; el sufrimiento por las rupturas; que si me marean que si no; no me divorcio porque le temo al abismo posterior, porque sería un fracaso horroroso, porque mis hijos lo pasarían mucho peor que viendo que sus padres viven juntos, pero no se soportan.
Que si estoy fea, que tengo las tetas grandes o demasiado pequeñas, y soy mayor o gorda; que no me gusta mi trabajo, pero aquí me quedo porque si me voy a recorrer el mundo soy una insensata; que mis padres me dan la lata lo más grande, pero mi obligación es aguantar porque, de lo contrario, soy una mala perra.
Y podríamos seguir hasta el infinito.
En cuanto a las relaciones sentimentales, mal vamos cuando ni los cimientos están bien colocados. Si no te autoquieres de una manera salvaje, cómo coño vas a decidir bien. Si no te valoras, no te valorará el de enfrente, y de ahí, al cataclismo emocional. Una y otra vez. Día de la marmota por los siglos de los siglos. Que si tengo mala suerte, que si siempre me tocan los tarados, hay que ver lo mal que me trata la vida. La vida te trata como dejas que te trate. Chimpún.
El segundo tema, el del asqueroso QUÉ DIRÁN es aún más peligroso, creo yo. Porque quizás escuece menos, pero jode mucho más. La preocupación por lo que piensa de ti gente de la que no conoces ni el nombre se pega en el esternón, te ahoga y te limita. Te amputa, te paraliza, te convierte en la mitad de lo que podrías ser. Acabas viviendo la vida de otros, sin tener ni idea de lo que de verdad te mueve, o debería moverte.
No eres capaz de recordar que es lo que te encendía de verdad, lo que querías ser cuando aún te ilusionabas, porque llevas tanto tiempo sometida a las opiniones del vecindario, de las madres del cole, de tu pareja, de tu familia, que lo que fuiste se ha ido diluyendo y ahora eres un ente informe que se adapta a todo sin cuestionar nada. Porque no te engañes, querida, aceptación y conformismo no son lo mismo, sino, a veces, todo lo contrario. Créeme, ahí afuera tienes un mundo enorme esperándote, lleno de gente interesante que no juzga, de bares donde bailar, de karaokes donde dejarte la garganta desafinando como la animala que eres.

Porque si no haces daño a nadie, a quién le importa si llevas el pelo rosa, si bajas al súper en pijama, si te echas un novio veinte años más joven que tú, si te cepillas a tres bigardos cada semana, si el escote te llega al ombligo, si dejas a tus hijos con su santo padre para pasar una semana con tus amigas descojonada de la risa. Porque de todos es sabido que donde no llega un Lexatín, llegan las carcajadas. Qué pasa si te gastas tu dinero en infinidad de masajes, de potingues, de zapatos, en lo que te salga del mismísimo toto.
Hay quién se ofenderá porque tú seas feliz, porque te niegas a entrar en la jaula del estereotipo. No pidas perdón, no te justifiques, no les des un poder que no tienen. La libertad no tiene por qué ser comprendida, solamente disfrutada.

De fútbol infantil a las 8 de la mañana y otras torturas.

Viernes, 15:00. Recibo un WhatsApp del nuevo entrenador de mi hijo. “Te paso la información del partido del sábado”. Yo, que me temo lo peor.
Hora partido: 9.30.
Hora citación: 8.30
Lugar: Torrejón de Ardoz.
“Mira, que habíamos hecho planes. No puedo llevarle.”
Y el entrenador que insiste: “le puedo llevar yo u otro padre.”
“Lo tengo en cuenta para otro día”. Por aquello de terminar rapidito con una conversación que no llevaba a ningún sitio (y menos a Torrejón).
Y él que sigue: ¿seguro que no puede ir?, y es que es un partido importante, y…
PERO VAMOS A VER…
No sé muy bien ni por donde empezar con todo este rollo del sacrificio extremo como demostración del amor paternofilial. O sí.
- NO INSISTAS. Estamos hablando de un puto partido de fútbol, no de una sesión de diálisis.
- No tengo por qué justificarme en ningún caso, mucho menos cuando estamos hablando de que me levante a las 6.30 de la mañana de un sábado. No me sale del toto. Punto.
- Que hay muchos padres que lo hacen: ESTUPENDO. Yo no, y eso no me convierte ni en peor ni en mejor madre, sino en una persona que toma una decisión que le afecta a ella y a su familia. Ya está.
- Ante los que me argumentan que quizás mi hijo tenga aptitudes para el fútbol y que sea el próximo Messi, allá voy:
- ¿Y si es el próximo Vargas Llosa? ¿O el próximo Picasso? ¿O el sucesor de Steve Jobs? Me obliga eso a apuntarle a todas las extraescolares del planeta hasta que acertemos con el talento innato de la criatura?
- ¿Me hostigaríais igual si nos levantáramos esas horas para asistir a un club de lectura? Me da a mí que, en ese caso, sería una majara obsesa. En fin…
- No, no quiero que mi hijo “me retire”. Ya me retiraré yo, si eso.
- Concibo el deporte, o cualquier otra actividad lúdica, como disfrute del que lo practica, no como un martirio para los demás.
- Para algunas familias, el hecho de que su hijo les dedique un gol compensa los madrugones, las horas de coche, el agotamiento. A mi no me compensa. Fin de la historia. De nuevo: el libre albedrío.
- No le van a llevar otros padres porque no quiero deber favores. Los pido para cosas muy concretas y necesarias y esto, para mí, no lo es.
- Para los que comentáis que “mejor que jueguen al fútbol a que se pasen el día en el sofá”: ¡SORPRESA! Hay más opciones. No me da la vida, ni el blog, para enumerarlas.
- La felicidad de una persona (en este caso mi hijo) no debería darse nunca a costa de la infelicidad de otra (en este caso yo). No, su bienestar no es MÁS importante que el mío, sino IGUAL. No voy a entrar en que “madre feliz, niños felices”. Mi felicidad es importante en sí misma. Soy un ser humano con derechos personales e intransferibles. Mi hijo no es un apéndice mío.
Y es que parece que todo sacrificio es poco, que cualquier negativa al martirio chino relacionado con los hijos solo sea moralmente válido si media fuerza mayor. Eso es la maternidad: sacrificio, sufrimiento, olvidarte de que existes. Nada de aprovechar el sábado para hacerte la manipedi o rascarte la fufa en el sofá, so perra.

Los otros lo hacen, igual que les compran móvil a los diez años o les amorran al Fortnite. Pues tú también, así tus hijos serán como todos los demás. Tú serás como todas las demás.
Ay, el puto rebaño. Ay, el qué dirán.
Que Ana Guerra cuelga fotos en bikini y no es feminista (o algo así).

Ay, queridas, que cuando una cree que ya nada puede sorprenderla, ZASCA, llegan las de “Amigas y conocidas” y te dejan al borde del parraque.
Viene ayer mi compi Leire y me dice que me tiene que contar algo que me da para un post, que Ana Guerra, que es una chica de OT (yo es que no veo la tele) ha colgado una foto en bikini en su cuenta de Instagram, y le han dicho en una entrevista que cómo puede ser feminista y mostrar carne así a lo loco.
Yo es que no entiendo la pregunta. Su cuerpo, su bikini, su red social. Su “Cuelgo lo que me sale del toto”. Me parece todo como muy coherente y tal, ¿no?
Le pregunté a Leire si, en esa piel suya, la muchacha mostraba un texto tipo “Por el mismo curro debemos cobrar la mitad” o “Cualquiera puede meterte mano sin tu permiso”.
NO, me contesta ella, muy resuelta.
Y, claro, no puedo resistir y busco el vídeo de la discordia. Veo que en el programa este de “Amigas y conocidas” todo son mujeres. Y que conste que soy de las que piensa que tan esperpéntico es que esas críticas raras las haga una mujer como un hombre. La gilipollez no tiene género, de momento.
Ana Guerra hablaba sobre lo nocivo de la codependencia, dijo que no cantaría con Maluma a no ser que fuera con mensaje feminista, afirmó que sus principios están por encima del éxito… Todo de lo más normal, que no común.
Y allá que va la señora presentadora rubia y suelta “No sabemos si es una contradicción o no que muestres tu cuerpo. No sabemos si es reivindicativo”.

Lo que siguió a esa frase tan brillante a la par que elocuente fue un cúmulo de despropósitos de dimensiones interestelares: que si puedes traumatizar a las niñas que no tienen tu cuerpo, que si las mujeres muestran carne para aumentar seguidores, que si el mercado te presiona para que te despelotes…
La Guerra las miraba sin entender nada, supongo. Ella, durante los tres segundos en los que la dejaron hablar, afirmó que la colgó porque le gustaba la foto y porque le da la gana. Y esa debería ser razón suficiente para cualquier cosa en la vida. Pues aquellas, como si no la hubieran oído siguieron con su coooocoooroococooooo.
El momento más colosal de todos llego cuando algunas apuntaron que, hace veinticinco años, las feministas la hubieran criticado por exhibir su cuerpo. HOSTIA, HOSTIA, HOSTIA. Señoras, que esta muchacha ha colgado la foto en Instagram en 2018, no en 1820. ¿Y desde cuando el feminismo critica la libertad sobre el cuerpo de una? ¿Y por qué le debería importar a esta mujer si la hubieran criticado las feministas de 1978? He de reconocer que, al escuchar aquello, me invadió una gran preocupación: a ver si me he liado y yo, que soy feminista a tope, no puedo hacer top less y esas cosas, ¿cómo soluciono este desastre?, con lo que me horroriza la marca del bikini y con lo que me gusta pasear los melones.

Y, as usual, me fui a mi RAE del alma para despejar dudas.
Del fr. féminisme, y este del lat. femĭna ‘mujer’ y el fr. -isme ‘-ismo’.
1. m. Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.
2. m. Movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo.
No vi nada de “El top less y el bikini son la peste para las feministas”, así que me fui a mi segunda fuente de conocimiento supremo: Google.
“Feminismo y top less”
Pues oye, que resulta que lo de enseñar los pechotes es bastante feminista, por lo de este es mi cuerpo y a quien no le guste que no mire. Es lo del burka es lo que no mola nada. BURKA CACA para ser feminista. Qué alivio, porque me pilla el verano a medias y comprar tops playeros ahora mismo me va fatal.

Volviendo a Ana Guerra, que contemplaba flipada el cacareo de aquella panda. La muchacha dijo dos cositas más para acabar la mierda de entrevista: “lo triste es que esto sea noticia”, “nos queda mucho camino por recorrer” y “para ser libre hay que ser valiente”. Y una de ellas va y suelta: “Y tener suerte”.

Mujer, de todos es sabido que las grandes conquistas en los derechos humanos han tenido que ver con la suerte. Por suerte la esclavitud se abolió, fue pura chiripa que se derribara el muro de Berlín y, oye, que así porque sí nos dieron el derecho al voto. Nada que ver con echarle ovarios o cojones a la vida y rebelarse contra la mierda establecida.
A ver si os enteráis de que la cosificación no tiene nada que ver con mostrar el propio cuerpo, sino con la mirada ajena. La reivindicación no se basa en palabras, en vestimentas o en pancartas, sino en la ACTITUD. El feminismo es, entre otras cosas, libertad. Para hablar cómo queramos, vivir como nos venga en gana y despelotarnos (o no) sin dar explicaciones.

Autoamor vs. relaciones tóxicas.

Lo hablaba hoy con mi psicóloga: ¿qué coño nos pasa a las tías?
Perdón, que empiezo a bocajarro porque la cosa me mosquea, me remueve y me descoloca.
El sábado me contaba una amiga de su primer marido: llegó a las manos, intentó vaciar la cuenta común. Antes quedé con otra a la que también pusieron la zarpa encima. Tuvo que salir de casa con sus dos hijos y en pijama. El domingo, Ana me contaba que, a los veinte días de nacer su hija, el padre de la criatura desapareció con su amante para volver a los tres meses exigiendo sus derechos. Por no hablar de Cristina que, tras mantener a toda la familia durante QUINCE AÑOS, va a tener que pasarle pensión compensatoria al susodicho (otro con orden de alejamiento). Y suma y sigue…
Y que conste que servidora tiene casi más amigos que amigas y, ojo, que en todas partes cuecen habas, PERO NO TANTAS, JODER. Y ni todos los tíos son unos cabrones, ni todas las tías unas santas. No es eso, PARA NADA.

No lo tenemos fácil, así de entrada. La tradición cristiana que llevamos las mujeres pegadita a la piel por mucho que nos joda y nos pese, nos empuja a entonar como aceptables vocablos tan apestosos como “Compensar” o “Aguantar”. La última frase de moda es “Las parejas hoy en día no duran PORQUE LA GENTE YA NO AGUANTA”. Obviamente, por supuesto, pues claro. Porque las calidad y la duración de las relaciones, sean del tipo que sean, no ha de basarse en la capacidad de sacrificio de uno o de los dos componentes, sino en el amor.
Al grano, queridas. Nos marean más, nos maltratan más. Algo de responsabilidad tendremos, digo yo. Nos vapulean porque nos dejamos, ni más ni menos. Siempre hubo un mal gesto ante el que teníamos que haber salido por patas, PERO LO AGUANTAMOS. Siempre hubo un primer desplante, pero pensamos que sería solo uno, y luego solo dos, y luego trescientos cuarenta y cinco. Cuántas me escribís porque estáis hechas mierda por uno que os promete el oro y el moro y luego os deja tiradas a la primera de cambio, y ahí seguís. Y ahí seguimos.
Porque nos amamantaron con la creencia de que si yo amo locamente como Las Grecas, a mí me querrán igual. Porque si yo estoy siempre ahí, esperando, en algún momento él se dará cuenta de que soy lo mejor que le ha pasado y vendrá a por mí, y dejará de marearme, de ponerme los cuernos, de tratarme como a una mierda. Pues sigue esperando, chata. Y además ¿De verdad te interesa tal gilipollas?

Porque el que es capaz de tratar a alguien como una mierda, es porque la mierda es él, o ella. Y no queremos gente mierda, queremos gente fabulosa que, gracias a Dios, es la mayoría. ¿Qué por qué a ti te tocan siempre los crueles? Porque ellos tienen un olfato supersónico para detectar a las/los que están dispuestos a que cualquiera meta el dedo en sus grietas hasta convertirlos en pedazos de lo que un día fueron. Y tu disposición al sometimiento huele. A la legua.
Y es que hacemos lo que podemos con lo que tenemos, porque nadie nos contó que el amor más grande lo hemos de guardar para nosotras mismas, que eso no es egoísmo, sino inteligencia y saber estar. Porque el centro del Universo está en nuestro ombligo, no en el del que duerme al lado. A alguien se le olvidó enseñarnos que esto que somos es grandioso, y que nadie lo sabrá si nosotras no lo gritamos a los cuatro vientos. Nadie nos dijo que somos nuestras, SOLO NUESTRAS, por dentro, por fuera, en toda nuestra extensión. Ojalá en el colegio contaran que la obediencia y el sacrificio no son virtudes, sino lastres insoportables, y que no vinimos a esta vida a satisfacer las necesidades de otros, sino las nuestras.

Nadie nos enseñó, pero nunca es tarde para aprender, para pasarse el guante de crin por el coco y por el cuerpo y dejar que la culpa, el miedo y el sufrimiento se vayan por el desagüe. Nunca es tarde para plantarte, decir basta y dejarte el dedo en el botón de bloqueo del móvil, de Facebook y de la madre que lo parió.
Échale un ojito a las que decidieron vivir en lugar de sobrevivir, a las que cogieron el toro por los cuernos y no dejaron pasar ni un día más, y compáralas con las que siguen sumergidas en la mierda, sacando la cabeza de vez en cuando para respirar.
Que tú ya existías antes de él, y volverás a hacerlo. Solo que existirás mejor.
Te lo prometo.

Yo soy mía. Solo mía.

Esta boca es mía. Mis gritos, mis gemidos y mis palabras son mías.
Mis opiniones, mis valores, mis creencias, mi religión, mi ateísmo: míos.
Mis pensamientos, mis deseos, mi tiempo, mis ganas: MÍOS TODOS.
Mis vicios, mis fornicios, mi lascivia, mi vergüenza y mis pecados: SOLO MÍOS.
Mis bailes, mis minifaldas, mis escotes, mis pantalones ajustados, mis tangas, mis bikinis: míos, míos y míos.
Mis palabrotas, mis indecencias, mis atrevimientos, mis travesuras, mis borracheras: también míos.
Mi vida, cómo (con quién, dónde) quiero vivirla, solo es asunto mío.
Mi desnudez, mi piel, mi pelo, mis manos no son tuyas, sino mías.
Yo soy mía, mi cuerpo es mío. Mi sexo, MÍO.
Mis decisiones, acertadas o erróneas, son solo mías. Mi miedo, lamentablemente, MÍO.
Mi SÍ también es mío. Libre de cambiarlo por un NO cuando me salga del coño que, SORPRESA, también es SOLO MÍO.
Pero tus ganas, tus babas, tu sexo, tus fantasías, tu degradación, tu diversión, tu prepotencia, tu machismo, tu insensibilidad, tu maldad, tu crueldad, tu fuerza, tu violencia, tu desvergüenza, tus ansias de exhibicionismo, tus abusos, tus violaciones no son míos. En absoluto. SON TUYOS. SOLO TUYOS.
MUJERES, HOMBRES: SOMOS NUESTROS. SOLO NUESTROS.
SIN MATICES. SIN INTERPRETACIONES. SIN INVESTIGACIONES. SIN JUICIOS. SIN DUDA ALGUNA.
NO ES NO.
Otras 7 cosas que, a mis cuarenta y cinco, tengo clarísimas.

Hace unos meses, poco antes de mi cumpleaños, escribí un artículo sobre todas esas cuestiones que, a estas alturas, una ya tiene más que claras. Pero es que lo del autoconocimiento, gracias a Dios, nunca acaba. En este par de meses mi sabiduría ha aumentado a lo salvaje (o eso me creo yo) y como muestra, un botón.
Es mentira que la felicidad está en las pequeñas cosas. Charlar con mi amiga durante horas, sin haberlo planeado, en un banco del parque. Descubrir un escritor con el que, en otra vida, sin duda alguna, compartí útero porque si no son imposibles tantas coincidencias y ya sé que NADA ES CASUALIDAD. Comerme una pizza directamente de la caja mientras veo una peli con mis hijos. Sentarme a escribir en una cafetería bonita, tomarme un té English Breakfast con leche y engullir la mejor napolitana del planeta. Bailar hasta la extenuación con Camilo Sesto y Raffaella Carrá. Ver amanecer. Nada de esto es pequeño, sino GRANDIOSO.
Yo, que me pongo del hígado con la música alta donde no corresponde, con el ruido incesante de mis hijos, con esos bares donde los camareros maltratan la vajilla, y las cafeteras parecen máquinas de vapor, me he dado cuenta de que tampoco soporto el silencio absoluto. Ese que te hace sentir que no hay nadie más en el mundo, pero de verdad, que se te mete en los entresijos y te pone tan triste que no te deja ni pensar.
Me gustan las ciudades y cada vez más. La playa o el pueblecito encantador si no hay más remedio y solo un ratito. Mi último descubrimiento: Ciudad de Méjico. Qué maravilla de clima, señores. Qué gentes tan amables. Qué restaurantes. Qué de todo. Yo, desde que celebré allí mi cumple, solo quiero ser mejicana. Bueno, mejicano-escandinava, por aquello del vikinguismo y tal. No es que reniegue de mi españolidad, es que ya llevo mucho tiempo siendo ibérica y me apetece un cambio.
Esa es otra: no concibo la vida sin cambios. Por mucho que admire a aquellas compis del cole que se quedaron en el pueblo, se casaron con su primer novio y disfrutan de una vida de lo más sosegada, tengo la absoluta seguridad de que, en este caso, uno nace y no se hace. Nací con el culo inquieto y de mal asiento, con una tendencia enfermiza a la actividad; con una fobia tremenda al aburrimiento, al “Y si”, al “Podría haber”, al arrepentimiento por lo no hecho. Cambiaría los muebles cada seis meses, me mudaría de ciudad todos los eneros. Quiero oler a perfumes nuevos; conocer a desconocidos; que Spotify me descubra, cada día, la canción de mi vida.
Tengo clarísimo que la casualidad no existe, ya lo decía más arriba. Es pura estadística: hay cosas que de tan improbables son IMPOSIBLES. Sí, en cambio, las causalidades nos muestran claramente el camino que debemos seguir. Las señales están ahí, esperando a que queramos verlas. Arriba las antenas. Abajo las creencias, los miedos, los complejos.
Ahora sé que reírse de tonterías no es de tontos y sí lo es el postureo, el qué dirán, las apariencias. El humor nos salva la vida. Cada vez. Todos los días.
Pero no todo es sabiduría a medida que arrancamos hojas del calendario. NO. Mi yo de los veinte entendía mucho más de diversión sin medida, de despreocupación, DE MORREOS. Porque algo estoy haciendo mal cuando no me morreo desde el Pleistoceno. De sexo ya ni hablamos, pero es que eso es secundario. Lo que de verdad importa es el besuqueo, y hablo totalmente en serio.
Quién sabe, quizás para los cuarenta y seis haya resuelto también esta cuestión y superado la frustración, o, en el mejor de los casos, ande de nuevo pegando lengüetazos a diestro y siniestro.
Ojalá.

Hoy y siempre, mujer.

Sí, hoy y siempre, desde ayer mismo, aunque ojalá fuera desde hace siglos. Nunca es tarde para empezar, para ponernos en nuestro sitio y aferrarnos a él. No solo hoy. Cada minuto de nuestra existencia. Levántate para que te vean, que ya está bien de cerrar el pico y zampar ruedas de molino, con lo indigestas que son, por Dios. Eres digna y poderosa. Como todos. Como todas. Convéncete tú primero y el resto vendrá después.
Porque los micros desembocan en los macros y porque como no lo tengas tú claro, querida, nadie lo va a entender.
No digas barbaridades: tu pareja no ayuda en casa, porque vive en ella, y no te echa una mano con los niños, porque también son suyos. No es un vecino, no es un amigo, la cosa va con él, Y MUCHO.
NO te está haciendo ningún favor yendo a comprar ni cuidándolos. No tienes por qué buscar excusas para que lo haga, ni morir de agradecimiento por ello. Es su responsabilidad. Punto.
Tus hijos tienen dos brazos y dos manos como tus hijas. La lavadora, la mesa, la cama y el trapo del polvo están ahí para ellos igual que para ellas. Que su generación se enorgullezca de la nuestra porque les enseñamos a no distinguir entre géneros, pero sí entre el detergente y el suavizante.
Hay piropos que no son piropos, sino abusos. No riamos, no callemos. No tengamos miedo a pegar un grito, un puñetazo en la mesa, un HASTA AQUÍ, chato. Qué más da que te juzguen. A quién le importa, que diría Alaska.
Antes de la primera hostia hay una primera mala palabra. Antes de eso, un juicio, una crítica o una orden. Antes, una mirada represiva. Al primer atisbo: ADIÓS, VETE A LA MIERDA, CONMIGO NO. Sin justificaciones ni disculpas. Tu cuerpo, tu cara, tu alma es tuyo, de nadie más.
El techo es de cristal, no de acero. Golpeémoslo con todas nuestras fuerzas como antes hicieron otras gracias a las que podemos votar, trabajar o ponernos minifalda. Como mínimo lo agrietaremos para que las que vengan detrás acaben de reventarlo. Vamos más a la Universidad, sacamos mejores notas, pero nos han hecho creer que ser ambiciosa es feo. Nos lo han grabado en el ADN: marimandona, repelente, sabionda. Competitivo, seguro de sí mismo, inteligente.
No ligas porque les das miedo. Desprendes DEMASIADA seguridad. Hazte la tonta.
Tú, que me estás leyendo, eres parte de esto, seas hombre o mujer. Somos fabulosos granos de arena. Te lo debes. Se lo debemos a otras, a nuestras hijas, a aquellas a las que no se les permite ni respirar libremente. Desde este mismo instante:
BASTA.
