La Regeneración y el Manhattan: magia en Nueva York
Y mira que una fantasea con que escribe desde New York y me doy cuenta de que ahora que estoy en la city no se me había ocurrido hacer la fantasía realidad. Seré melona…
Pero hoy me he iluminado y aquí estoy, en mi silla habitual de desayuno, frente al Empire y escribiendo. Espero que el Universo capte el mensaje y me deje repetir este momento infinitas veces más.

En los escasos diez minutos que separan mi hotel del Pain Quotidien donde estoy sentada frente a mi Ipad, mis tostadas Five Grain y mi té con leche, me he dado cuenta de que aquí y ahora confluyen la mayoría de los contenidos de mis artículos que, al fin y al cabo, no son más que dibujos de lo que me motiva en la vida.
Para empezar, I made things happen: he atravesado los 6.000 km. que me separan de mis cada vez más adoradas Golondrinas Niuyorkinas, para vivir un momentazo al que me aferro con uñas y dientes.
Podría extenderme eternamente contando cuanto adoro Nueva York y lo que molan las tiendas, los musicales, los rascacielos…pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Por arte de magia, el pasado viernes estuve en una cena que fue algo así como revivir las secuencias más notables de mi vida. Allí estaban la Madre Niuyorkina: mi amiga y confidente desde hace 23 años. Concretamente desde un jueves en el que apareció en el bar de la Facultad de Derecho de Barcelona, preguntando quién salía esa noche. Obviamente levanté la mano. Y nunca nos volvimos a separar. Y fijaos que yo vivo en Madrid y ella en Manhattan desde hace 15 años. Pero lo mantengo, NUNCA NOS VOLVIMOS A SEPARAR.
Mi otra Golondrina estaba allí también. Mi amada y admirada Carmen , que viajó desde nuestra Ibiza hasta la Gran Manzana para ser cineasta, que tan orgullosos nos tiene con sus mogollones de premios (Emmy incluído) y que tanto tiene que ver con esta etapa de mi vida, en la que me anima, me aconseja y me empuja para que escriba y escriba y escriba…
No podía faltar Lidia, la actriz, mi asesora de actividades artístico-culturales, compañera de proyectos presentes y futuros, siempre de buen humor, que se unió al viaje porque si se pierde una la palma (literalmente), a la que le sobra entusiasmo y por eso me lo contagia cada día (y muchas noches).

Para acabar, EL MAGO. Al que ahora admiro más por las risas que me genera, que por salvarme la vida en las lejanas Rusias ( y no es que no valore mi existencia, es que es muy gracioso). Quién me iba a decir a mí que tres años después del salvamento, íbamos a estar cenando en el Craftbar de super Tom Colicchio. Él es la prueba viviente de que solamente hay que estar atento para ver que todo está escrito y que los círculos se cierran solitos (si tú no lo impides, claro).
Estos encuentros en los que mezclas colegas que no se conocen entre ellos pueden ser peligrosos. Que a ti te parecen todos ideales y de repente entre ellos se odian y quieres morirte. Pero no fue el caso. Todo lo contrario. Entre charlas sobre Junot Díaz, relatos escabrosos sobre los ex respectivos, comentarios escatológicos (que me pueden encantar) y muchas risas, se nos pasó la noche sin que me acordara del jet lag.
En un momento dado tuve la extraña sensación de que veía toda mi vida pasar y pensé “ostias, a ver si es que la voy a palmar en breve”. Pero no en plan mal rollo, sino como “joder, qué suertuda soy. No imagino a nadie que pueda estar mejor acompañado que yo en este momento”. No estaban todos los que son pero sí son todos los que estaban…

No sé muy bien como transmitir el entusiasmo, o la felicidad, o la plenitud que viví en ese rato, ni el regusto tan maravilloso que se me ha quedado y que sigo teniendo ahora que he vuelto a Madrid.
Sí, empecé a escribir frente al Empire pero no era cuestión de pasarme todo el día allí, que hay que vivir para poder escribir.
Yo que soy ostracista hasta la médula, que elijo con sumo cuidado con quien comparto mi tiempo y que no me corto un pelo en pirarme si la compañía no me parece la óptima, disfruté como una perraca observando la reunión como espectadora activa, segura de que ninguno de los componentes de mi Dream Team era consciente de lo que cada uno de ellos representa para mí, y mucho menos de lo maravilloso de su agrupación.
Imagino que he escrito esto, en parte, para contárselo. Creo que es importante posicionarse en la vida, gritar que SÍ a los que sí y por supuesto NO a los que no (ese será otro post). Esto debe tener que ver con mi obsesión de que la vida son dos días (uno con gripe) y que lo de perder el tiempo con algo o alguien que no mola me da bastante yuyu.
Hay dos cosas que me regeneran más que nada en el mundo: la primera es Nueva York. Perderme por sus calles, irme a Central Park y pasarme las horas delante de mi Bow Bridge, en encefalograma totalmente plano. Punto muerto para variar. Coco vacío totalmente. La segunda es pasar un rato de complicidad y carcajadas con gente a la que admiro y aprecio (o amo locamente en algunos casos).

Si ambos momentos regeneradores se unen, ya es el no va más. Estoy convencida de que el viernes gané años de vida a base de crear células nuevas, todas monísimas y muy risueñas.

Y espero la ocasión se repita. En el mismo sitio o en otro mejor, con los mismos componentes y/o con otros, en este caso inmejorables.