Descárgate, mujer.

Lo sospechaba: vamos como vacas sin cencerro y nuestro mal tiene un nombre, CARGA MENTAL. Lo he descubierto por un vídeo de Procter & Gamble, en el que varias parejas que declaran compartir las tareas del hogar en igualdad, proceden a intercambiarse los móviles para revisar las tareas de cada uno. Las del hombre son tres o cuatro, la mayoría relacionadas con el trabajo. Las de la mujer… AY, LAS DE LA MUJER.

Pedir cita con el pediatra, ir al supermercado, comprar el regalo de cumple, llevar a un niño al cumple, encargar los uniformes, entregar el informe del último trimestre, llamar al técnico de la lavadora, tutoría con el profe del pequeño, mandarle el correo a mi jefe, comprar libretas, comprar calcetines, reunión con el equipo de marketing, encargar el pastel de cumple, llamar al cole para que le den dieta blanda al mayor, ir al dentista, llamar a mi madre, comprar jarabe,…
La parte ejecutiva del hogar parece estar repartida en un 46% de los casos, porcentaje triste tristísimo. Pues el tema planificación está mucho peor. Está fatal de los fatales.

Ellos flipan, ellas se ríen (por no llorar). Ellos no eran conscientes de la lista interminable. Ellas tampoco, porque lo asumen como algo normal, porque la inercia histórica y vital se nos ha agarrado a los entresijos y nos convierte en autómatas. Tres de cada cuatro mujeres sufren de carga mental y la mitad ni lo sabe, porque piensa que es lo normal, porque no parece haber alternativa, porque la vida es así. Y punto.
Hablamos de una carga invisible donde las consecuencias tampoco se ven, pero se notan. Para esa maquinaria mental que tenemos en marcha desde que nos levantamos hasta que nos acostamos lo último es nuestro bienestar. Llego a todo, menos a mis horas de sueño, a mi gimnasio, a mi yoga, a mi peluquería, a mis horas de lectura que tanto disfruto, a mi comida tranquila. Y, en muchos casos, si logras sacar un ratito para darte un gusto, ataca la culpa. Mala madre, vaga, cochina. La culpa no ayuda a nada, la culpa es una mierda como un piano.

Uno de los hombres dice, al observar ese listado interminable, que “A mi me explotaría una vena del cerebro”. Pues a nosotras también nos explotan las venas y los insomnios, y los dolores musculares. Y cosas peores. El batiburrillo mental crónico degenera en depresión, en ansiedad. Y aún habrá quién nos llame histéricas. Cortisol por las nubes, estrés, enfermedades, mal humor. No tenemos tiempo de recordar que hemos venido aquí a ser felices nada más. Y nada menos. Una mente al límite no es una mente feliz. El agotamiento físico se soluciona tumbándote en el sofá un rato, lo del agotamiento mental es más complicado: hemos de cambiar nuestra estructura: la mental y la logística.
En los horripilantes chats de madres, como su propio nombre indica, el 65% son mujeres. Otro elemento más que se suma a la lavadora mental. Todo el día recordándonos que TENEMOS QUE, QUE DEBEMOS DE. Nuestros sueños de deshacen entre malabares cerebrales y acabamos agrisándonos. No nos da tiempo a evaluar la realidad porque se nos come. No somos capaces de profundizar en nuestras vocaciones, de aclarar las ideas, porque tenemos demasiadas. No tenemos tiempo de nutrirnos, de realizarnos, de crecer, de sopesar. La voluntad desaparece en una mente sobrecargada.Y como, además, todas sufrimos el mismo mal, no encontramos un referente al que imitar para acabar con esta majaronería.
Hoy es el Día de la Mujer y, aunque cada minuto de nuestra existencia deberíamos tener presente que nos merecemos lo mejor, nos lo podemos tomar como esas dietas de los lunes, los propósitos de enero, los inventarios de cumpleaños. Vamos a repartir listados, no ya de acciones, sino de pensamientos. Entonemos un discreto mea culpa que nos recuerde que el mundo seguirá girando aunque no lo empujemos. Girará más despacio, girará a trompicones, pero girará. Ser conscientes del peso insportable de nuestro coco es el primer paso hacia la solución, como en todo. Tomar medidas es el segundo.
