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Etiqueta: marea rosa

13/5/19. Sobre la marea rosa y la importancia de ponerse triste (a veces).

lunes con sol

Qué van a pensar de mí.

No hay taller de escritura en el que no asome el maldito “Qué van a pensar de mí”. El del sábado pasado no fue una excepción, básicamente porque no hay día en nuestra vida en el que ese pensamiento de mierda no nos golpee la nuca. Qué me pongo. Qué digo. Cómo me peino. Qué no digo. Mejor no escribo. Mejor no opino. Mejor digo que sí a todos. Voy a hacer lo posible para no disgustar a nadie, qué más da si la disgustada soy yo. Intentaré que llueva a gusto de todos, seré su paraguas, ya me mojo yo. No protestaré demasiado, vaya a ser que alguien se ofenda. Me dejaré arrastrar por los estereotipos y nunca iré contra corriente, que eso es de locas y estar loca es algo horrible. Seré normal, signifique lo que signifique, por más que el aburrimiento me achicharre. Me importará lo que todos, incluso gente que ni conozco, opine sobre mi vida. Viviré la vida que alguien, que no conozco ni sé quién es, diseñó hace dos mil años. No me reinventaré, porque me van a criticar. No gritaré “Y a ti qué coño te importa”, sería una falta de respeto.

Solo una cosita, queridas: NO SOMOS ETERNAS.

La Marea Rosa

El domingo caminé la Carrera de la Mujer. Y digo caminé porque eso es lo que hice: pasear tranquilísima junto a mi amiga Juana, disfrutando de esa marea rosa demoledora que recorrió Madrid para recordarnos que juntas hacemos magia de la buena. Paré, como manda la tradición, en La Mallorquina, para zamparme una ensaimada que el camarero, más que entregarnos, nos lanzó cual frisby. Está claro que vamos allí por lo buenísimos que están los bollos, porque hay que joderse con el servicio. Pero en fin, a lo que íbamos: qué subidón formar parte de algo más grande que una misma. Qué ilusión ver a tanta gente apostada a lo largo del recorrido con carteles de ánimo, aplaudiendo, reafirmando lo rematadamente fabulosas que somos. Cuánto me acordé de todas las amiguis que me leen y me escriben mientras luchan cuales salvajas para curarse. Qué conmovedor ver las camisetas color rosa chillón cubiertas con fotos, con los nombres de las que, a pesar de no correr, estaban allí con nosotras. Y nosotras allí por ellas. 

La tristeza. La paz.

Después de terminar mi Caminata de la Mujer llegué a casa, los niños estaban jugando en casa de un amigo, era domingo. No tenía brunch planeado, ninguna peli nueva que me apeteciera. Mil cosas por hacer, tanto en casa como frente a esta pantalla. Ningunas ganas de ponerme al tajo.

Mientras pateaba la Gran Vía con otras treinta y seis mil mujeres, un amigo me mandó un mensaje. Había visto esa marea rosa en mi Instagram: “Hay que ver, no paras, que te gusta un sarao”. Tampoco es para tanto, pensé yo. Hasta que analicé mi última semana, mi último mes, mi último año y porque del resto no me acuerdo. No paro, es un hecho. Y paré cinco minutos, tirada en mi cama, sin ordenar armarios, sin planear mi agenda, con esos nueve kilómetros pegados a las patas, con las tantas horas del taller del sábado en la sesera, con el cansancio normal de estas jornadas maratonianas. Y algo parecido a una tristeza milimétrica me pellizcó. Hostias, que mi cuerpo y mi coco están tan aferrados a esta inercia que, cuando freno, en lugar de relajarme, me entristezco. O eso creo, o yo que sé. Cuántas me preguntáis cómo soluciono mis bajones. Cuántas veces he contestado que con mi música, con mis amigos y con un puñado de perspectiva. Ayer decidí que no hay nada malo en bajar el entusiasmo junto con las revoluciones, que no iba a hacer ninguna llamada para distraerme, que Celia Cruz se quedaba calladita y que quizás debería plantearme más a menudo que lo que una necesita para equilibrarse anda por aquí dentro. Que hay que mirar en los cajoncitos del alma para decidir qué tiramos, qué ordenamos y, algo aún más importante:  qué asuntos nuevos vamos a meter ahí. Y no porque necesitemos novedades, sino porque las queremos. Nuevos amigos, aficiones nuevas, más viajes, más lecturas, más canciones, muchos más besos, aún más ilusión: puedo vivir sin todo eso, pero no me da la gana.

   
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