Érase una vez…Los cuernos.
Érase una vez un reino muy lejano en el que vivía una princesa bellísima, de rizos de oro y piel de porcelana. La Princesa quería encontrar un príncipe a toda costa ya que sus padres, los reyes, le habían contado desde que era muy pequeña, que solo así sería completamente feliz. Como ella siempre obedecía, pasó media vida observando a todos los nobles que se acercaban al castillo hasta que, por fin, una mañana de primavera en la que el sol brillaba radiante, le vió. Allí estaba su príncipe soñado. Reunía todos los requisitos: era alto, apuesto, heredero de un reino cercano, diestro con la espada y además, se enamoró locamente de la princesa a primera vista. Se fijó fecha para la boda y a partir de ese momento, pasaban juntos todos los sábados por la tarde, caminando por las inmediaciones del Castillo e incluso cenaban junto a los reyes en algunas ocasiones. El resto de la semana el príncipe estaba muy ocupado conquistando reinos y protegiendo los ya conquistados.

La felicidad de la princesa era inigualable. Ya no le podía pedir más a la vida. Así pasó el tiempo y cada vez se acercaba más la fecha de la esperada boda. Los preparativos para la celebración y el banquete eran numerosos y había que ponerse manos a la obra, de manera que la Reina contrató a la mejor costurera del reino para que confeccionara el vestido perfecto para tan grandiosa ocasión.
A partir de ese momento la costurera, llamada Brunilda, visitaba cada día a la princesa para coger medidas, acordar telas e ir probando patrones. Al cabo de un mes, Brunilda y la princesa habían fraguado una bonita amistad, tras horas y horas de charla.
Una tarde en la que las dos jóvenes charlaban animadamente, la princesa quiso enseñarle la foto de su prometido a Brunilda, para que viera lo apuesto y maravilloso que era. Al ver la foto, Brunilda se tornó del color de la harina. La Princesa le preguntó que era lo que le ocurría, a lo que Brunilda le contestó ojiplática: yo conozco a este apuesto joven querida princesa, también le conocen todas las doncellas de mi taller, del vecindario y de la comarca, es más, querida Princesa, su alteza el príncipe SE ESTÁ FOLLANDO A TODO EL REINO Y PARTE DEL EXTRANJERO.

Cómo os podéis imaginar, aquí acaba el cuento de hadas y empieza la realidad, o más bien, EL HOSTIÓN DE REALIDAD. La princesa lo flipó, sin entender como podía ser que su príncipe ideal fuera capaz de hacer eso. Además estaba ocupadísimo con sus rollos de sus reinos y sus cosas. Claro, la pobre no cayó en que los viernes noche, el príncipe no curraba y que eso da para mucho. Además, los sábados tarde era taaaaaaaaaaaaaan puntual y taaaaaaaaaaaan amoroso. Y se iban a cenar y al cine y luego había polvete, de lo más amoroso también, claro. Y se miraban a los ojos y se dormían abrazaditos y blabla.

No tengo muy claro como acaba el cuento pero me gusta pensar que la princesa le manda a tomar por el jander, se dedica a disfrutar de la vida y deja de buscar príncipes de Bekelar o similares. Y si aparece un macho con el que se lo pasa de muerte y encima le pega unos meneos que la dejan loca, pues wonderful oye.

Yo no he conocido así en mis propias carnes muchos de estos príncipes, probablemente gracias a que mis padres LOS REYES, me contaron que yo era una naranja completa, que de princesa nada, que REINA DESDE MI NACIMIENTO, que me dejara de ostias y si encontraba uno con el que fuera más feliz que sola, pues guay, y si no, super guay también. Y desde luego me enseñaron que yo diseño mi agenda semanal (que incluye mis actividades del sábado) y que no estoy a expensas de las agendas de otro. (Véase post anterior y recordemos que somos barqueras)
Pero en carnes ajenas, ojito lo que he visto.
La modalidad “cari, los sábados juntitos que los viernes descanso” es de lo más extendida y, me atrevería a decir, de lo más cachonda. Estos especímenes suelen justificar sus vaivenes sexuales diferenciando entre TRABAJO Y VACACIONES. Tócate los cojones (sorry, no he encontrado expresión más acertada).

Obviamente la novia es el TRABAJO (por supuesto, la novia se zampa los problemas del curro, las gripes, las bodas coñazo, los cumpleaños de los sobrinos e incluso, en casos muy exacerbados, las tardes de fútbol, para esto ya hay que ser muy hijoputa) y los sucesivos chochetes, LAS VACACIONES. Hey, y que conste que no juzgo, noooooooooooooo. Pero vamos a ver… Si a mí me dieran a elegir entre trabajo (con las evidentes connotaciones negativas que el macho en cuestión le da al vocablo) y vacaciones (lo que mola), yo elegiría siempre las vacaciones.
¿Se me está yendo la pinza o es que estáis agilipollaos, queridos novios de sábado? Pero si fornicar a destajo es maravilloso, ¿por qué no dedicarle toda una vida a ello y no sólo los viernes? Dedícale también los sábados y si tienes unas horitas libres entre semana, pues también. Que deja un cutis estupendo, generas serotonina, adelgaza y te quita las ojeras. Yo, porque estoy ocupadísima entre la maternidad, los curros varios, el blog y la vida social, que si no, sería un no parar…
Fuera coñas, desde aquí hago un llamamiento: queridos novios de sábado, sed felices coño. Fornicad a diestro y siniestro, esparcid vuestros fluidos a lo largo y ancho del globo terráqueo. Dejad de conteneros, sed libres y, SOBRE TODO, dejad que vuestras novias lo sean y se dediquen, si lo creen justo y necesario, a fornicar también libremente o a leerse el Vogue, hacerse las uñas, irse con otras amigas libres al cine o en general, a hacer lo que les salga de la chirimoya todos los sábados, domingos y fiestas de guardar.
