Reaprender a relacionarme: simple, pero no fácil.
No podemos elegir lo que no sabemos que existe: repito esta frase cada día por varias razones. Porque, para mí, la felicidad radica en decidir, en elegir, y también en avanzar. Y no hay avance sin conocimiento, sobre nosotras mismas, sobre el mundo, sobre el producto de mezclar todos esos elementos.
La frase aplica a un vestido, a un sueldo, a una ciudad o a una manera de vivir y comportarse. Pasarse la existencia encerrado en uno mismo, en tu burbuja, en lo de siempre, en lo que ya sabes solo lleva a la ignorancia de una vida mejor al otro lado del muro. Al humano le encanta lo conocido aunque lo conocido le joda vivo. Le encanta aferrarse a su “Yo soy así” aunque eso le convierta en la mitad de lo que realmente es.
Los patrones en las relaciones no escapan a esta realidad. Nos tratamos y tratamos teniendo en cuenta lo que nos han enseñado, o mejor, lo que hemos aprendido. Si hemos aprendido dulzura y respeto en nuestra familia, así actuaremos. Si hemos aprendido gritos e imposición de poder, tiraremos por ahí, sometiendo o sometiéndonos. O nos enseñan que podemos decir que no, que hasta aquí, que a mí me hablas bien o dejaremos que nos vapuleen por los siglos de los siglos. O vapulearemos. O las dos cosas.
Lo que nos inoculan en nuestras familias, de pequeñas, determinará quiénes somos el resto de nuestra vida. Qué miedito, ¿no? Tranquila, falta la segunda parte: a no ser que descubras otras maneras de relacionarte y decidas aprenderlas, cueste lo que cueste, porque de todos es sabido que aprender un idioma es mucho más difícil a los cuarenta que a los cuatro. Difícil, pero no imposible. Las ganas todo lo consiguen, y la acción, claro. Nadie dijo que rebelarse no doliera.
El mecanismo es simple, que no fácil. Lo primero: interiorizar el hecho de que la mayoría de los “Yo soy” son en realidad “Yo estoy” o “Me han enseñado que soy”, un poco como la caverna de Platón: no veo todo lo que hay, así que me convenzo de que no hay. Lo segundo es estar dispuesto, querer cambiar, ser una esponja en todos los momentos de nuestra vida; olernos que esas sombras de la caverna me ocultan una verdad que quiero explorar, y echarle ovarios, porque la valentía es otro ingrediente indispensable en esto de cambiar, aunque sea para bien. Porque no todos están dispuestos a aceptar que vas a pirarte del lugar en el que te colocaron: pues tú verás si te acostumbras o te piras, en tal caso: ADIOSITO.
Paralelamente, es necesario generar un criterio que nos ayude a filtrar lo que sí nos gusta y lo que no (los gritos, el cariño, la tensión, la paz, la reflexión, el control extremo, la buena gestión), porque no todo vale. Y validar el criterio, claro, porque la inseguridad nos lleva a buscar aprobación ajena y eso es entrar otra vez en la rueda de hámster. Las opiniones son como los culos, cada uno tiene el suyo y el tuyo es tan divino como todos los demás.
Como siempre, la clave para mejorar está en la observación de esas conductas que nos gustan, que nos atraen más que la que hemos practicado hasta ahora: observamos a la que es ordenada porque eso le facilita la vida; a quien respeta; a quien considera a sus semejantes como semejantes y no como esbirros; a quien es capaz de gestionar sus emociones; a quien cumple su palabra; a quien crea belleza con su presencia, en su casa, en sus conversaciones; a quien es detallista y ofrece un regazo blandito y amable; a quien es educado en cualquier situación; a quien es capaz de decir que no y establecer límites. A las familias que se tratan como familia, y no como un enemigo a machacar.
Observamos y nos convencemos de que podemos ser así, porque queremos ser así, lo que pasa es que no lo sabíamos. Así que vamos a desgranar cada detalle de esas conductas: cómo se organizan, qué es importante para esas personas, qué es lo que siempre hacen y qué es lo que nunca, qué decisiones toman, sus porqués y sus para qués; podemos, incluso, hacerles preguntas, porque seguro que están dispuestos a ayudarnos. Nos contarán, seguramente, que les sale de forma natural porque así lo han vivido desde la cuna. Y nos daremos cuenta de lo importante que es transmitirles lo correcto a nuestros hijos, si los tenemos.
Una vez observado y desgranado todo ese mogollón de comportamientos que nos gustan y queremos implementar, solo nos queda copiar. Ojo, que no se trata de convertirse en otra, sino de reaprender y adoptar una postura vital que nos acerque a esa que queremos ser, a generar vínculos que sean vínculos y no guerras, y no ignorancia, y no Yo mando y tú obedeces, y no competición. A un camino que tenga que ver con lo que es realmente importante para mí y que he ignorado hasta ahora porque me contaron que solo había una manera de vivir y relacionarme, una que me convertía en esclava de esquemas ajenos, que me obligaba a someterme a designios que no tienen nada que ver conmigo.
Ya va siendo hora de conquistar la libertad, querida.