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Etiqueta: salud

Protejamos nuestros cerebros (porque falta nos hace)

El nuestro es un cerebro social. No lo digo yo, sino los neurólogos. Los vínculos humanos son necesarios para tener el coco en forma. Ya lo sospechábamos: las amiguis son vida y protegen nuestra salud mental. Lo escuché ayer en uno de esos vídeos de científicos que me apasionan, porque me encanta confirmar que lo que sospecho es cierto.

Todas conocemos gente aislada, sin ilusión, convencidos de que el mundo está contra ellos, se quedan en la cueva. Amargados, se pasan la vida frente a la televisión, dejando que se les mueran dentro las ilusiones y la alegría. El pesimismo se los zampa vivos. Y un cerebro infeliz es un cerebro enfermo. El ejercicio físico era otra de las armaduras de las que hablaba el señor listo del vídeo. No son solo nuestras carnes las que se benefician del movimiento, nuestras conexiones cerebrales también, así como nuestro ánimo. Cuántas veces hemos salido de casa con un cabreo de narices y, tras un paseo largo, una clase de yoga o unos bailoteos en zumba, sentimos que hemos descargado lo más grande. También nuestra memoria es mejor si huímos del sedentarismo.

Aprender cosas nuevas aumenta las defensas de nuestra sesera. Un idioma, punto de cruz, diseñar páginas web. Lo que sea. Jinchémonos a conocimiento, porque mola y porque nos lo merecemos. Hagámoslo toda la vida, porque el partido no acaba hasta que suena el pitido final.

Controlemos el estrés, disfrutemos de un propósito vital, concentrémonos en el presente. Dedicar un tiempo a aquello que nos apasiona, que hace que el mundo desaparezca porque nos sumimos en ello, ya sea escribir, nadar o coleccionar cromos es gloria bendita para mantenernos saludables. Meditemos diez minutos al día, cuidemos nuestros telómeros. Duremos mucho y bien.

El señor listo nos contaba que hay que cuidar la alimentación, claro. Nada que no sepamos: bien de verduras, frutas y cosas con Omega 3 (ni que decir tiene que, por si acaso no llego a los mínimos, me he comprado unas cápsulas que me van a dejar niquelada). Y dormir ocho horas al día. Dormir es importante. Dormir bien es imprescindible.

Llegados a este punto del vídeo, caí en que el sábado me acosté a la una y me desperté a las siete. El domingo, a las cinco tenía los ojos como platos. Sacar tiempo para hacer ejercicio es todo un malabarismo, lo estoy consiguiendo con mucho esfuerzo.

Lo de controlar el estrés, siendo autónoma y madre soltera con dos hijos preadolescentes que parecen seis, se complica. Ayer, domingo, a las diez de la mañana ya estaba con los pelos de punta, pegando berridos cual personaje de Almodóvar.

Hoy, lunes, le he dado gracias a Dios por el mejor invento del mundo: el cole. Y eso que soy atea. Hace una semana que medito, porque me he apuntado a un curso de Mindfulness: tenía miedo de que un día me explotara un ojo, o una teta en un domingo de esos de mierda paternofilial. Esos diez minutos que me saben a gloria tienen que ser, o a las seis y media de la mañana, o cuando me meto en la cama, porque todo lo que hay en medio es un torbellino para nada zen. Vale la pena. Ni que decir tiene que, de esos diez minutos, consigo no pensar en nada unos treinta segundos. Pero ya mejoraré. Estoy en ello.

Lo de los amiguis lo llevo fenomenal y digamos que me río bastante, espero que eso compense lo del sueño y todo lo demás. En cuanto a la comida, supongo que hacer gazpacho para una semana cuenta como saludable. Del Cola Cao no pienso prescindir, aviso.

El caso, queridas, es que no nos prestamos la debida atención y hemos de ser conscientes de que estos prodigiosos cerebros nuestros necesitan cuidados y, seamos sinceras, ni a él ni al resto de nuestra gloriosa persona le procuramos el tiempo ni el cariño que se merecen. El primer paso: ser conscientes de ello; el segundo: no sentirnos culpables por dedicarnos tiempo (la culpa es una mierda como un piano); el tercero, empezar. Como sea, pero demos cada día un pasito y después, otro.  Nadie lo hará por nosotras.

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