Malditos vecinos
El loro de mis vecinos me tiene hasta el mismísimo toto.
Perdón, el loro y la cacatúa de mis vecinos me tienen hasta el mismísimo toto.
O mejor, la mala educación y la falta de consideración de mis vecinos me tienen hasta el mismísimo toto.

Me molestan sus berridos, sus silbidos, sus “hoooooolaaaaaa”. No puedo desayunar tranquila en mi preciosa terraza, es imposible echar la siesta y ni os cuento lo de concentrarme para escribir aquí.
La administradora de la comunidad les tuvo que llamar la atención porque subían al loro a la piscina, con sus cacas, sus plumas y sus demás cositas…
No sé nada de mis vecinos más allá de que son unos maleducados.
Seguramente son de los que llaman por teléfono en el vagón silencioso del AVE, de los que se cuelan en la cola del súper, de los que no esperan a que los pasajeros salgan del metro para entrar ellos, de los que silban al camarero y hablan muy alto en los restaurantes. Me apuesto lo que sea a que tiran papeles al suelo y fijo que, si han tenido perro, dejaban sus mierdas en la calle. Si tuvieran hijos, serían de los que me muelen los riñones a patadas en los aviones y me dejan sorda con sus gritos histéricos. Son de ese tipo de gente que riega las plantas a mediodía, porque da igual remojar a los transeúntes, y sacuden la alfombra a las cinco de la tarde porque, aparte de remojarnos, es necesario llenarnos de porquería.
No sé si fuman pero, de ser así, echarán el humo a la cara de su contertulio. Conduciendo, serán de los que se te pegan al culo y te dan largas sin parar. En la playa, para qué ponerse auriculares, mejor dar el coñazo con su música a todo quisqui.
No creo que mis vecinos me lean pero, por si hay suerte, terminaré aclarándoles algo a ellos y a cualquiera que tenga dudas sobre qué son los buenos (y malos) modales: VUESTRA LIBERTAD (EN CUANTO A ANIMALES, VOLUMEN DE VOZ, ETC.) ACABA DÓNDE EMPIEZA LA MÍA.
