Descojonarse viva (u otra versión del Mindfulness).
Ayer fue un gran día, que se convirtió en una gran noche, una de esas que compartes con viejos y amadísimos amigos, con algunos recientes e igualmente queridos, y con otros que no lo son, pero que quizás lo sean algún día gracias a veladas como la de anoche, donde la comida lleva a la merienda, a la cena y, si en lugar de lunes, hubiera sido viernes, probablemente al desayuno.
Os lo quería contar deprisa y corriendo porque allí había otro bloguero que, sin duda, reflejará el despiporre maravilloso que vivimos. Quería ser la primera en hacer una reflexión sobre las relaciones humanas, las emociones humanas, la diversión humana, la supuesta madurez humana (y lo que de ella se espera), la amistad humana e incluso los besos humanos.

Pasada la resaca de las carcajadas me quedo con que, durante varias horas, no pensé en nada más que en lo que allí hacíamos, en las historias que se contaban y en no desmayarme de la risa.
Leí hace poco una entrevista a Daniel Goleman, el gurú de la inteligencia emocional, en la que hablaba de su nuevo ensayo “Focus”, en el que expone que la atención es un músculo que debe entrenarse, que las distracciones impiden que desarrollemos tareas de una manera óptima y nos relacionemos de una manera funcional porque siempre hay un correo electrónico, un Whatsapp o similar dispuesto a joder la marrana (él no lo dice así, pero casi). Goleman apuesta por la meditación como herramienta para fortalecer la concentración. Pero señores yo ayer, una de dos, o medité de una manera muy innovadora, o ejercité otra manera de concentrarme: EL DESCOJONE CONTINUO. No lo toméis a broma ni penséis que estoy banalizando sobre el tema, LO DIGO TOTALMENTE EN SERIO.
Goleman también comenta que “En un océano de distracciones, quien aprende a estar atento gana la partida.” Pues bien, AYER LA PARTIDA LA GANÉ YO. (Aquí me da el subidón y pongo “Young Hearts Run Free” a toda castaña mientras escribo) y pienso seguir ganándola.
Yo, que soy dispersa hasta decir basta, sé que la felicidad es anclarme al presente, a ese puñetero segundo que no va a volver jamás de los jamases. Y la risa me agarra los tobillos de este coco disperso y hace que no quiera estar en ningún otro sitio.
Ahora pensaréis que vivo descojonada.
Pos no.
Pocas cosas me generan esa risa tan concentradora o concentrantiva. Sí hay otras actividades gracias a las que el mundo desaparece: bailar como una loca, ver una buena peli, un concierto de Luis Miguel, leer (a Isabel Allende, a Zoe Valdés, a Hosseini…), un beso rollo “Oficial y Caballero”, escribir y escribir…
Y miro alrededor y cualquiera diría que lo tengo, o lo tenemos crudo siendo madres.
Porque no hay tiempo, porque uno no se imagina a una madre bailando a las 3 de la mañana, ni yendo al cine dos noches por semana, ni mucho menos jugando a verdad, atrevimiento o beso un lunes a medianoche.
PUES ME IMPORTA UN HUEVO.

Que yo no he venido aquí a de sufrir, que lo de la reencarnación está muy bien pero yo no me acuerdo de mi último yo, ni de como se lo pasó, y lo mismo le pasará a mi próximo yo.
Conclusión y vamos acabando: que anoche me lo pasé pipa y hoy pienso hacer lo mismo, pero sin trasnochar que la palmo. Y que todos deberíamos buscar esos espacios que nos molan tanto que olvidamos el planeta Tierra y sus vicisitudes.
Ahora esperaré ansiosa el post del otro bloguero, siempre tan ingenioso, lúcido y deslenguado.
Pasad un feliz día de descojone.