Skip to main content

Etiqueta: desamor

Me he enganchado a un gilipollas (y lo sé)

Un clásico, amigas: la cosa empieza con unos mensajitos, con un jijijuju. Estabas aburridilla porque no tonteabas desde hace milenios con nadie y lo bien que va un poco de chispa. No sois los humanos más compatibles del planeta, pero total, si es para un ratito, qué más da. Que yo lo tengo todo clarinete, de este no me engancho, no tenemos ni demasiado tema de conversación. Y un día os líais, la periodicidad de los mensajes se va multiplicando hasta que recibes diez por hora; en un momento dado incluso te agobia, pero pasado ese impás, le pillas el gustillo a que alguien te diga tantas tonterías bonitas. Durante unos días, la oxitocina se te sale por las orejas, es lo que tiene andar fornicando como si no hubiera un mañana. No hay quien te quite la sonrisilla de la cara. Esto no puede ser malo si me hace sentir tan bien y, además, sigo teniéndolo todo controlado.

Que dure lo que dure. Yo encantada. Mientras me divierta, bien, y luego lo dejaré ir sin ningún tipo de drama.

Una mañana, no recibes el “buenos días” habitual y tu estómago empieza a manifestarse: algo me huele mal, pero no puede ser, soy una desquiciada, me imagino cosas, voy a dejar de darle vueltas a esto, solo que no puedo. Le voy a mandar un mensaje preguntando si pasa algo, pero no quiero parecer desesperada, pero si no se lo mando me va a estallar la cabeza. Y se lo mandas.

Y él dice que no pasa nada, que anda liado. Y tú, lejos de quedarte tranquila, le sigues dando vueltas a la lavadora a una velocidad desconocida por el humano hasta ahora. 

Lo que sigue, ya lo conocemos: una comedura de tarro espectacular, se acabó la sonrisilla, una tortilla que no para de dar vueltas por parte de él porque “tú ves fantasmas donde no los hay” y, con suerte, unos días y, sin suerte, unos años más tarde, la cosa se acaba después de haber vivido varios rosarios de la aurora, perdido ni se sabe cuantos kilos y desperdiciado lágrimas por todos los rincones.

En este punto deberíamos retrotraernos a aquel primer momento en el que tu estómago te habló y no le hiciste ni puto caso. Y, muy probablemente, si haces un esfuerzo, recordarás que antes de ese primer revoltijo, hubo algunos de menor fuerza. Olisqueaste algo y lo ignoraste. Sí, amiga, mandaste a tu intuición a tomar por el jander y así te ha ido.

El problema podría resumirse diciendo que, por un lado, no nos enseñaron a hacerle caso a ese montón de neuronas que tenemos en el aparato digestivo, que es del tamaño del cerebro de un gato y que nos avisa de muchos asuntos. Por otro, estamos tan acostumbrados a enfocar nuestra atención en nuestro alrededor, que nos perdemos ante los vaivenes que otros provocan. Las dos cuestiones no dejan de ser la misma, en última instancia: nos preocupamos por controlar a los demás, ignorando que lo único controlable es nuestra persona.

Yo era una tía independiente y feliz y ahora siento que me deshago sin esa persona. El vacío me corroe, no tengo ilusión por nada. Solo quiero que vuelva, aunque sea un gilipollas. Pero es que no quieres que vuelva el gilipollas, sino lo que crees  que ese gilipollas te hacía sentir. Porque no te equivoques, lo que tú sentías era tuyo y tuyo sigue siendo, lo depositaste en un lugar y ahora te toca recogerlo y guardarlo hasta que la ocasión merezca que lo saques a pasear.

El foco en el lugar erróneo es la causa de todos los problemas: ¿por qué hace esto? ¿va a dejarme? ¿habrá encontrado a otra?, por no hablar del catastrófico “¿Qué habré hecho mal?”. Miles de preguntas sin respuesta posible, cuando lo que deberíamos plantearnos es qué tecla ha tocado en nuestro espíritu una persona que, objetivamente, no nos aporta nada significativo. Qué carencia llena esa atención desmedida que nos prestó en un momento dado y a la que nos hemos hecho adictas.

En la respuesta está la curación.

     

Amor o boñiga, esa es la cuestión.

Hace unos días, formulé una pregunta en mi página de Facebook, algo así como ¿Qué gilipolleces habéis hecho por un tío? Y MADRE DEL AMOR HERMOSO, qué cositas tan catastróficas me contasteis. Ojo, que yo podría añadir unos cuantas barbaries a esa lista. TODOS podríamos hacerlo.

Ese listado interminable, junto a las charlas cotidianas, me han llevado a escribir sobre un mal mucho más extendido de lo que parece a primera vista.

Ayer hablaba con un amigo, uno de esos que es carne de mi carne, con el que lo he compartido todo y solo con mirarlo sé si le pasa algo. Me confirmó lo que yo me venía oliendo, que se divorciaba, que hacía tiempo que su vida matrimonial era una mierda como un piano. Solo había que verle en los últimos años: tristón, apagado, desilusionado. Sometido a la espiral de la rutina hasta la saciedad o, mejor dicho, hasta que ha despertado del embrujo, GLORIA AL CIELO, ALELUYA. Él no veía lo que para sus amigos saltaba a la vista. Como siempre en estos casos.

En las mismas está otra de mis chicas, más de veinte años con un psicópata. Sí, psicópata, porque no todos son asesinos en serie, pero sí carecen de empatía, de piedad, de remordimientos, de conciencia, de ética. No son personas, son entes. Y molestan MUCHO.

No están tristes  por separarse, sino por la tomadura de pelo, por haber dejado de ser ellos mismos, por la pérdida de tiempo, por haber estado con un cacho de carne con ojos.

Sus relaciones eran tan absorbentes que incluso se distanciaron de mí (y del resto de la humanidad) durante un tiempo y, no voy a mentir, también yo me alejé en un momento dado: ver como alguien a quien quieres se zambulle en semejante montaña de excrementos nunca fue mi hobbie favorito.

En los dos casos guardé silencio durante años, porque de nada habría servido alertarles. Así de poderosa es la magia negra del “Amor tóxico” que yo he rebautizado como ” Amor Boñiga”, ese que te envuelve, te ciega y, a veces, hasta te cambia, a peor, claro.

A amargado. A insociable. A gris.

Amiguis, no hay vacuna contra el Amor Boñiga. Todos, en algún momento, estamos expuestos a sus tentáculos. Después de leer mucho sobre el tema, creo que puedo resumir en qué consiste y cómo podemos saber si nos acercamos a la caca: Si, al enamorarte, tu mundo se ensancha, es Amor del Bueno. Si, al enamorarte, tu mundo se encoge, es Amor Boñiga. En ese caso, da igual cuánto te cueste abandonarlo, CORRE, MUY RÁPIDO Y MUY LEJOS. Huye antes de que te atrape del todo y te veas compartiendo décadas, hijos y mierdivida con alguien que te resta, te limita y te controla.

Como no quiero que este artículo acabe con tintes dramáticos, desde aquí quiero hacer un brindis por mis amigos y por todos los que en este año van a salir de la boñiga gigante para recuperar el color, las risas, la LIBERTAD que nunca debieron perder.

¡Va por ustedes!

image

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0