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Etiqueta: Lidia San José

Paquita Salas o la importancia de la risa

Andaba yo pensando sobre la importancia de la risa, de tomarnos la vida con humor, cuando he decidido que lo que más me ha hecho reír en los últimos tiempos ha sido la tercera temporada de Paquita Salas. Si no la habéis visto, ya estáis tardando. Y es que los Javis son muy listos, listísimos. Saben que andamos sobrados de dramas y politiqueo, y faltos de descojone del bueno. No hay tantas ocasiones en las que soltemos la carcajada sin poder remediarlo, aprovechémoslas.

Ya va siendo hora de que nos riamos sin complejos, tanto de asuntos sin importancia como de las mierdas que nos toca vivir: de los videos sexuales virales, de la vergüenza e, incluso, de la muerte.

Paquita nos lleva lugares que todos conocemos, de ahí su éxito. Algunos indagan en nuestros entresijos y otros en la geografía externa. Nos acerca a las porras con chocolate, al barrio, al rechazo, a la mediocridad, al autoengaño, a los gloriosos pueblos de España, a los personajes de televisión que formaron parte de nuestra infancia y, por ello, de nuestro imaginario.

Nos habla del supuesto fracaso y, sobre todo, de la lealtad hacia uno mismo y hacia los que nos importan. Paquita habla de esos amigos que son familia, que son plato principal en nuestras vidas. Porque no todo el mundo lo es, algunos son una guarnición que le añade cierta gracia al filete, pero no son filete, nunca lo serán. No saben serlo. Qué importante distinguir a los unos de los otros y dedicarle a cada uno la energía que se merece.

Paquita le arrea un hostión a ese postureo que a mí, particularmente, me pone del hígado. No puedo con la falsedad, con el arrimarse por interés, con la manipulación, con el pretender mostrar y demostrar que eres algo que no eres. Nos muestran el vacío y la soledad, la frustración de que cumplir tus sueños dependa, muchas veces, de gente incapaz de tener en cuenta a nadie que no sean ellos mismos. Desmenuzan al detalle a esos personajillos que valoran al prójimo según lo que hacen, y no según lo que son.

Paquita hace lo único que se puede hacer con el faranduleo, se burla de él, y muy bien, además. Cómo se nota que sus creadores conocen los recovecos de esa masa cuyo alimento es la tontería y las sonrisas falsas. Consiguen que los intérpretes, empezando por Paquita, tengan la valentía de reírse de ellos mismos. Admiramos la valentía. Reímos con la verdad, por absurda y dramática que resulte.

Queremos ser Paquita cuando manda a la mierda, cuando arrea una hostia, cuando llama hijos de puta a los haters. Somos ella cuando nos sentimos abandonadas, ante las injusticias, cuando lo único que nos apetece es reventar a helado, en pijama, ante la tele.

También somos ella cuando decidimos que hasta aquí, que renazco, que tengo los ovarios más grandes que la catedral de Burgos, que me paso por el mismísimo toto la opinión de los demás.

Paquita se ríe, sin complejos, de lo que hay que reírse: de ella misma, de los gilipollas, de la tristeza y del juicio ajeno. Ojalá todas hiciéramos lo mismo.    

Por amor al arte.

portada teatro

Este no va a ser un artículo hilarante, ni ácido, ni reivindicativo. Hoy no analizaré esas conductas masculinas que no nos hacen tanta gracia, no caricaturizaré la maternidad.

Hoy cambio de tercio, amichis. Hoy escribo para dar LAS GRACIAS.

Le doy gracias a la vida, que me ha dado tanto. Me ha dado amigos que confían en mí (incomprensiblemente).

Hoy, 1 de abril, se representan los últimos pases de “Yo Tinder, tú Tinder, él Tinder”, esa obra de microteatro que escribí hace unos meses, muerta de la risa por lo que me contaban mis coleguis sobre la App. Ese texto se podía haber quedado en un cajón, pero no fue así.

Le envié el micro-guión sin previo aviso a mi adorado Manuel M. Velasco, con el que coescribí otra micro-obra  el año pasado. Le pedí que lo dirigiera y ÉL DIJO SÍ inmediatamente, a pesar de que va liadísimo, de que con esto millonarios no nos hacemos, de que es amor al arte PERO DE VERDAD.

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Lo mismo pasó con (mi) Lidia San José, solo que ella aceptó sin tan siquiera leer el texto.

Ole su toto.

Y ole también el toto de Eva Ugarte, nuestra otra actriz, que hizo exactamente lo mismo con la agravante de que no me conocía DE NADA, solo había leído un post en estas Claves: “Ni puta, ni monja”. Parece que le gustó. MENOS MAL.

Los tres confiaron en mí y se lo agradezco desde el fondo de mis entresijos.

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Ellos, pedazo de profesionales que chorrean experiencia, van y se suben conmigo (que hace tres días que escribo) a ese vagón en el que dos desquiciadas graciosísimas elucubran sobre las bondades de Tinder.

Y lo que nos hemos reído…

Gracias, Mis Amores, por tomároslo tan en serio, por ser tan cómplices, por hacer que el público se descojone en cada pase.

Yo tinder, tú tinder, él tinder_02

Hoy termina esta micro-aventura y voy a echar mucho de menos a Lucía y Ana, esas pasajeras que yo imaginé y que Lidia, Eva y Manu, han mejorado hasta el infinito Y MÁS ALLÁ.

En un mes os estoy enviando otra micro – majaronería. Estáis avisados.

Cartel_YoTinder_TuTinder P. D.: Gracias a Microteatro por Dinero, por darnos esta oportunidad. Sois muy guapos. P. D2.: Gracias a Nacho Reina, por diseñar el mejor micro-poster EVER. P. D3.: Sin vosotros, los micro – espectadores, no nos comeríamos un torrao. GRACIAS.  

Los Lunes de Sol

los lunes de sol

“Por qué me resulta extraño decirle a la noche adiós” reza la canción. Pues a mí no sé si me resulta extraño pero últimamente me cuesta la vida retirarme a una hora decente. Vamos, que me cuesta tanto que no lo hago. La última noche que me secuestró fue la del pasado lunes.

A lo loco.

  los lunes de sol

Parece que los lunes tienen algo alevósico y juerguista últimamente. Solo tenemos que recordar el anterior LUNES DE LENTEJAS. En esta ocasión el evento no iba de legumbres, sino de premios, de cine, de aplausos.

Y acaba la gala, y empieza el despiporre.

AGAIN.

Me parece apasionante que el día de la semana más odiado, el asqueroso Monday, se haya convertido en el inaudito momento del desorden semanal.

A diferencia de la canción, no veo esta racha de diversión nocturna post-cuarenta como algo tóxico, sino todo lo contrario. Es una decisión consciente y voluntaria tomada tras mi periodo de ostracismo antinoctámbulo.

Ya fui, volví, subí y bajé. He salido como una loca y me he encerrado en mi cueva, convulsionando ante cualquier plan postmedianoche. He dado volteretas de aburrimiento, he muerto de la risa y he resucitado con las responsabilidades apretándome el pescuezo. He sufrido por amor, por desamor, por los exámenes, por las broncas de mi madre, por la incertidumbre del futuro y por las mochilas del pasado. He sido la oveja negra, la empollona, la graciosa, la responsable, la marchosa, la guarra, la amiga que se va y la que nunca se irá, la novia sumisa, la amante lasciva, la hija perfecta y la madre majara.

Ya he sido muchas cosas, quizás demasiadas.

Y ahora soy yo, en minúscula, sin grandes aspavientos ni reivindicaciones. Se acabó el concurso. Mi yo, que no mi vida, es calma chicha. Ya no quiero ser la más alta, la más guapa, la más lista, la más buena.

Ahora solo soy la más yo.

los lunes de sol

La nocturnidad en la inmadurez (que se puede dar a cualquier edad, no nos engañemos) genera severas tensiones: qué me pongo, dónde vamos, quién va, irá el que quiero que vaya… Ahora, en lugar de todo eso está LA NADA. LA MARAVILLOSA NADA: el convencimiento de que si has decidido compartir tu tiempo con otros seres es porque así lo quieres y no porque toca. La tranquilidad de que si la ocasión se atasca y no aporta diversión, te vas a casa antes de que amanezca sin trauma alguno. El no esperar nada, en este caso, lo es TODO.

los lunes de sol

El solo ocuparse de pasarlo bien puede sonar superficial, egoÍsta e incluso gilipollas. Yo prefiero pensar que por fin ha llegado la tan ansiada LIBERTAD. Con mayúsculas. LIBERTAD para decidir, para dilucidar, para distinguir e incluso para intuir y ya no dejarte llevar, sino llevarte. Se acabó el  “Ay quién maneja mi barca”. Mi barca es mía, así que la llevo yo, que  lo mío me ha costado ser capitana.

Y la barca pesa un huevo. A veces se le fastidia el motor o se me resiste el timón. Nadie dijo que fuera fácil. Aún así, yo decido a dónde, por dónde y con quién voy. Que si otro decide mi rumbo, llegaré a su destino y no al mío. Me da PÁNICO imaginar que al echar la vista atrás veo cómo mi vida controló a mí y no a la inversa.  Que al pasar la barca le dije al barquero, yo no soy bonita ni lo quiero ser. Quiero ser barquera.

He dicho.

¿Y tú? ¿Te has hecho ya con tu brújula?

La Regeneración y el Manhattan: magia en Nueva York

Y mira que una fantasea con que escribe desde New York y me doy cuenta de que ahora que estoy en la city no se me había ocurrido hacer la fantasía realidad. Seré melona…

Pero hoy me he iluminado y aquí estoy, en mi silla habitual de desayuno, frente al Empire y escribiendo. Espero que el Universo capte el mensaje y me deje repetir este momento infinitas veces más.

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Y al fondo…el Empire

En los escasos diez minutos que separan mi hotel del Pain Quotidien donde estoy sentada frente a mi Ipad, mis tostadas Five Grain y mi té con leche, me he dado cuenta de que aquí y ahora confluyen la mayoría de los contenidos de mis artículos que, al fin y al cabo, no son más que dibujos de lo que me motiva en la vida.

Para empezar,  I made things happen: he atravesado los 6.000 km. que me separan de mis cada vez más adoradas Golondrinas Niuyorkinas, para vivir un momentazo al que me aferro con uñas y dientes.

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Podría extenderme eternamente contando cuanto adoro Nueva York y lo que molan las tiendas, los musicales, los rascacielos…pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Por arte de magia, el pasado viernes estuve en una cena que fue algo así como revivir las secuencias más notables de mi vida. Allí estaban la Madre Niuyorkina: mi amiga y confidente desde hace 23 años. Concretamente desde un jueves en el que apareció en el bar de la Facultad de Derecho de Barcelona, preguntando quién salía esa noche. Obviamente levanté la mano. Y nunca nos volvimos a separar. Y fijaos que yo vivo en Madrid y ella en Manhattan desde hace 15 años. Pero lo mantengo, NUNCA NOS VOLVIMOS A SEPARAR.

Mi otra Golondrina estaba allí también. Mi amada y admirada Carmen , que viajó desde nuestra Ibiza hasta la Gran Manzana para ser cineasta, que tan orgullosos nos tiene con sus mogollones de premios (Emmy incluído)  y que tanto tiene que ver con esta etapa de mi vida, en la que me anima, me aconseja y me empuja para que escriba y escriba y escriba…

No podía faltar  Lidia, la actriz, mi  asesora de actividades artístico-culturales, compañera de proyectos presentes y futuros,  siempre de buen humor, que se unió al viaje porque si se pierde una la palma (literalmente), a la que le sobra entusiasmo y por eso me lo contagia cada día (y muchas noches).

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Lidia San José en su sosiego habitual

Para acabar, EL MAGO. Al que ahora admiro más por las risas que me genera, que por salvarme la vida en las lejanas Rusias ( y no es que no valore mi existencia, es que es muy gracioso).  Quién me iba a decir a mí que tres años después del salvamento, íbamos a estar cenando en el Craftbar de super Tom Colicchio. Él es la prueba viviente de que solamente hay que estar atento para ver que todo está escrito y que los círculos se cierran solitos (si tú no lo impides, claro).

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Estos encuentros en los que mezclas colegas que no se conocen entre ellos pueden ser peligrosos. Que a ti te parecen todos ideales y de repente entre ellos se odian y quieres morirte. Pero no fue el caso. Todo lo contrario. Entre charlas sobre Junot Díaz, relatos escabrosos sobre los ex respectivos, comentarios escatológicos (que me pueden encantar) y muchas risas, se nos pasó la noche sin que me acordara del jet lag.

En un momento dado tuve la extraña sensación de que veía toda mi vida pasar y pensé “ostias, a ver si es que la voy a palmar en breve”. Pero no en plan mal rollo, sino como “joder, qué suertuda soy. No imagino a nadie que pueda estar mejor acompañado que yo en este momento”. No estaban todos los que son pero sí son todos los que estaban…

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Maravillosas albóndigas de Craftbar

No sé muy bien como transmitir el entusiasmo, o la felicidad, o la plenitud que viví en ese rato, ni el regusto tan maravilloso que se me ha quedado y que sigo teniendo ahora que he vuelto a Madrid.

Sí, empecé a escribir frente al Empire pero no era cuestión de pasarme todo el día allí, que hay que vivir para poder escribir.

Yo que soy ostracista hasta la médula, que elijo con sumo cuidado con quien comparto mi tiempo y que no me corto un pelo en pirarme si la compañía no me parece la óptima, disfruté como una perraca observando la reunión como espectadora activa, segura de que ninguno de los componentes de mi Dream Team era consciente de lo que cada uno de ellos representa para mí, y mucho menos de lo maravilloso de su agrupación.

Imagino que he escrito esto, en parte, para contárselo. Creo que es importante posicionarse en la vida, gritar que SÍ a los que sí y por supuesto NO a los que no (ese será otro post). Esto debe tener que ver con mi obsesión de que la vida son dos días (uno con gripe) y que lo de perder el tiempo con algo o alguien que no mola me da bastante yuyu.

Hay dos cosas que me regeneran más que nada en el mundo: la primera es Nueva York. Perderme por sus calles, irme a Central Park y pasarme las horas delante de mi Bow Bridge, en encefalograma totalmente plano. Punto muerto para variar. Coco vacío totalmente. La segunda es pasar un rato de complicidad y carcajadas con gente a la que admiro y aprecio (o amo locamente en algunos casos).

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Mi sitio favorito en el mundo mundial.

Si ambos momentos regeneradores se unen, ya es el no va más. Estoy convencida de que el viernes gané años de vida a base de crear células nuevas, todas monísimas y muy risueñas.

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Golondrinas from Brooklyn. Amor a raudales

Y espero la ocasión se repita. En el mismo sitio o en otro mejor, con los mismos componentes y/o con otros, en este caso inmejorables.

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