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Etiqueta: New York

12 razones por las que adoro Nueva York

12 razones por las que adoro Nueva York

Se acerca el (horrible) momento de abandonar Nueva York, el lugar que me ha adoptado durante varias semanas. Por motivos que ya os contaré, este tiempo que he pasado aquí marca un punto de inflexión en mi vida. Qué menos que rendirle un homenaje recordando solo unas pocas de las muchas razones por las que adoro esta ciudad que tantos regalos me hace cada día.

  1. Hay gente de todos los colores. No me siento extranjera porque aquí conviven todas las razas e idiomas del mundo. Si te plantaran en medio de Nueva York sin decirte en qué país estás, nunca lo adivinarías.
  2. Es la ciudad que nunca duerme, LITERALMENTE. Eso, que para algunos pudiera resultar agobiante, a mí me encanta. Los insomnes nos sentimos acompañados en una ciudad también insomne. A las seis de la mañana, Central Park está lleno de gente corriendo o paseando a su perro, puedes ir al supermercado a las tres de la mañana, Starbucks abre a las cinco…
  3. Es una ciudad “caminable”. Si algo tengo claro a mis cuarenta y tres palos, es que NO me gustan los lugares donde el coche es imprescindible. Ya viví un año en un infierno como ese Y NUNCA MÁS. Puedes patearte Manhattan de arriba a abajo sin problema y trasladarte al resto de Nueva York en transporte público. Maravilla.
  4. En los lugares donde se camina por la calle, la gente es más sociable. El hecho de cruzarte cada día con tantos humanos, te abre la sesera. No es raro que, sin conocerte de nada, un desconocido te hable. No sé si le pasa al resto, pero a mí me alaban los ropajes. Este verano le ha tocado a mi falda vaquera de Zara. Las chicas me dicen lo bonita que es y dónde la he comprado. Hace dos inviernos le tocó a mi bufanda blanca y plateada, hace tres a mi abrigo rojo…
  5. Nueva York está diseñada para que los transeúntes la disfruten. Me encantan esas fuentes de los parques infantiles donde los niños juegan y se empapan en verano. No sé por qué no les copian en Madrid, me darían la vida. El tema de las mesas y sillas situadas por medio Manhattan para que cada uno las use como mejor le convenga es otro puntazo.
  6. Que sí, que ya lo sé, que aquí los camareros viven de las propinas y por eso son tan amables, pero joder, da gusto que te traten bien. Lo mismo en las tiendas: no te miran mal porque vayas en mochila y chanclas, es más, hasta te saludan sonrientes cosa que, quieras que no, se agradece MUCHO.
  7. Central Park. Sí, quizás a algunos les parezca ridículo pero el parque es, para mí, parte esencial de mi amor por Nueva York y esto no ha hecho más que crecer durante las últimas semanas. Él ha sido mi compañero cada mañana y muchas tardes. No hay mejor ansiolítico que mirar ese Reservoir o plantarme en el mirador frente a mi Bow Bridge. Algo kármico me une a esta selva urbana.
  8. Los musicales. Para una majara de la música, el cine y el teatro como yo, Broadway es el paraíso terrenal. No solo disfruto la obra mientras la estoy viendo, sino que me quedo atontolinada toda la semana siguiente. Esta vez, el descubrimiento ha sido “Kinky Boots”, aún sueño con Lola, la/el protagonista. Desde que la vi, solo quiero ser una Drag Queen negra.
  9. Los muffins (o mega magdalenones) de Magnolia Bakery. Yo era fan de los de plátano y nueces pero ahora muero por los de manzana y arándanos. Todo muy sano y frutal. Nada de azúcar, noooooooooooooo. Ya que estamos con el tema gastronómico, qué vivan las albóndigas de Crafbar. Y los huevos Benedict de Sarabeths´s. Y la carne de Gaonnuri. Y…. Y ASÍ ME HE PUESTO DE ORONDA.
  10. Los tíos buenos. Esto no es normal, chiquis. Venir en verano a esta ciudad es un no parar de ver cuerpos fibrados por doquier. El otro día casi infarto en el supermercado, más concretamente en la sección de frutería: había un pedazo de bigardo con camiseta de tirantes, brazos indescriptibles, altura aproximada de 1.90, morenazo, con unos morros… A mí, porque se me ha muerto aquello , que si no, abuso de él sobre las zanahorias y los puerros. En el parque, ni os cuento… Ahora con el calorazo, corren sin camiseta. NO DIGO MÁS.
  11. Podría dar mil motivos y ninguno sería aquel por el que siento que aquí, soy más yo que en ningún sitio. Aquí soy capaz de reflexionar sin prisas, de inspirarme, de escribir a chorros. Aquí los sentidos se me disparan tal cual fuera Spiderman. Veo más, oigo más. Quizás fui neoyorquina en otra vida, o puede que mi amor por los superhéroes me arrastre a este enamoramiento infantil o, a lo mejor es que un culo de mal asiento como el mío es feliz en una ciudad donde sentarte, te sientas poquito.
  12. Por último, lo más importante: MIS AMIGAS. Esas golondrinas que emigraron hace años a este lugar tan fabuloso como caótico constituyen el 90% de mi debilidad por estos rascacielos.

Cuando en pocos días, esté sumergida en mi vida real, lo que más recordaré de este viaje, sin duda, será mi tiempo con ELLAS: nuestras risas, esas charlas interminables a la puerta del metro, los picnics tiradas en la hierba de Bryant Park, las caminatas por medio Manhattan, las pizzas en caja de cartón frente al Flatiron Building, las velas encendidas en Saint Patrick´s, aquella azotea donde me mangaron la visa, los mapaches que nos acechaban en Central Park.

Que lo sepáis: ese par de maravillas son las grandes culpables de que yo esté escribiendo estas líneas.
Y aún mejor, de las que me quedan por escribir.
carrie

Pato´s life: el ideal de una madre estresada.

PATO´S LIFE: el ideal de una madre estresada

Empiezo este post en la puerta de embarque número 6 del JFK.

Sí, he vuelto a Nueva York. Lo hago de forma compulsiva o eso quisiera. ¿Algo nuevo? Ahí siguen mi Bow Bridge, el edificio Chrysler y el puente de Brooklyn. Soy yo la que va cambiando y la que, afortunadamente, se renueva en estos lares.

Por lo demás, clásicos que adoro: las visitas de Carmen para rajar despanzurradas en las mega camas del hotel, nuestras quedadas en la puerta del Barnes & Noble de Union Square para decidir donde vamos (qué bonito que te importe un huevo el emplazamiento), las cenas en Craftbar, reír hasta llorar (e incluso soltar gotillas de pis) con la Madre Niuyorkina en cualquier banco callejero…

Algo tenemos en común estas tres personajas: somos de todo menos pausadas, nos zampamos el exceso, pero A LO BESTIA. Curramos hasta enfermar, asistimos a cursos variopintos, proyectamos mil futuros, siempre más y más y más. La vida se nos hace corta.  No tenemos solución en lo que actividad masiva se refiere, y las tres nos planteamos lo mismo again and again: ¿será posible ser una desquiciada sin estresarse? ¿asumir la actividad despiporrada, el trabajo, la maternidad en plan salvaje pero sin que eso nos genere nervios, ansiedades, herpes, granos en el jeto…?

Yo me lo propuse ayer por la mañana en Central Park. Estaba yo en Mi Banco, mirando Mi Puente, el laguito, zampándome un croissant del tamaño de mi cabeza, cuando vi los patos. Esos patos con el cuello verde en grupos de a tres cruzando el lago, deslizándose en paz absoluta, mirando y ADEMÁS VIENDO.

Les miré muuuuuuucho rato y seguían deslizándose y les daban igual los rebaños de japoneses que me tapaban la vista para hacerse 584 fotos (cada uno), las ancianas millonetis con sus perros repeinaos, los deportistas buenorros, los carritos de hot dogs, los estudiantes, los enamorados, yo misma.

Y quise ser pato. PARA MIRAR Y ADEMÁS VER. Para que el móvil, el reloj, la búsqueda de las llaves al salir de casa, el metro que no llega, la bombilla que se funde, el ordenata que no arranca, el cargador olvidado, no me sacaran de quicio nunca más.

¿Jodido? TOMA, CLARO.

En esos momentos una piensa que esta vez sí, que ya sabe lo que quiere y que se va a quedar anclada a la Sensaciónpato forever. Pero eso fue en Central Park y ahora estoy en Chamberí (me encontré con amigos en la puerta 6 del JFK y dejé la escritura para otro momento). Dos semanas después retomo el teclado y la Sensaciónpato. Hoy sí. Hoy no me desquicio. Hoy voy a ver Madrid, voy a escuchar y a escucharme. Hoy no apuraré los minutos para hacer “esa última cosita” antes de salir por la puerta, que me fastidiará irremediablemente la hora siguiente porque, JODER ¡QUÉ MIERDA!, es imposible parar el tiempo por mucho que yo lo intente.

Asumamos que es imposible plancharse los pelos en 2 minutos, hacer la comida en 3 o responder ese maldito mail en 4. Ahora mismo asumo que, aunque seguiría escribiendo y repasando y reescribiendo, el reloj no se va a parar aunque yo apriete los dientes. Y tengo que preparar la cena, ducharme, ponerme mona y salir de casa cagando fostias. Asumiré también que no me da tiempo a colgar todas las fotos que irían bien en este post y que nadie me juzgará por ello.

La Regeneración y el Manhattan: magia en Nueva York

Y mira que una fantasea con que escribe desde New York y me doy cuenta de que ahora que estoy en la city no se me había ocurrido hacer la fantasía realidad. Seré melona…

Pero hoy me he iluminado y aquí estoy, en mi silla habitual de desayuno, frente al Empire y escribiendo. Espero que el Universo capte el mensaje y me deje repetir este momento infinitas veces más.

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Y al fondo…el Empire

En los escasos diez minutos que separan mi hotel del Pain Quotidien donde estoy sentada frente a mi Ipad, mis tostadas Five Grain y mi té con leche, me he dado cuenta de que aquí y ahora confluyen la mayoría de los contenidos de mis artículos que, al fin y al cabo, no son más que dibujos de lo que me motiva en la vida.

Para empezar,  I made things happen: he atravesado los 6.000 km. que me separan de mis cada vez más adoradas Golondrinas Niuyorkinas, para vivir un momentazo al que me aferro con uñas y dientes.

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Podría extenderme eternamente contando cuanto adoro Nueva York y lo que molan las tiendas, los musicales, los rascacielos…pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Por arte de magia, el pasado viernes estuve en una cena que fue algo así como revivir las secuencias más notables de mi vida. Allí estaban la Madre Niuyorkina: mi amiga y confidente desde hace 23 años. Concretamente desde un jueves en el que apareció en el bar de la Facultad de Derecho de Barcelona, preguntando quién salía esa noche. Obviamente levanté la mano. Y nunca nos volvimos a separar. Y fijaos que yo vivo en Madrid y ella en Manhattan desde hace 15 años. Pero lo mantengo, NUNCA NOS VOLVIMOS A SEPARAR.

Mi otra Golondrina estaba allí también. Mi amada y admirada Carmen , que viajó desde nuestra Ibiza hasta la Gran Manzana para ser cineasta, que tan orgullosos nos tiene con sus mogollones de premios (Emmy incluído)  y que tanto tiene que ver con esta etapa de mi vida, en la que me anima, me aconseja y me empuja para que escriba y escriba y escriba…

No podía faltar  Lidia, la actriz, mi  asesora de actividades artístico-culturales, compañera de proyectos presentes y futuros,  siempre de buen humor, que se unió al viaje porque si se pierde una la palma (literalmente), a la que le sobra entusiasmo y por eso me lo contagia cada día (y muchas noches).

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Lidia San José en su sosiego habitual

Para acabar, EL MAGO. Al que ahora admiro más por las risas que me genera, que por salvarme la vida en las lejanas Rusias ( y no es que no valore mi existencia, es que es muy gracioso).  Quién me iba a decir a mí que tres años después del salvamento, íbamos a estar cenando en el Craftbar de super Tom Colicchio. Él es la prueba viviente de que solamente hay que estar atento para ver que todo está escrito y que los círculos se cierran solitos (si tú no lo impides, claro).

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Estos encuentros en los que mezclas colegas que no se conocen entre ellos pueden ser peligrosos. Que a ti te parecen todos ideales y de repente entre ellos se odian y quieres morirte. Pero no fue el caso. Todo lo contrario. Entre charlas sobre Junot Díaz, relatos escabrosos sobre los ex respectivos, comentarios escatológicos (que me pueden encantar) y muchas risas, se nos pasó la noche sin que me acordara del jet lag.

En un momento dado tuve la extraña sensación de que veía toda mi vida pasar y pensé “ostias, a ver si es que la voy a palmar en breve”. Pero no en plan mal rollo, sino como “joder, qué suertuda soy. No imagino a nadie que pueda estar mejor acompañado que yo en este momento”. No estaban todos los que son pero sí son todos los que estaban…

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Maravillosas albóndigas de Craftbar

No sé muy bien como transmitir el entusiasmo, o la felicidad, o la plenitud que viví en ese rato, ni el regusto tan maravilloso que se me ha quedado y que sigo teniendo ahora que he vuelto a Madrid.

Sí, empecé a escribir frente al Empire pero no era cuestión de pasarme todo el día allí, que hay que vivir para poder escribir.

Yo que soy ostracista hasta la médula, que elijo con sumo cuidado con quien comparto mi tiempo y que no me corto un pelo en pirarme si la compañía no me parece la óptima, disfruté como una perraca observando la reunión como espectadora activa, segura de que ninguno de los componentes de mi Dream Team era consciente de lo que cada uno de ellos representa para mí, y mucho menos de lo maravilloso de su agrupación.

Imagino que he escrito esto, en parte, para contárselo. Creo que es importante posicionarse en la vida, gritar que SÍ a los que sí y por supuesto NO a los que no (ese será otro post). Esto debe tener que ver con mi obsesión de que la vida son dos días (uno con gripe) y que lo de perder el tiempo con algo o alguien que no mola me da bastante yuyu.

Hay dos cosas que me regeneran más que nada en el mundo: la primera es Nueva York. Perderme por sus calles, irme a Central Park y pasarme las horas delante de mi Bow Bridge, en encefalograma totalmente plano. Punto muerto para variar. Coco vacío totalmente. La segunda es pasar un rato de complicidad y carcajadas con gente a la que admiro y aprecio (o amo locamente en algunos casos).

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Mi sitio favorito en el mundo mundial.

Si ambos momentos regeneradores se unen, ya es el no va más. Estoy convencida de que el viernes gané años de vida a base de crear células nuevas, todas monísimas y muy risueñas.

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Golondrinas from Brooklyn. Amor a raudales

Y espero la ocasión se repita. En el mismo sitio o en otro mejor, con los mismos componentes y/o con otros, en este caso inmejorables.

La Madre Niuyorkina. Capítulo 1.

Agradecida y emocionada os presento a la Madre Niuyorkina en su primera (espero que no última) colaboración en estas Claves.

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He sentido la presión…cada día con más fuerza, y justo ahora que me he sentido plenamente realizada quería responder a tu llamada. El gran momento “aha”, como le llaman los americanos, acaba de materializarse en forma de dos baguettes crujientes de mi horno a 450 grados Farenheit y una sopa de pescado con un sofrito maravilloso que espero que se coman los pollos (los mios 3, claro está). Son las 10:35pm, y me queda todavía la disyuntiva de si le pongo fideos o arroz a la sopa. Claramente el tema merece una buena pensada. No se si mis momentos aha tan interesantes valen la letra de oro del blog, asi que voy a cambiar de rumbo…

Os podría contar que la vida en NY con pollos sigue la dinámica de la vida con pollos en cualquier lugar del mundo, aunque la presión no es tanto para la madre (el padre que escriba sus reflexiones en otra entrada, que esta es mía) sino para los niños.

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Madreando en NYC

Lunes cole hasta las 3, baseball y piscina (porque? Me preguntan, tenemos que ir a la piscina cuando ya sabemos nadar?, pues porque tienes que seguir practicando que no quiero que te olvides y después te me ahogues, respondo. Caso cerrado.) Cena a las 6:30pm, deberes del cole y deberes extra de refuerzo, no sea que pierdan el ritmo que lo del cole es demasiado sencillo).

Martes, jornada normal y por la tarde a la clase de refuerzo a que te corrijan los deberes de la semana y te den para una semana más.

Miércoles, clase de español gracias al Gobierno de España, una hora y media semanal, deberes del cole y refuerzo.

Jueves, clase particular de mates, no sea que se encallen al sumar, deberes del cole y refuerzo.

Viernes piscina y refuerzo y, finalmente, pobres crios, sábado, 4 horas de cole de español.

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Central Park

Uno se pregunta si es necesario, si no sería mejor dejarles, se plantea si esta vida de trabajo ya de tan chiquitines no hará que de mayores quieran sólo hacer lo que yo (disfrutar al máximo hasta que ya es necesario ponerse las pilas y ser serio, o bien les estás educando para lo que ya viene, que es un mundo con serias crisis cíclicas. Tengo que acotar que no se han quejado, que comen chocolate y piruletas y que tienen muchos amigos.

Cuento esta perorata de horarios para contar que NY te hace realmente pensar en lo que tú como madre quieres para tus hijos y permite, en general, que actues en congruencia con lo que has decidido sin tener que dejarte llevar porque la sociedad no acepta tu plan. La diversidad en el plano educacional pasa por familias que “no creen en los deberes” y sus hijos hacen lo que quieren a partir de las 3pm, por familias que quieren que sus hijos sean los número 1 y se desviven por ello (ejemplo “tiger moms”), hasta familias que por su religión o estilo de vida deciden que su hijo no vaya al colegio y traen la educación a casa (“homeschool”).

Lo que descubrí, por último, la semana pasada era la posibilidad de que tu hijo esté “unschooled” en algunos lugares y por padres más radicales o woodstock. Vaya, de todos los colores. NY te dá todas estas posibilidades sin perder el foco en el mundo, en las diferentes razas, culturas (porqué no celebramos Hannukah? Viva Kwanza!), idiomas (con 4 años imitan diferentes acentos) y les abre las puertas a un mundo para que lo vean como uno, sin prejuicios. NY permite que las madres lo compren TODO por internet y les llegue al día siguiente, comprar leche a las 4 de la mañana sin tener que doblar muchas esquinas y que el mensajero de la farmacia te traiga a tu trabajo unos repuestos para el sacaleches que te has dejado en casa esa mañana. La flexibilidad no tiene precio. Aish, bueno si, tiene precio, pero vale su precio en oro.

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