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Reflexiones de una majara

Yo quiero bailar toda la noche.

Yo quiero bailar toda la noche.

Hace años que no salgo por la noche. Yo, la que cerraba todos los locales habidos y por haber, Afters incluidos. La que volvía a casa con las medias por los tobillos porque se cargaba la suela de tanto bailar. Dos hijos son muchos hijos en lo que a cansancio se refiere. Despertarse una hora antes que ellos para olisquear el oasis de paz y silencio valía más que cualquier copeteo.

Ellos crecieron y, hace justo un año, con ocasión de mi cumpleaños, declaré formalmente que aquí la Aguirre volvía a salir por las noches; no cada semana, pero seguro cada mes. Los niños son mayores, se levantan tarde, vuelvo a la vida. Al baile, al karaoke, a callejear las madrugadas malasañeras como yo sé hacerlo.

Pero se me jodió el plan. Y ahora que se acerca mi cumple otra vez, me encuentro contándome mentirijillas piadosas: a mí el toque de queda me la trae floja porque yo a las diez estoy en la cama. Y es cierto. Ya que no puedo desgañitarme en un karaoke, prefiero ver amanecer a dejarme los ojos en Netflix hasta las tres de la mañana. Creo. Porque ahora que lo leo no me parece tan mal plan. El caso es que lo que me escuece no es no poder salir por la noche, que también, lo que me jode soberanamente es que no haya nadie que lo haga por mí. Nadie maquillándose emocionada a las nueve de la noche mientras escucha el musicón que bailará más tarde, escogiendo modelito.

Nadie llegando a un garito superruidoso a las dos de la mañana. Nadie morreándose con desconocidos simpatiquísimos. Nadie volviéndose loca porque en la discoteca ponen su canción favorita por cuarta vez esa noche. Nadie volviendo a casa con los zapatos en la mano y el rímel por la barbilla, como yo solía hacer. O contándole historietas al taxista, que escucha descojonado vivo. Nadie.

No hay posibilidad de vivirlo y eso es peor que no vivirlo. La fatiga pandémica está hecha de incertidumbre, cansancio y falta de pistas de baile, sean propias o ajenas. Estamos tristes también por solidaridad con todas aquellas que, en esta noche de sábado, lo darían todo en la barra del bar, por ellas y por todas las hermanas que hoy no saldrían, pero que comparten ese amor por la nocturnidad y el despiporre.

Decía Javier Aznar en un artículo que llevamos demasiado tiempo sin ver a nadie venirse arriba en una pista. Tal cual. Podemos bailar en casa, y lo hacemos, pero somos animalitos gregarios, nos contagiamos también de lo bueno. De la alegría, del griterío, de la verbena.

Yo quiero bailar toda la noche, como decían Sonia y Selena. Quiero recorrer diez bares en una noche, porque me encanta peregrinar por Malasaña. Y lo haré. Y lo haremos. Deseo muy fuerte que no se nos olvide que hubo un tiempo en el que un bicho rarísimo decidió por nosotras y nos dejó en casa, sin taconeo, sin música altísima, sin abrazos porque sí. Sin las mejores risas que son las que te echas mientras desayunas una hamburguesa a las siete de la mañana justo antes de acostarte, con el pelo revuelto y una sombra extraña en lugar del maquillaje que había siete horas antes.

Tengo muchísima curiosidad por saber cómo será ese primer momento en el que podamos volar, literal y figuradamente. Viajar, organizar comidas con treinta personas, arrearnos dos besos a cada minuto, salir como si no hubiera un mañana ¿Lo haremos? ¿Nos habremos desacostumbrado al fiestón o lo perfeccionaremos hasta límites insospechados? Yo, que siento que mi bestia está adormilada, pero no muerta, voto por lo segundo. Si os pasa lo mismo, nos vemos por Malasaña.

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