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Humor

8 signos inequívocos de que eres un desastre de madre (COMO YO)

8 signos inequívocos de que eres un desastre de madre (COMO YO)

Sí, amigas, esto de las Madres Perfectas no es una moda pasajera. Las muy cabronas han llegado para quedarse. Para quedarse y para que nos sintamos culpables porque no somos como ellas. Pero no lo van a conseguir. Porque nosotras, las Imperfectas, somos mayoría, o al menos eso pienso yo para consolarme. Si no tienes claro si eres una Madre Perfecta o una Mala Madre de tres pares, aquí unas pistas.

Tu mejor momento del día NO es desayunar con tus retoños. Es más, te pone del hígado. Tú solo quieres tomarte tu tostada tranquila, sin pegar berridos o limpiar la leche del mantel trescientas veces. No, tú no ansías empezar el día calentándote el café cinco veces porque no ha habido manera de tener dos minutos seguidos de inactividad ante tu taza. A las nueve de la mañana, cuando les dejas en el cole, ya estás agotada y queda todo el día por delante.

Te planteaste levantarte a las 6.30 para tener un ratito de paz antes de enfrentarte a la batalla. Algún día lo llevaste a cabo, pero no siempre una es capaz de pegarse esos madrugones, sobre todo teniendo en cuenta que no vas a tener un puñetero minuto para descansar el resto de la jornada.

Yo voy a confesar algo horrible, terrorífico. Algunas mañanas les despierto y me piro a la cafetería de debajo de mi casa. Y que sea lo que Dios quiera. Aquí paz y después gloria. Que se apañen, que se ensucien, que no desayunen, que no se vistan. Tal cual estén a las 8.45, así saldrán de casa. YO YA NO PUEDO MÁS.

Íntimamente relacionada con la anterior: no haces tortitas, crepes, avena, ni gofres mañaneros. Es más, ya no haces ni tostadas. Unas galletitas y un batido. A poder ser de los que vienen preparados y envasados individualmente, con pajita, así no manchas vaso.

Temes el momento de que hagan los deberes más que al mismísimo Satanás. Empezaste intentando echarles una mano, respiraste abdominalmente, entonaste unos Omms, te bebiste tres litros de tila. Imposible. Esto no lo soporta ni el mismísimo Dalai Lama. Mira niño, ya te apañarás, que es lo que hacía yo.

No planchas la ropa. Antes lo hacías, pero se te han hinchado los ovarios porque, tres minutos después de vestirse, están llenos de mierda. Y encima, cuando se desnudan, en lugar de doblar las camisetas, las convierten en un nudo informe y las dejan en el suelo del baño. Pues que planche Rita, chato. Yo paso.

Dejaste de mirar los ingredientes de las pizzas precongeladas y el Yatekomo hace tiempo, porque algo que te salva la vida no puede ser tan malo. Beatificación para los precocinados, los precongelados, los deshidratados y cualquier cosa que no necesite cazuela, ni sartén, ni para cocinarse.

Te pones la música en los auriculares a toda castaña para no oír como se pelean, para no escuchar el “mamimamimami” continuo. Lo mejor que se ha inventado desde el tampón y la fregona son los EarPods. No, no me pagan en Apple. Es más, me han cobrado un pastón. Pero es la mejor inversión que he hecho EN AÑOS. Te pones unas rancheras, algo de heavy metal, a Gloria Trevi o lo que sea más ruidoso, dejas el móvil en cualquier sitio, te enchufas esos preciosos botones blancos en las orejas y ya pueden hundir el edificio que no te vas a enterar. Los castigos, las broncas, las explicaciones superpedagógicas no han funcionado. Esto sí.

Cuando les bajas al parque para que jueguen te sientas de espaldas a ellos, porque ojos que no ven, corazón que se lee una revista tranquilo. Les acompañas cada tarde a la puñetera plaza y te congelas en invierno o te achicharras en verano. Tú jugabas sola en la calle desde los siete años. Pero, aunque te joda, eso de “Eran otros tiempos” ha calado hondo en ti. Qué coño van a ser otros tiempos, son los mismos, solo que con trescientos canales de televisión, Twitter, Facebook y mil maneras más de que te enteres de todas las bestialidades que han pasado durante las últimas dos horas a 20.000 km. a la redonda. Así que estás cerca por si llega un tsunami, por si cae un meteorito, por si aparecen todos los secuestradores infantiles del planeta, pero no para menudencias tipo: se zurran con uno del barrio o se destrozan las rodillas contra el suelo.

Invitas a los amiguitos a casa, pero no porque te encante hacer cena para cinco y mirarlos mientras disfrutan de la amistad y la infancia, sino porque así te dejan en paz a ti. Los antes mencionados platos precongelados, los benditos EarPods y Netflix facilitan mucho la labor. Cuatro botes de costillas barbacoa de Mercadona, trescientas rancheras de Luis Miguel en las orejas, te metes en la habitación a leer diez revistas mientras ellos ven “Tiburón 3” por octava vez consecutiva y oye, mano de santo.

Y esto es solo el principio, queridas Madres Horripilantes, seguro que mañana descubro siete señales más de que soy la madre más desastre de la Tierra.

Y tú también (espero).  

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