Skip to main content
Lunes con sol

La cuarentena no cambia nada, lo cambias tú.

La cuarentena no cambia nada, lo cambias tú.

Hay quien defiende que, tras la pandemia, seremos otros. Más listos, más motivados, con la prioridades claras a más no poder. Discrepo. Estoy convencida de que hay seres completamente impermeables a los estímulos externos, por devastadores o iluminadores que estos puedan ser. El que no tiene plantada en su sesera la semilla de la ambición, entendiendo esta como el impulso para ser mejor, no va a generar ningún cambio, ni para bien ni para mal.

Cada día,  antes del encierro, la realidad nos abofeteaba y, si entonces nos quedábamos contemplando la vida pasar, tras la cuarentena permaneceremos inertes perdidos. Hay quien es testigo y hay quien es actor, no de pelis, sino de hacer.

Esta situación surrealista sí será catalizador para aquellos que rebosan chispa y que, por unas cosas u otras, no han podido disfrutarla en todo su esplendor. He perdido el tiempo, me he infravalorado, quiero aprender, esto depende de mí y de nadie más, no voy a dejar que otros elijan por mí. Ya sé donde estoy y también hacia adónde voy. Empiezo a caminar y empiezo hoy, que hay mucho que leer, hacer y experimentar fuera de las calles. Podemos decidir mientras nos ducharmos o antes de ir a dormir. Y podemos gestionar lo único gestionable, ahora y siempre: esto que somos.

En otros casos, el confinamiento sirve para reafirmar. Algo va bien cuando echas de menos tu rutina, cuando en las tantas horas que pasas mirando al techo, recuerdas la ilusión de tus mañanas y quieres volver a ellas para hacer más y mejor. Todo está como tiene que estar cuando sientes que, al otro lado de tus muros, hay personas con las que contar e, incluso, cantar. Y aplaudir. Y reír como salvajes con una pantalla de por medio. Si ya celebrábais la vida antes, lo que vendrá va a ser de órdago. Si te agarras a lo conocido porque un día lo elegiste y no se te ocurre que haya nada que te vaya a procurar más felicidad, todo va bien. Porque esto pasará y volveremos a lo que queramos volver: sea el hastío o sea la alegría.

Yo voto por lo segundo, por mi caminata cada mañana hasta mi oficina, por los olores de pastelerías y las floristerías, por mis rituales, que me hacen sentir bien: cuelga el abrigo, hazte el té, abre las ventanas, contempla esos balcones tan luminosos. Quiero seguir caminando las calles de este Madrid que me enamoró desde la primera vez que lo pisé. Y sí, en algún momento de estas tres semanas habría preferido tener un jardín para soltar a mis retoños, pero por nada del mundo, siendo sincera, cambio mi Chamberí del alma por el extraradio. Adoro mi balconcito desde el que hablo con los vecinos y con el frutero de la esquina, al que le gusta mi condición de catalana: bon dia, bona tarda, todos los días.

Voy a seguir escribiendo, porque es lo que me llena y lo sé porque empecé tarde, tras mucho vaciarme buscando en lugares que no me pertenecían. Ahora me pertenece este y, lo más importante, me pertenezco yo. No somos de nadie, aunque a veces nos engañemos. No somos de nuestros padres, ni de nuestras parejas, ni de nuestros hijos. Nosotras como esencia y como eje y, desde ahí, me relaciono con el resto. Pero no me pierdo, no me diluyo. Eso ya pasó. Solidifiquémonos, para que nos empujen, pero no nos tiren. Qué bien va escribir para fijar los cimientos.

Voy a procurarme, en cuanto pueda, la cocina más maravillosa del mundo. Porque lo he ido retrasando y hasta aquí hemos llegado. Porque me la merezco y porque ya la pagaremos, nos quitaremos de otro lado que no sea tran prioritario como tener la casa más bonita que pueda tener. Porque mi casa es preciosa, pero no todo lo que podría, que es una barbaridad y una salvajada. Y yo defiendo el disparo al centro de la diana, tocar el cielo, aspirar al diez. La contención a la mierda como principio vital básico.

Pasaré, si nos dejan, el verano en mi isla, con mis amigas beodas, en mi mar color esmeralda, bailando todas las noches que pueda, comiendo montaditos en Santa Gertrudis, pizzas en Pinocho, arroz a banda en Can Pujol. Me escaparé con mi pandi a Formentera, a bailar con los italianos, leer revistas de cotilleo en la hamaca y morirme de la risa, exactamente igual que los últimos treinta años. Y este año me llevaré hasta allí a muchos amigos, porque voy a compensar la distancia de estos días, porque estamos acumulando mucho abrazo y muchas charlas.

Qué buena ocasión nos está dando la vida para experimentar con nuestros sueños, para practicar eso de vivir cuatro días como si ya hubiéramos tomado una decisión, a ver cómo te sientes. El encierro es un paracaídas para muchos asuntos, aprovechémoslo. Planeemos, fantaseemos, diseñemos una vida ideal y comparémosla con la real. Y trabajemos para que la una se parezca peligrosamente a la otra.

Comments (11)

Los comentarios están cerrados.

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0