Lunes con sol
#LunesConSol, 6/5/19, sobre picores vaginales y el Día de la Madre

Los picores de ahí abajo.
Has leído el título y has pensado DIOSMÍO, QUÉ COSA MÁS HORRIBLE. Normal, porque lo es. Lo que voy a contar le pasó a mi amiga Estrella la semana pasada, pero le podía haber pasado a cualquiera. Cualquiera con vagina, se entiende.
Nada que no sepáis: aquello empieza a picarte, a arderte, a provocarte ganas de sentarte en una cubitera, de pedir una epidural, de arrancártelo de cuajo. Venga, que no eres nueva, un ovulito contra los malditos hongos y listos. O no.

Esto empeora. No puedo caminar. De ponerme bragas, ni hablamos.
Me voy a urgencias, pensó Estrella, porque esto es urgente. Esto es lo más urgente del mundo. Apártense, accidentados, que lo mío es muchísimo peor que lo vuestro.
El precioso momento de la preguntita “Sí, cuénteme, qué le pasa” solo hace que mejorar cuando el que lo pregunta es un bigardo buenorro. Qué bien todo. Venga, como una tirita: un, dos, ¡tres!
Tengo la zona vaginal inflamada y con mucho picor. Todo con mucha finura y educación. Jeto inexpresivo. Como si no le estuvieras hablando de tu coño. Como si no le estuvieras diciendo que ahora mismo tienes el coño como una hamburguesa: hinchado, deforme y ardiendo.

Él que asiente y sella cuatro papelitos.
Al fondo del pasillo a la derecha, sala de espera, te llamarán.
Y no quieres mirar los papelitos por lo que pueda poner, que bien podría ser “Le pica aquello que no es normal”, “Diosmío la que debe tener ahí liada”, o “Dadle algo que, aunque intenta disimular, se le están saliendo los ojos de las órbitas”.
Te llaman con tu nombre y tu apellido: Estrella Sanchez, pase. La ginecóloga te vuelve a preguntar por los síntomas. Venga, que es precioso esto: inflamación, picor, ardor, me quiero morir, no puedo más, deme algo, acabe con este sufrimiento, ampute si es necesario.
Quítese las bragas. Despatárrese. (No es lo que dicen, pero es lo que oyes). Y lo haces sin pensar, porque solo quieres acabar con aquello.
Y cual es tu sorpresa cuando la ginecóloga, mirándote el jilguero, espeta un claro ESTO NO ESTÁ HINCHADO.


Y además hay una cosa blanquecina que no me deja ver. Y te enseña, con cara de angustia, el pato ese con el que te abren aquello, sin atisbo alguno de sensibilidad o empatía.
Sí, ya le he dicho que me puse un Ginecanestén.
Mire usted, señora, que no he venido aquí para que me riña o niegue la evidencia. ¿Va a ayudarme o esperamos a que me explote el solomillo?
El caso es que la ginecóloga, sumamente desganada, le recetó a Estrella bien de Blastoestimulina por dentro y por fuera. Estrella se volvió a casa cabizbaja y me consta que, una vez su zonas bajas retomaron el tamaño y la tonalidad habituales, se ha hecho una foto para poder mostrarlo en su próxima visita al gine. Por aquello de tener una evidencia gráfica de lo que es normal, un algo con lo que comparar.
El Día de la Madre
Cambiamos de tercio radicalmente, gracias a Dios.
Ayer, 5 de mayo, fue el Día de la Madre. Anteayer, sábado, yo había quedado con mi amiga Asia para ir a desayunar. Su suegra estaba de visita y se podía quedar con el bebé. Sol, tía, no puedo con las ganas de rajar, de reír, de que nos contemos.
Me despierto a las 9.30 y veo un mensaje de Asia. No puede venir a desayunar conmigo, la nena está malita hace días, llevan sin dormir ni te cuento. No puedo con mi vida. Lo siento, amigui.
Y me supo fatal por Asia. Y recordé una cena la semana pasada, con mi panda de No Madres, y sus risas cuando les contaba que hace unos días me bajé en pijama a la cafetería de debajo de mi casa porque no aguantaba más a mis hijos. Las entiendo, porque como dice Nuria Labari en su último libro “La maternidad es un cuchillo sin empuñadura: imposible agarrarlo sin clavártelo”. No te puedes imaginar cómo es hasta que la experimentas. Por eso mis amigas se reían y yo no. Una podría pensar que el amor maternal todo lo puede, que ese plan de desayuno frustrado no duele porque el quedarte al lado de tu nena es la felicidad suprema. Pues no. Te jode, te jode lo más grande, porque ese desayuno es oro puro, es la libertad, es el volver a ti durante hora y media, es el encontrarte con alguien a quien echas mucho de menos y que no es tu amiga, sino tú misma.
El sábado mis hijos estaban con mis padres y no pude evitar contrastar el momento de Asia con el mío. Sin duda, me quedo con el mío: con mi día de yoga, de brunch, de lectura en silencio, de ducha tranquila, de mascarillas mil, de charla telefónica de dos horas con mi Golondrina de Nueva York. De paz y felicidad absolutas. Y no, no me siento culpable por pensar así. Lo contrarío me parecería, por decirlo suavemente, raro. Sin suavidad: mentira.
Comienzo el Día de la Madre en soledad, frente a mi Cola Cao, mi vela de vainilla, un silencio solo interrumpido por lo último de Vanesa Martín, el sol que entra por mi preciosa ventana y esta pantalla que compartimos vosotras y yo. Esta tarde mis pollos y yo nos celebraremos viendo la última de “Los Vengadores” y zampándonos un Big Mac. Mientras tanto, me reafirmo en la necesidad imperiosa de ser dueñas de un tiempo para escucharnos, para recuperar a esa que éramos antes de ser las madres de alguien y que la responsabilidad nos devorara, para pensar, para soñar sueños que son solo nuestros.
Comments (3)
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Jajaja gracias Sol, me he reído mucho con Estrella y como siempre, la descripción de la maternidad de 10 ???
Hola. He llegado a tu blog desde tu libro, y a tu libro desde mi amiga Rosa, que dice que de tanto leer ensayo y poesía se me va a secar el cerebro. Se lo agradezco infinitamente, porque ambos -la novela y el blog- me encantan, no paro de reírme y de sentirme reconocida en muchas cosas. Gracias por contar sin tapujos y con tanta gracia.
Gracias mil a ti.