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Humor

Oda al inventor de los campamentos de verano

Oda al inventor de los campamentos de verano
lasclavesdesol

Mis hijos están en un campamento y yo soy feliz. MUY FELIZ. No pienso ocultarlo, ni añadir esos “peros” tan políticamente correctos. Pero les echo de menos. Pero tengo muchas ganas de que vuelvan. Pero la casa está triste…

Sin culpas y sin los machaques que se inventaron los que pretenden que seamos SOLO MADRES.

Y es que vivimos ahogadas en el Tengo que, debo que, he de. Todo el día, sin parar. El quiero, me apetece, tengo ganas se quedó atrapado en una galaxia lejana anterior a las responsabilidades, a los hijos y al trabajo. Y eso es una mierda monumental, no nos engañemos. La desconexión de nosotras mismas es tan devoradora que ni nos percatamos de ella. Me echaba mucho de menos y ni me había dado cuenta.

Sigo trabajando, pero me parece que estoy de vacaciones. Esto es muy fuerte y muy maravilloso.

No recordaba lo que era levantarme en silencio, desayunar en silencio, ducharme en silencio. Silencio externo e interno, queridas. Estoy hueca y me siento FE-NO-ME-NAL. Solo tengo que levantarme, currar y procurarme galletas y Cola Cao para no morir de inanición. No planeo al detalle los menús semanales. No le recuerdo a nadie que se cepille los dientes, que se haga el bocata, que se suene.

El sofá y Netflix son mis paraísos particulares. La casa está ordenada, pongo una lavadora a la semana. Ayer pasé hora y media haciéndome la pedicura en casa, no hay un gramo de piel muerta en mi cuerpo, llevo las cejas que ni Alicia Florrick, me planto dos mascarillas diarias. El fin de semana he dormido hasta las once de la mañana, luego me he quedado en la piltra cotilleando Instagram sin prisa alguna y me he leído medio libro. En cuatro días me he ventilado las revistas de moda de los últimos tres meses. Siento como gano años de vida cada día, mis neuronas se regeneran, el colágeno ha vuelto a mí. Estoy tersa y radiante.

Me he dado cuenta de que llevaba AÑOS sin escuchar mi música favorita en casa, así porque sí, durante horas. Con lo que me gustaba a mí mirar por la ventana e imaginar planes fabulosos con mis amigos. Solo en esta semana hemos decidido recorrer las Highlands en caravana, bañarnos en el Pacífico mejicano, organizar un ciclo de pelis de buenorros este invierno. Miedo me da la que podemos liar hasta que mis retoños vuelvan al nido.

Me he propuesto hacer deporte. Es más, ya he empezado a hacerlo, porque ahora importo solo yo. Existo, POR FIN. He adquirido unos taconazos maravillosos con los que es imposible caminar, porque me he jurado a mí misma que voy a ir a cenar a sitios chulos, que no me podrán ni el cansancio ni la pereza. Ni el dolor de pieses.

Mantengo las raíces capilares supercontroladas. He aprovechado las rebajas y, por fin, duermo con pijamas cuquis de mujer y no con camisetas descoloridas de conciertos de los 90. Me he plantado unas pestañas postizas absolutamente maravillosas que hacen que tenga buena cara al levantarme, saliendo de la ducha, en el gimnasio. #LaPestañaEsVida.

He quedado con mis amigos sin hora límite, me he apuntado al siguiente bar sin plantearme si al día siguiente estaré agotada. Porque, si quiero, puedo echarme una siesta. UNA SIESTA. Gloria al cielo Aleluya, bendito sea el Señor, dale a tu cuerpo alegría Macarena.

Gracias al glorioso humano que inventó los campamentos de verano he vuelto a ser persona, a pensar en mí, a saber cómo es vivir sin derrapar. No viviré lo suficiente para agradecerte, Señor Creador Campamentil, estos días de felicidad suprema y, por todo ello, he decidido escribir a las gentes eclesiásticas para solicitar tu beatificación inmediata.

Ya os voy contando.

 

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