Reflexiones de una majara

Pequeños gestos cotidianos (o cómo hacer que tu vida sea mierda o maravilla)

Pequeños gestos cotidianos (o cómo hacer que tu vida sea mierda o maravilla)

En este verano aún pandémico estoy aprendiendo unas cuantas cosas, o mejor, confirmando algunas que ya me olía. Una de ellas es la consabida importancia de los hábitos, esas pequeñas cosas que hacemos o que no hacemos cada día y que, en treinta años, se convierten en una montaña. De mierda o de maravilla, según sea la cosa o la omisión de la cosa.

He vuelto al pueblo en el que crecí tras treinta años sin pisarlo prácticamente. Mis compañeras de clase, que en mi mente siguen teniendo catorce años, llevan coleta y visten un uniforme de pata de gallo azul tienen cuarenta y ocho, como yo, claro.

El contraste entre mi idea y la realidad, entre la de los ochenta y la del siglo veintiuno, es mayor o menor según eso que han repetido hasta la saciedad, ya sea deporte, beber como cosacas, olvidarse de sí mismas, estudiar, viajar, vivir en equilibrio, aprenderse, drogarse lo más grande, hundirse en el sofá o dibujar una sonrisa por jodidos que vinieran los tiempos.

Mentes tan consumidas como los cuerpos que ocupan, o seres de luz: felices, descojonadas, chorreando ganas.

Lo de siempre, las decisiones que un día tomaron y que detonaron el resto de decisiones, el resto de mañanas, de noches, de meses y de años. De décadas. El crecimiento o el hundimiento. La alegría o la degradación. Y entre ambos extremos, un abanico no demasiado variado, la verdad. No hay medias tintas en esto de joderse a una misma o de tratarse la mar de bien.

También he sabido de sus padres, aquellos que tenían nuestra edad cuando nosotras compartíamos pupitre. Los treinta años de repetición se han convertido en sesenta en su caso. Todo multiplicado a la enésima potencia. Dejando de un lado las escasas variables que dependen de la suerte, las existencias y los cuerpos y las almas bien tratadas siguen transitando con ilusión, que es causa y es consecuencia: el pez que se muerde la cola encantado de la vida.

Los que chorreaban amargura a los cuarenta y ocho, son un despojo a los setenta y ocho, como era de esperar.

De nada sirve lamentarse porque lo hecho, hecho está. Ojalá poder viajar al futuro para mirarnos en un espejo que nos cuente la cruda realidad, esa que es producto, casi siempre, de lo que nosotras queremos y nos queremos. De la historia que nos queremos contar. De si hemos sabido evolucionar o hemos dejado tantos vacíos sin llenar que el vacío se nos ha zampado vivas.

Ojalá aprendiéramos de los errores propios y ajenos y nos dedicáramos a pensar un rato al día quiénes queremos ser esta tarde, la semana que viene, dentro de cincuenta años. Y del pensamiento al plan: al paseo cada mañana; a venerar la belleza en toda su extensión, empezando por nosotras; a decir que no a lo que nos jode y perseguir lo que nos abraza. A darnos cuenta, lo primero, y a hacernos cargo, lo segundo.

Ojalá, poder viajar al pasado para contarnos todo lo que ahora sabemos y conseguir que la de catorce aplauda a la de ahora. Y la de ahora a la de setenta y ocho. Con eso lo tendríamos todo.

             

Comentarios (4)

  • Ole y ole!!! yo voy a ser una setentona feliz y molona. Porque voy a cuidar mi vida desde ya, gracias a tus consejos
    Abrazos mil

  • Siempre tan acertada en cada momento, gracias Sol por todos tus consejos. Cada día veo tus historias, tus directos, tus blogs, en definitiva, me empapo de todo lo que dices porque me hace más feliz. Y te lo dice una jovenzuela de 21 años! Y ahora esperando con ilusión los podcast con tu socia!! Gracias de corazón!❤️

Los comentarios están cerrados.

Suscríbete a la newsletter para estar al tanto de todas las novedades.


Sol Aguirre · 43679559Y · Fernando VI, 11, 2ºC Madrid 28004 · Diseño tactic [studio]

Shopping cart
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0