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Reflexiones de una majara

Se me escapa el pis (y no soy la única)

Se me escapa el pis (y no soy la única)
Poco se habla de ese maldito chorro de pis que se nos escapa al mínimo ataque de tos, ante unos pocos saltos en el gimnasio, al sentarnos mientras el pantalón se nos clava en el bajo vientre, o sea, la vejiga. Que si hemos parido, que si tanto ejercicio abdominal mal hecho, que si la menopausia y sus cositas. En esto de la incontinencia hay varias etapas, como en casi todo en la vida. La primera es de incredulidad: esto no me puede estar pasando, habrá sido un chorrito de flujo, debo de estar ovulando. La segunda, una vez comprobado que lo que has soltado es pis del bueno, es de negación. Me habrá cogido frío en la barriga (esa enfermedad tan propia de las abuelas, que lo mismo causa un meado, que una diarrea, que infección de orina), ha sido solo una vez, soy demasiado joven, no puede ser que se me esté cayendo la parte interna del toto (lo de la caída de la parte externa es otro capítulo). La tercera es la crónica de la flaccidez anunciada: está pasando, de hecho, me ha pasado varias veces. En el bus, en la oficina, en el cine. Soy mayor y mi coño lo sabe, CAGONTÓLOQUESEMENEA. Y visualizas a Concha Velasco con sus pañales, te ves tú con los pañales. Se lo cuentas a esa amiga a la que se lo puedes contar todo, o mejor, esa que te confesó hace un par de meses que se le habían escapado unas gotillas. Por supuesto, ahora sospechas que de gotilla nada. A esta se le escapó un bueno chorro, como a ti, pero no quería reconocerlo. Lo normal. La amiga en cuestión, con cara de lástima y complicidad, te traslada toda la información que ha recabado desde la confirmación del chorro maldito. Tienes que comprarte cuarto y mitad de bolas chinas y enchufártelas PERO YA. Apúntate a clases de hipopresivos. Mientras estás frente al ordenador, contrae y suelta, contrae y suelta, y así todo el día. Se te va a quedar el suelo pélvico como el brazo de Schwarzenegger. Ya sabemos cómo vamos a partir nueces de ahora en adelante. Y te pillas unas bolas de lo más monas, con su brilli brilli. A ver si te pasa lo que a una amigui mía que se las plantaba día sí, día también. Tan acostumbrada estaba al tintineo interno, que se fue al Gine y, cual fue la sorpresa del buen hombre, cuando ve un hilito colgando. -Mire usted, que se ha dejado el tampón puesto. -Huy, el tampón no. Son las bolas, señor Gine, que ando fatal del suelo y estoy haciendo músculo. -Ah, pues nada. ¿Procedo a la extracción? -Proceda. Y allí que dejó las bolas en una bañerita de metal de las de quirófano. Todo muy normal. Cómo salió de allí, si le regaló la bañera o le guardó las bolitas en una bolsa con zip, eso ya no lo sé. El caso es que, lo del chorrillo de pis, así como las canas coñiles o los gases vaginales, son de esas cuestiones que nos molestan especialmente porque son inconvenientes que se hallan en lo más profundo de nuestros entresijos. Pero una cosa os voy a decir: las penas compartidas son menos penas, así que charlemos sin vergüenza de nuestros pises y nuestro suelos potorriles, que siempre ha habido incontinencias y siempre las habrá. Solucionemos lo solucionable y aceptemos lo inevitable. No por mucho mearnos, somos menos fabulosas.  

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