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Lunes con sol

Seamos divertidos

Seamos divertidos

Hace unos días andaba con mis amigas en una piscina de Ibiza toda llena de postureo supino. Las chicas, maquilladas y con trajes de baño último modelo, tomaban el sol en la posición perfecta para que la panza se mantuviera en su sitio, el pelo se quedara impecablemente colocado y juraría que la mayoría mantuvo el culo apretado en las seis horas que anduvimos por allí.  Los chicos, un poco lo mismo, pero apretándolo todo en general. Solo de pensar en tanto esfuerzo, me estreso.

El tema de los selfies y fotos instagrameras ya era la hostia. No voy a describirlo aquí con detalle, todos hemos sido testigo alguna vez de esos espectáculos dantescos en los que una pone morritos, se coge el pelo, entrecierra los ojos y le da al botoncito. Yo, personalmente, lo paso fatal ante semejante panorama.

El caso es que, junto a estos fascinantes seres, estaba mi pandi, fascinante también, pero por otras razones: los pelos atados en lo alto, sentadas como mejor nos fuera para rajar lo más grande (o sea, michelines al viento y tan felices) y con acompañamiento de sangría constante.

Tras un par de jarras de bebercio, a dos de mis amiguis les pareció justo y necesario lanzarse sobre una de las hojas-hamaca divinas que rodeaban aquella piscina de aguas cristalinas.

No para tumbarse de manera sensual como hacía el resto de la clientela.

No para hacerse un book digno de las Kardashian.

Sí para marcarse, tumbadas, un baile mezcla de can-can y natación sincronizada, con unos toques de aerobic, zumba y baile del pajarito. Pata para arriba, pata para abajo, ay que me muero de la risa, mira que casi me ahogo. Toma que te arreo una patada.

Ni que decir tiene que servidora grabó un vídeo de aquella maravilla, no para colgarlo en redes, sino para disfrute propio, que nunca se sabe cuando una va a necesitar un antídoto para el aburrimiento o la tristeza.

En un momento dado, nos acordamos de que allí había más gente, les miramos: seguían con sus pieles brillantes, los pelos en el sitio, las panzas apretás. “Somos la hoja más divertida” espetó mi amigui Carol, y seguimos descojonándonos. Y pata para arriba y pata para abajo.

A partir de ese momento me dediqué a observar al personal: no coreografías, no charlas animadas, no carcajadas, no más hojas divertidas.

Me dió por recordar que la semana anterior nos habíamos vestido de unicornias para ir a una fiesta piscinera. Cuánto reímos, cuánto bailamos, cómo meneamos aquellos flotadores gigantescos. Y que la anterior, Emma había celebrado su cumple con una fiesta de disfraces griega en la que cada uno adoptó un nombre de dios. La cumpleañera era Afrodita, un comandante de Iberia era Poseidón e iba todo pintado de azul y un informático decidió que se vestía de Helena de Troya. No nos hace falta un evento especial, porque no hay reunión que no acabe en carcajada. Qué maravilla. Joder, qué suerte tenemos, disfrutémoslo mientras podamos, que la vida guarda sorpresitas inevitables ante las que la carcajada se complica. Por eso no puedo entender a los permanentemente serios, aburridos, inertes. Disfruta mientras puedas y si puedes siempre, mejor que mejor.

Y es que la risa es inteligencia; es comprensión de la existencia, de la importancia del momento; es salud, de la física y de la mental, que es casi lo mismo. Queremos estar junto a gente divertida, que no es lo mismo que superficial, sino todo lo contrario. Queremos ser capaces de ilusionarnos por tomar un café con los de siempre y saber que chorrearemos endorfinas y lagrimones e, incluso, algún chorrito de pis, porque no entendemos la vida sin humor.

 Queremos ser las hojas más divertidas de la piscina.

 

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