Lunes con Sol, 25/3/19 (sobre pervertidos automovilísticos y felicidad sobrevenida)
De coches y penes
Me contaba mi amiga Cristina que hace meses usó una plataforma para alquilar coches entre particulares. La cosa fue muy bien, lo alquiló dos veces, se sacó un dinerillo y santas pascuas. El caso es que el lunes pasado recibe un mensaje guarro en su teléfono. Guarro guarrísimo. Que si te haría esto, que si me hago esto pensando en ti, que te voy a poner mirando a Cuenca.
Pues este buen hombre que va tan cachondo se ha confundido de número, qué mal trago. No le digo nada, pobrecico, ya se dará cuenta al ver que no hay respuesta, ni fotos cochinas, ni nada.
Dos días después, más de lo mismo: qué tetas tienes, cómo me pones, vas a ver tú que bien, zascazascazasca.
Mira, chaval, que te has equivocado de número.
Que no, que no, que tú eres Cristina, que nos alquilaste el coche a mi novia y a mí, y que si te haría esto, que si me hago lo otro pensando en ti, que te voy a poner mirando a Cuenca. Que mira qué foto más hermosa de mi cimborrio.
HOSTIAS.
Pues que me dejes de mandar estas mierdas.
Pues que sigo.
Pues que te denuncio.
Pues que sigo.
Pues que mi pareja te llama y te dice que como vuelvas a mandar un mensaje lo que van a encontrar en Cuenca son tus cojones.
Pues que paro ya, si eso.
Yo escuchaba a Cristina, patidifusa. Le pregunté si hubo tonteo cuando lo del alquiler del coche. Me contestó que si estaba loca, que allá que vino la parejita ideal, se llevó el coche y lo devolvió impoluto (aunque sabiendo lo que sabemos ahora vete tú a saber si el depravado dejó algún resto orgánico para que mi amiga se rozara con él).

Y a mí, con todo este temazo, me asaltan unas cuantas preguntas: ¿de dónde has sacado la idea de mandarle esos mensajes a alguien que no conoces y que no te ha dado NINGUNA señal de cachondismo en absoluto? Vamos a imaginar que tú te has inventado que ella te guiñó un ojo, te tiró un beso, te tocó el paquete, ¿de verdad piensas que mandarle un mensaje-pajote hará que alguien se abra de patas, por muchas ganas que tenga? Y, a partir de ahí, el problemilla de que tu novia se entere, el novio de ella te parta la cara, o publiquen en las redes tu nombre, tu DNI, tu teléfono y tu dirección.
En fin, que colgados hay en todas partes, pero que algunos se llevan la palma y son de lo más desagradables. Quería compartirlo y, de paso, si alguno de ellos me lee, comentarle que se monte las fantasías que quiera pero que no nos toque los ovarios. Chimpún.
Soy muy fan de las redes sociales cuando se usan para bien: para estar en contacto con amigos que viven lejos, para enterarme de eventos que me interesan o, como en este caso, para recordarme que me lo he pasado muy bien en lo que llevo de vida. Y es que el pasado domingo, día de San Patricio, la red social me contó que justo hace un año yo andaba por Nueva York, con mis amigas de allí y con Txiki, un amigo que vive en México. Rememoré la fiesta del pijama que montamos en casa de María, que Txiki nos regaló unas fotos maravillosas que les había hecho a unos niños en un pueblecito cerca de Oaxaca, que nos reímos mucho. Muchísimo.
También me recordó que hace cinco años estaba en el mismo lugar, pero esta vez con Lidia y Javi. Hacía un frío tremendo, el lago frente a Mi Puente estaba congelado y nos dio un ataque de risa cuando nuestro guapo amigo tiró una moneda al agua hielo y sonó clonk clonk clonk. Cenamos en el ruidosísimo Unión Square Café. Comimos muchos hot dogs. Vimos el musical Once, que es de lo más maravilloso de la galaxia.

En el 2017 me fui a Eurodisney con mis pollos. No me gustó nada Eurodisney. Hacía un tiempo de mierda, mis hijos se portaron fatal, acabé hasta el jilguero de tanta cola y los churumbeles concluyeron que lo que más les había molado del viajecito eran los patos del lago y la piscina del hotel. Tócate las pelotas. El último día les metí en un tren y les llevé de ruta por París. Mucho mejor. Viva Montmartre.
Hace cuatro años me fui de boda gay con mi amiga María. Bailé como las locas con docenas de tíos guapísimos, creo recordar que robé algún morreíllo, incluso. Llegué a casa con los zapatos en la mano y el rímel esparcido por toda la cara. Como debe ser.
Hace tres, andaba inmersa en mi segunda obra de Microteatro, que dirigía Manuel Velasco y protagonizaban Lidia San José y Eva Ugarte (las dos nominadas a los Feroz este año, qué buen ojo tengo). Cómo disfruté todos los jueves y viernes hasta las tantas, viendo como los espectadores lloraban de la risa. Qué gusto me daba, al acabar las sesiones, subir caminando por Fuencarral en aquel marzo caluroso, observando a los jovenzuelos que salían de marcha, recordando que yo fui una de ellos. Esperando volver a serlo cuando esto de la crianza llegue a su fin (si es que llega).
Si la felicidad es, como dice Enrique Rojas Marcos, darse cuenta de que uno está haciendo algo que merece la pena con su propia vida, concluyo, desde mi humile opinión, que algo feliz sí soy.
