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Reflexiones de una majara

El arte de rascarse el toto.

El arte de rascarse el toto.

ESTOY DESQUICIADA (juraría que no es el primer post que empiezo con esta frase).

El caso es que voy de culo, pero a qué nivel. No me da la vida. Estoy agotada, histérica e incluso enferma. Y os lo cuento en las redes, que molan mogollón sobre todo cuando, para variar, ves que el resto del planeta sufre de la misma mierda que tú. Vosotras me contestáis que también os arrastráis, que vais corriendo a todas partes, que os levantáis a las 6.30 para respirar un poco antes de despertar a las criaturas. Y eso que media horita de sueño en estas condiciones nuestras tan infrahumanas SON ORO.

La conversación con mis amigas viene siendo la misma desde hace tiempo: “lo que daría por dormir ocho horitas seguidas”, “Del estrés me ha dado lumbago. O bronquitis. O migraña de la muerte”, “Tengo tanto que hacer que no sé por donde empezar” y un largo etcétera de lamentos que nada tienen que ver con esas fotos ideales de Instagram de las #influencers, las #fitmum y las #VangaVaNoMeJodas. No entraré en el tema de las Madres Perfectas porque ya lo hice aquí.

El problema es que nos pasamos la vida ahogadas perdidas, respirando (como dice mi amiga María) de vez en cuando y con una pajita porque no hay manera de sacar la cabeza del agua. A mí me están volviendo majara el curro los curros y mis salvajes hijos. Para otras es el curro, los hijos, el marido o el ex (que bien merecen no un post, sino cuarenta y siete). En los casos más jodidos entramos en problemas de LOS DE VERDAD.

Y sí, la rueda de hámster nos invade, nos arrastra y nos jode los días, los meses, LOS AÑOS.

Estaba yo la semana pasada contándole todo este rollazo a mi terapeuta “Mira Concha, es que no me dejan en paz. Quiero que se vaya todo el mundo a tomar por culo”. Ella, acostumbrada a mis barbaries, me miró con esa calma desconocida para mí y soltó un alto y claro “¿Y tú, querida, TÚ TE DEJAS EN PAZ?”.

Toma hostión de realidad.

Y tuve que agachar la cabeza y entonar el MEA CULPA. Y tú, que me estás leyendo, chata, seguro que deberías hacer lo mismo.

Porque nadie me pone una pistola en la cabeza para que planche hasta la última arruga del polo del uniforme de los niños. Sí, ese mismo que durará planchado y limpio aproximadamente dos milisegundos desde que se lo pongan. Tampoco pasaría nada si no contestara los correos el mismito día en que los recibo. Con lo que odio cocinar, bien podría comprar el menú hecho, que ahora hay unas webs que te lo mandan todo sanísimo y baratísimo. Nadie va a morir si hay migas en la cocina o en la mesa del comedor y quizás no es TAN necesario el fregoteo del sábado por la mañana.

Con lo que a mí me gusta bajar a desayunar los findes en pijama a la cafetería que hay en mi calle, y llevo dos meses sin darme el gusto porque las manazas se me agarran al aspirador y no hay manera de soltarlas del puto cacharro.

Que alguien me explique por qué esa horita que tengo los lunes de 19.30 a 20.30 mientras los nenes hacen extraescolares la dedico a hacer recados en lugar de rascarme el toto leyendo el Cuore. Como si no pudiera ir al supermercado con las criaturas cuando ya me supiera todos los ARGS y los peores modelitos de la semana.

Porque nunca es suficiente, porque siempre hay algo que hacer y, si no lo haces tú, no lo hará nadie y entonces el mundo dejará de girar y la humanidad desaparecerá de la faz de la Tierra.

O eso te crees tú, LISTILLA.

Buscándole la explicación a esta catástrofe de dimensiones gigantescas deduzco que la respuesta es muy simple: NO SABEMOS RASCARNOS EL TOTO. 

Normal, por otra parte. Nos han enseñado que rascarse el toto es malo, es feo.  Pasarse el día tirada en el sofá es de mala gente. Tener los platos sucios es lo peor de la vida. Ay, si tu niño no es el más reluciente de la clase.

Perezosa, vaga, GUARRA.

Como todo, el arte de rascarse el toto ha de aprenderse y luego practicarse hasta llegar a la perfección. Precisa de técnicas depuradas de apagado de teléfono, sordera aguda ante el reclamo de familiares y jefes, pasotismo exacerbado y autoestima salvaje. 

No es fácil, NO, como nada en la vida, pero yo me he prometido a mí misma que voy a convertirme en una artista del rascamiento de toto. Me darán una medalla, un podium, un trofeo. Llegaré al nivel de las grandes profesionales, esas que no tienen ojeras y que lucen todo el día una sonrisa relajadísima de oreja a oreja.

Bueno, quizás no llegue a tanto pero, para empezar, prometo que hoy lunes, de 19.30 a 20.30 silenciaré el puñetero móvil, me iré a un bar, me beberé un té en silencio mientras leo el Vogue de hace tres meses y os visualizaré a vosotras, amiguis mías, rascándoos también el toto de manera espectacular.

Ya me contáis.  

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