Reflexiones de una majara
Bares, qué lugares

Para mí, que me he pasado la vida por las calles, perreando sin medida, los bares han sido mi segunda casa.
El primer bar que recuerdo es aquel al que iba TODOS los sábados a mis quince, cuando ya me dejaban salir hasta la una. Fue testigo de las primeras borracheras, de los primeros tonteos con los chavales, de aquellas charlas TAN estúpidas como fascinantes de la adolescencia. Porque os recuerdo que en los ochenta aún hablábamos, quedaban milenios para que apareciera el primer móvil, gracias a Dios.
En esa época, la variable de entre semana era el Bar Loredo, donde pasábamos horas jugando al Backgammon sentados en aquellos horribles asientos de polipiel verde que para mí eran lo más parecido al paraíso.
A veces el bar no era un bar, era la biblioteca del pueblo, cuya puerta hacía las veces de club social, plagada de Vespinos, de mochilas, de bolsas de patatas fritas que comprábamos en la tienda de la esquina, que no era un chino (con todo mi amor para los chinos, que conste). Qué manera de perder el tiempo tan absolutamente maravillosa.
Me vienen a la memoria los bares del verano, aquellos que durante el invierno eran un fantasma tapiado por una persiana llena de pintadas. Yo crecí en Lloret de Mar que, como todos los lugares de costa, mutaba entre mayo y octubre. Durante cinco meses migrábamos a las terrazas lindantes con esa playa en la que pasábamos el dia entero, donde comíamos un perrito caliente y un “negrito” de postre. Religiosamente. Cada día. Sin excepción. Porque de adolescentes nos encanta esa rutina que de mayores nos hastía. Los mismos amigos, la misma comida, el mismo metro cuadrado de arena, las mismas conversaciones.
Me fui a hacer COU a Barcelona. Nueva vida. Nuevos bares. La estrella indiscutible: el Joan´s. Estaba a diez metros del colegio. Qué mayores nos sentíamos por poder salir a la hora del recreo y desayunar en un bar. Aún se me saltan las lágrimas cuando paso por delante. Allí tomé mis primeros (y últimos) sucedáneos de cortado: un minivaso de leche con una cucharadita de descafeinado de sobre. Si es que nunca me gustó el café. Aunque lo intenté, a mí lo que me va es el Cola Cao.
Y llegó la universidad. Yo iba al que denominaban “el único bar de Barcelona con Facultad”. La de Derecho. La proporción de horas que pasé allí, comparada con las que pasé en clase debía ser de 4 a 1. Así me iba. No me arrepiento lo más mínimo, aprendí tanto de la vida… Allí encontré a la que más tarde se convirtió en “La Madre Niuyorkina”. Allí traficábamos con los Katovits que nos permitían estudiar durante doce horas seguidas (o eso nos creíamos). Allí se incubó esto que soy ahora.
Los jueves, viernes y sábados por la noche íbamos a un garito que se llamaba no sé qué de “cat”. Un cuchitril pequeñajo cerca de la Bonanova que estaba plagado de guiris buenorros. La de ligues que pescamos la Niuyorkina y yo por aquellos lares, madre del amor hermoso. Fue la que llamamos nuestra “Epoca United Nations” por la cantidad de relaciones internacionales que entablamos con noruegos, tiroleses, ingleses y un largo etc.
Me falla la memoria cuando intento recordar cual fue Mi Bar después de acabar la carrera. Quizás ya esta madurez ajquerosa me empujó a variar constantemente para no aburrirme. Qué manía con el puto aburrimiento.
Y llega el presente, ese que va desde la treintena hasta ahora, ese que os cuento desde esta mesa, de este bar que algunos llamarían cafetería. Hay mesas, sillas y bebo cosas. Para mí es un bar. Aquí escribí mis primeros artículos, le di forma a este blog que me ha cambiado la vida. Aquí me he encontrado con mis amigos durante los últimos diez años, para desayunar, para merendar, para celebrar que llega la Navidad y que algunos vuelven a casa, como el turrón. Aquí rajamos durante horas para arreglar nuestro mundo (y lo conseguimos, casi siempre). Aquí vengo con mis hijos todos los domingos, a tomar Frappuccinos de caramelo y de fresa. Los camareros nos llaman por nuestros nombres, esos que al principio escribían en un vaso y ahora solo vocean desde la barra: ¡Soooooooooool, tu mocca blanco!
Este es mi rincón de escape cuando no puedo más y solo quiero leer, o escribir, o mirar a la gente pasar mientras se hace de día.
En dos semanas cerrarán Mi Bar, como antes cerraron muchos de mis otros bares, y yo no puedo evitar sentirme un poco huérfana, muy perdida y extremadamente triste. Buscaré otra mesa desde la que respirar, observar y contaros lo que veo, pero no será lo mismo.
Nunca lo es.
Comments (6)
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Ahí he estado yo contigo también .. Mientras nuestros pollitos por ahí deambulaban !! Por que lo cierran ? Ay que pena … Tendrás que buscarte otro bar .. Benditos bares que decía un famoso anuncio
Benditos sean, amigui.
Tengo mil recuerdos contigo en ese bar y ¿sabes? esos, aunque cierren, no se van a borrar.
NEVER.
Me encanta leerte , eres genial Sol sin duda sabes lo que es la vida , que no es poco…………………besos.
Oye, qué cosa tan bonita me acabas de escribir. Gracias mil.