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Lunes con sol

Lo que nadie puede hacer por ti.

Lo que nadie puede hacer por ti.

Nadie va a ser feliz por ti, ni nadie te va a hacer feliz por mucho que quiera, porque tuyo es el poder y tuya la responsabilidad de perseguir eso que para unos está hecho de cantar, para otros de curar gente y para otros de escalar las montañas más altas, sean reales o figuradas. Cada uno con lo suyo. Nadie puede decidir si lo que quieres en la vida es conseguir la tranquilidad suprema, o ganar pasta como si no hubiera un mañana, o aprender algo nuevo cada día, o viajar sin parar, o todo junto, porque nadie siente tus mariposas estomacales, ni tus vellos como escarpias, ni nada de lo que te indica que esto sí, así sí.

Nadie va a conseguir que te quieras a lo loco, por mucho que te cuente cómo hacerlo. Él no puede, ni tiene por qué, saber qué te revuelve, qué te emociona, qué te apasiona, qué te hace perder la noción del tiempo. Se lo puedes contar tú, pero primero has de averiguarlo: arrancar las capas, las costras formadas a base creencias, costumbres y miedos que otros posaron sobre ti, convirtiéndote en mucho menos de lo que en realidad eres. Nadie te va a convencer de que la vida va de perseguir pasiones si no sabes hacia donde tirar porque un día se te olvidó que importabas. Pero nunca es tarde, si la dicha es buena. Y lo es, créeme.

Nadie escribirá, en un año, 1.000 cosas que te gustan. Porque escribirían lo suyo, y resulta que tú no soportas el café por muy bien que huela; ni vivir en el campo, que te aburre como una ostra y te pone nerviosa; y te tranquiliza Nueva York porque te sientes parte de algo más grande y porque tiene parques enormes y maravillosos donde las señoras del Upper East Side pasean perfumadas a sus perros perfumados. No lees a Murakami, tan espeso, y te flipa que se haga de noche pronto en invierno. Te agobia el verano, porque hace calor y te quedas pegada y aplatanada, además la solana te arruga y te mancha el jeto, que ya no tienes veinte años. Menos mal.

La ilusión la chorreas tú, desde el fondo de tus entresijos, o no la chorrea nadie en tu lugar. Por el concierto de tu cantante favorito, ese que no le gusta a tus amigos; por salir a caminar nada más amanecer, cuando hace frío porque te gusta el frío, y cuando hace calor porque a las seis de la mañana aún es soportable. Por aprender a hacer pizza casera, o bizcocho de chocolate, o esa postura de yoga que lleva años resistiéndose. Eres la hostia, y punto. Sin la postura también, pero ahora más.

Nadie va a señalarte lo que más deseas, porque entonces vivirías su vida y vivir la vida de los otros es una mierda. Espabila, que solo hay una, que lo de la reencarnación está por demostrar y esto no es un ensayo, y se hace corta mientras disfrutas, muy larga si sufres. Mejor corta y salvaje. Y plena. Y a tu manera, que ya lo dijo Sinatra, que de eso sabía mucho. Los otros que se apañen con lo suyo, que bastante tienen. A quién le importa, esto lo cantó Alaska, que también es lista de narices.

Nadie va a tocar el silbato que te anuncie que el momento es ahora, que te empuje hacia tu destino, que empiece a comer sano, a hacer deporte, a estudiar, a divorciarte, a buscarse un maromo en condiciones, a ponerte monísima, a buscar ayuda porque sola hay cosas como que no, a buscar un curro que te encienda una sonrisa cada mañana, a vivir en una casa que te encante, a viajar, a pensar en ti, a tener tiempo libre, a respirar, a saber que eres capaz y que debes serlo porque hay cosas que nadie va a hacer por ti. Nadie.

 

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