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Lunes con sol

Lo que no se ve, pero se nota (2ª parte)

Lo que no se ve, pero se nota (2ª parte)

Me quedé con ganas de añadir en mi última columna de El Español más asuntos de esos que no vemos, pero que se notan, porque encajan perfectamente con la gran estima que le tengo a la intuición, porque el ritmo se demuestra andando, porque la mayoría de los asuntos importantes van de dentro a fuera.

Se nota el amor por lo que uno hace, las ganas de ser excelente, por eso hay paquetes que llegan con un envoltorio divino, postres que te elevan al cielo, taxis limpios a más no poder, dependientas de sonrisa permanente. Se nota el orden mental, porque emana paz y da ganas de aprender mucho.

Noto inmediatamente cuando un lugar me pertenece y no le busco más explicación: otras vidas, la energía de los que lo ocuparon antes que yo, algo que está en el aire. Puede ser una ciudad, una casa, una oficina.

Las parejas con química se huelen a la legua, y las que no también. Ese tocarse con cuidado, como explorando un terreno desconocido. Uf, fatal. Con lo que mola la sensación de aprender cada recoveco mejor que si fuera propio, el descaro con el que uno se agarra sin mesura a la carne que vive pegada a tu carne.

Se nota cuando te gusta tu casa, porque la mimas y tienes velas de olores, flores, detalles que denotan que ese espacio es tuyo y solo tuyo. Y se nota también la gente que le da importancia al hecho de rodearse de cosas bonitas, porque así es su ropa, sus muebles y cada detalle que les rodea.

Se nota el ego porque ocupa tanto que no cabe nada ni nadie más. Te impide ver más allá de tus narices y te deja solo, embobado con esa grandiosidad que crees disfrutar pero que, en el fondo, solo sufres. El yo, mí, me, conmigo, a la larga, consume. Déjate de hostias, date cuenta de que no eres la última Coca Cola del desierto y aprende un poquito de los demás. De nada.

La envidia canta y a qué nivel, porque hay quien no se alegra de lo bueno que les pasa a otros, porque algunos se pasan la vida persiguiendo lo que el vecino ha construido y, si consigue alcanzando, no descansa: siempre hay un objetivo ajeno que atrapar. Qué cansancio, por Dios.

Cómo se nota la gente a la que le gusta aprender por el placer de absorber conocimiento nuevo y nada más. Contrastan con esos a los que les encanta “copiar – pegar” para presumir de sabiduría. Los curiosos disfrutan, pero no se regodean. Son discretos, tienen la mirada brillante y un discurso interesante porque sí. Porque todo eso que saben y que sabrán se esconde detrás de cada sonrisa, de cada opinión original.

Me encanta la elegancia natural, porque brota a pesar de que el que la posee vaya en vaqueros y camiseta, se acabe de levantar o esté agotado. Se nota en la mirada, en el buenos días, en la manera de mover las manos o beber el café. Lo ves en lo que comen, en lo que leen, en cómo se peinan y en qué responden ante cualquier pregunta. Se nota mucho, claro, cuando alguien pretende ser elegante pero no lo es. Porque lo fuerza y, sin remedio, se le asoma la ordinariez a la primera de cambio.

Se notan las ganas de ser feliz, porque no hay excusas, ni culpas, ni suertes. Cada acción está enfocada a que les pase lo que quieren que les pase y, ante las negativas, pues otro camino que también disfrutarán. El sofá mental no cabe en ellos. Saben que las decisiones, aunque dolorosas, son necesarias para llegar al norte, así que las toman, le pese a quien le pese.

Los lunes se notan, para bien o para mal. A algunos les supone una cuesta casi insalvable, para otros es la  oportunidad para seguir avanzando. Yo hoy elijo lo segundo, que parece más divertido.

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