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Lunes con sol

Lunes con Sol, 8/4/19 (sobre un divorcio maravilloso, un concierto y algunos finales)

Lunes con Sol, 8/4/19 (sobre un divorcio maravilloso, un concierto y algunos finales)

Un concierto

Hace unos días recogí uno de los regalos más maravillosos que me han hecho en la vida: el concierto de Zaz en Madrid, que os anunciaba en otro de mis artículos. Todavía estoy en trance. Qué voz, qué músicos, qué escenario. Qué manera de ver a alguien que disfruta el escenario al mismo nivel que tú alucinas con su garganta prodigiosa. Qué privilegio ser testigo de esa mezcla de talento y sensibilidad. Qué suerte disfrutarlo tantísimo. Me pregunto qué debe sentir esa mujer tan simpática cuando los aplausos no la dejan irse a descansar, si es consciente de que, durante un rato, nos lleva a un lugar que deberíamos visitar más a menudo. La música, amiguis, nos salva la vida. La de verdad.

Una reflexión

Me llama una amiga para contarme que su novio la ha dejado. Que no hay otra, que ella es estupenda. Que ya no está enamorado, nada más. Y ella retorciéndose en el bucle de la culpa: qué he hecho mal, por qué a mí. Como nada es casualidad, en la misma semana, un amigo me confiesa que su relación le hastía, que su novia es una tía majísima, lista de narices, independiente, interesante a más no poder, pero que él ya no quiere estar con ella. Pues déjala. Pero si no ha hecho nada malo, cómo la voy a dejar.

Y concluyo que mi amigo y mi amiga son dos caras de la misma moneda: no sabemos que nuestras decisiones dependen exclusivamente de nosotros, no de cómo sea el de enfrente, así que no podemos entender que el otro decida pirarse por algo tan simple como que le da la gana. De ahí al desastre emocional, un paso.

El divorcio

Recibo un mensaje de mi amiga Carlota desde las Américas. Hoy se celebra el enésimo juicio sobre su divorcio. Enésimo porque él siempre quiere más. Ella le mantuvo durante casi quince años, pero no le basta. Él quiere que, durante la próxima década, Carlota le pague una mensualidad porque ella gana más (normal, teniendo en cuenta que él se ha estado rascando las pelotas mientras ella curraba quince horas al día, cuidaba de los niños y le pagaba las cervecitas). No le basta el maltrato psicológico contínuo. No le basta nada a este individuo que desata mis peores instintos.

A él no le basta, pero a mí sí. Y a ella también.

A ella le basta con dormir sola, en paz. Con cenar tranquila con sus amigas sin recibir quince llamadas en dos horas. A ella le basta con pensar que este verano pasaremos muchísimo tiempo juntas, sin niños, Aleluya. Nos basta con saber que volveremos a ser jóvenes durante un mes entero, que nos iremos de bares sin hora límite, como cuando estábamos en la carrera y recorríamos Barcelona en moto. Y conocíamos a tíos guapos en los semáforos y nos besábamos con tantos como nos diera tiempo en una noche. Nos basta con tener la seguridad de que nos reiremos a carcajadas cada puto día, que se nos escapará el pis, que los lagrimones nos destrozarán el rímel. Que bailaremos hasta el amanecer y volveremos a casa con los zapatos en la mano. Que, sin quitarnos nuestros vestidos noctámbulos, comeremos espaguetis directamente del tupper, sin calentar, para después seguir bailando en el salón. Que al despertar nos lanzaremos a las calles para encontrar un brunch en el que ofrezcan Bloody Mary, que es divino para la resaca. Nos basta con que nos dé la medianoche sentadas en cualquier banco del camino entre su casa en la mía, charlando sobre lo divino y lo humano. Que comeremos pizza de una caja de cartón, en la calle, improvisadamente. Nos basta con pasar dos horas despidiéndonos en la puerta del metro porque, después de treinta años, no nos da la vida para contarnos todo lo importante, para planear todas nuestras empresas, para divagar sobre los miles de sueños que, sin duda, cumpliremos.

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