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Reflexiones de una majara

No quiero ser mayor.

No quiero ser mayor.

NO QUIERO SER MAYOR

Hoy he leído una entrevista que le ha hacían a Milena Busquets, en la que decía que envejecer es una putada, que lo aceptamos porque la alternativa es palmarla y que se cambiaría sin pensarlo por su yo de los 20 años. Pues a mí me pasa EXACTAMENTE lo mismo, lo admito. Sé que queda muy maduro y coherente decir que te sientes muy bien con la edad, pero es que a mí me importan un huevo la experiencia, la sabiduría y la serenidad. La felicidad para mí es sinónimo de libertad, la cual conlleva implícita una falta de responsabilidad, de planificación. Para ser libre uno tiene que ser, en cierta medida, inconsciente de las consecuencias de sus actos. Con la edad, ya sabemos lo que va a pasar y, lo que es peor, NOS IMPORTA. A los 20 vas en moto con un chaval que acabas de conocer y puede que sepas que te puedes pegar un hostión y matarte, pero eso lo importante no es eso, sino lo bueno que está el tío, la sensación de velocidad, de no querer estar en ningún otro sitio en ese momento.

Con los años, pasamos de estar donde queremos estar a estar donde TENEMOS que estar. Y eso es catastrófico.

Se acabaron los impulsos, las improvisaciones, el aquí y ahora, el “pues venga, vale”.

No sales esta noche porque mañana tienes que madrugar, madrugas porque hay muchas cosas que hacer, vas el domingo al cine porque el lunes no podrás, y así suma y sigue. A los 20 sales porque tienes ganas, no madrugas porque ya lo harás y vas hoy al cine porque te da la gana, punto.

Sí, yo me cambiaría sin pensarlo por mi yo de los 20, para perder el tiempo paseando en moto, para jugar al back gammon durante horas y rajar en el bar de la facultad saltándome las clases porque quería reírme en ese momento, no después ni mañana. Mi yo de los 20 tomaba las decisiones porque no había razones para no tomarlas.  ¿Por qué no ir al siguiente bar, no besarme con cualquiera, no bailar hasta el amanecer?

Ahora, ante el tornado de obligaciones, una tiene que elegir, buscar tiempo para llevar a cabo cualquier actividad lúdica, que antes constituía tu vida entera. Los listados de propósitos a los 40 no son más que la copia de cualquier agenda veinteañera: me pegaré una ducha de 20 minutos, comeré cada día algo que me guste, quedaré con mis amigos.

Qué triste, coño.

Mi terapeuta, cuando le conté que quería ser madre, me contestó que era algo fabuloso y que uno no puede vivir siempre como una adolescente. Yo, en ese momento, lo acepté como verdad absoluta pero ahora, que ya no soy adolescente, dudo que haya algo de malo en vivir ausente de obligaciones, de responsabilidades, de horarios. Yo diría que no pero, en cualquier caso, no hay marcha atrás. Quizás algún día, cuando mis hijos sean mayores, yo esté de vuelta de todo y haya alcanzado (o descartado) todos estos estúpidos objetivos vitales que me planteo sin parar, volveré a pasear en moto con desconocidos y a bailar hasta el amanecer simplemente porque no haya razón para no hacerlo. Ojalá.

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