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Reflexiones de una majara

Seis reflexiones cotidianas

Seis reflexiones cotidianas

las claves de sol

Bolsos asequibles (o algo asi).

No hay cosa que me guste más que cotillear las revistas de moda, por mucho que luego pase de las tendencias de una manera muy salvaje. Y la semana pasada saqué media hora para ojear una, entre extraescolar y extraescolar.

Aleluya.

El caso es que, en uno de los reportajes, vi fotos de unos bolsos monísimos. Las diseñadoras contaban cómo decidieron crear su propia marca ante la imposibilidad de encontrar unos que les gustaran, fueran asequibles, y donde cupiera todo lo necesario para ir a la oficina, incluído el portátil. Mira tú qué bien, lo que yo busco: precio normal y que quepa bien de todo. Voy a la web.

HOSTIAS.

Ochocientos euros de bolso. A tope de asequible. Hija mía, di que la piel es lo mejor de lo mejor,  que tres sacerdotisas griegas tardan un mes en fabricarlo, que te va a durar el bolsito toda la vida, pero no me digas que es asequible. Porque asequible NO ES. Y aquí podríamos elucubrar hasta la saciedad sobre cuál es el mundo real, si el suyo o el nuestro. En fin.

La Melania.

En la página siguiente aparecía Melania Trump, que es una mujer que me produce mucha curiosidad por varias razones: la primera, cual debe ser el tamaño de su estómago para meterse en la piltra con el Zanahorio. Y no solo eso, es que han tenido un hijo. Una vez, como mínimo, se lo ha tenido que cepillar. Muy fuerte todo. Lo segundo que me deja loca es la altitud de sus tacones. Sí, sí, altitud, que lo de altura se queda corto. ¿Cómo puede caminar? El caso es que relacionando lo del tacón imposible y el sexo con el Zanahorio, se me ocurre que, una vez te has zampado a Trump, lo mismo te da reventarte el pie con quince centímetros de aguja, que hacer paracaidismo extremo, o rafting suicida. Superada una barrera, superadas todas.

Los libros.

Cambiando MUCHO de tercio, os cuento que he empezado a leer “Doce cuentos peregrinos” de Gabriel García Marquez. Ya el prólogo es inconmensurable. Leedlo. Mientras lo empezáis, os transcribo un pedacito de su magia:

“Lo demás es el placer de escribir, el más íntimo y solitario que pueda imaginarse, y si uno no se queda corrigiendo el libro por el resto de la vida es porque el mismo rigor de fierro que hace falta para empezarlo se impone para terminarlo”. 

Bueno, y otro más:

“Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la anterior ¿Cómo saber entonces cuál deber la última? Es un secreto del oficio que no obedece a las leyes de la inteligencia sino a la magia de los instintos, como sabe la cocinera cuando está la sopa”.

Cada vez me gustan más los prólogos. Y leer. Y descubrir librerías como “Amapolas en octubre” y empresas como Bookish, que consiguen que seas feliz pagando tu propio regalo mensual. Lo contenta que me pongo cuando me llegan sus libros, en esas cajas divinas y con su bolsita de té no tiene precio. Bueno sí, pero razonable.

El jeto.

Y de lo divino a lo humano: he decidido cambiar el rojo de labios por el fucsia. Me siento intrépida. Entre renovarse o morir, pues mejor renovarse.

Hablando de renovación, estoy un poco hartita de las gafas. Sí, son ideales y sí, se me ensucian los cristales que no es ni medio normal. En eso soy como una niña de primaria. Horrible e incómodo. Así que me he he puesto a investigar sobre unas  lentillas de hidrogel de silicona, que suenan como a muy moderno y tecnológico. Y esperad, que como me dé por una metamorfosis total, pruebo las  lentillas de colores naturales, porque Murphy hizo que heredara la napia de mi santo padre, pero no sus ojazos azules. Nunca es tarde.

La serie.

Los de Amazon Prime Video me tienen loca. Primero fue This is us, luego Good girls revolt y ahora The Romanoffs. Matthew Weiner, guionista de Los Soprano y creador de Mad Men ha vuelto a hacerlo. Señoras, qué gustazo de guión y de todo. Rodada en ocho países y en siete idiomas, nos cuenta las historias de varios descendientes de los Romanov (sí, los zares rusos). En el primer capítulo sale Aaron Eckhart, que me gusta a mí un montón.

El cumpleaños.

Dicen los astrólogos que debes cumplir años en un lugar donde confluyan energías positivas a lo loco. Se acercan mis cuarenta y seis peligrosamente y se supone que, para conocer el emplazamiento perfecto, debería pedirle a un especialista en el tema una “Revolución solar”, que me encanta como suena porque parece hecho para mí. Pero como yo las instrucciones astrales las sigo un poco a mi manera, voy a dejarme guiar por mi instinto: Ciudad de México y no se hable más. Porque mis cuarenta y cinco los empecé allí y han sido inmejorables. Porque quiero visitar a mis amigos mexicanos, porque siento en las tripas una conexión maravillosa con las rancheras, con los tacos al pastor y con ese acento precioso que escucharía durante horas. Porque, desde que vi “La casa de las flores”, solo quiero ser Paulina de la Mora.

   

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