Querida Fabulosa: hoy es tu día (y mañana también)
Me he obsesionado con el Hygge. Para los que no lo sepáis, el Hygge es un término danés que define aquellas pequeñas cosas que te hacen feliz . La semana pasada me compré un librito que habla sobre el tema y, aparte de las fotos chulas y de que ahora tengo aún más ganas de ser nórdica, lo más interesante (para mí) llega cuando nos cuentan que esa palabra no existe en otros idiomas. Solo los daneses le han puesto nombre a buscar su rinconcito acogedor, su charla distendida con buenos amigos frente a la chimenea bebiendo un chocolate caliente, su momento de tranquilidad bajo la manta y calzando calcetines suaves y calentitos. Es parte de su vida, de su cultura, de su ADN.
Y me puse a pensar en cómo la existencia de determinadas palabras influye en nuestra manera de pensar, de vivir y de relacionarnos, con los demás y con nosotros mismos. Las palabras determinan nuestra realidad. Todos seguiríamos queriéndonos si no existiera el vocablo “Amor”, pero y si no existiera “Matrimonio”, ¿tendríamos el convencimiento de que hemos de unirnos en pareja por los siglos de los siglos?
Pongamos por ejemplo la palabra “Mareador”. Cuantísimos mensajes me habéis enviado desde que escribí aquel artículo en el que le ponía nombre y os contaba lo que yo creía teníamos que hacer con ellos. “Yo pensaba que solo me pasaba a mí”, “Resulta que tienen un nombre”, “Fue leerte y mandé a mi Mareador a la Mierda”. No es que yo haya descubierto la piedra filosofal, es que me inventé un nombre para esos individuos. Nada más. Y parece que eso es mucho. Porque los reconoces cuando los estás sufriendo y porque sabes que tienes que salir por patas, te cuenten la historia que te cuenten.
Pienso en la palabra “Feminismo”, en la confusión que genera en algunos, que lo ven como el equivalente al machismo pero por parte de las mujeres, ¿y si lo llamáramos “Igualación”, “Solucionismo” o, simplemente “Normalidad”? Probablemente algunos seguirían sin entenderlo pero igual otros se sentirían menos atacados, quién sabe.
Y me planteo que quizás ya es hora de buscar palabras que definan estados deseables para las mujeres y así, quizás, del pensamiento pasemos a la acción. A bote pronto, se me ocurren estas:
Mujer que disfruta de su sexualidad libremente sin que le importe lo que piensen los demás: ESMICOÑO.
Mujer que no se deja marear: KETEDÉN.
Mujer que comparte con su pareja la carga de los niños y la casa al 50%: ESLOKEAY
Mujer que no es castigada por tener carácter y las ideas claras: KEPASA.
Mujer que cobra lo mismo que un hombre por realizar el mismo trabajo: MISMAPASTA.
Mujer que, ante el primer atisbo de violencia machista, denuncia y se marcha para jamás volver: NUNCAMÁS
Mujer que es soltera y no tiene por qué dar explicaciones sobre ello: KETEIMPORTA.
Mujer que no quiere tener hijos: NIDECOÑA.
Y, quién sabe, queridas Fabulosas, a lo mejor si las implantamos pronto y nos damos prisa, para el siglo próximo ya no serán necesarias las manifestaciones, las reivindicaciones feministas (que no feminazis), el día Internacional de la Mujer, ni el día contra el maltrato, ni ningún día especial celebrando lo que debería ser normal.