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Etiqueta: Nueva York

Por qué Nueva York

12 razones por las que adoro Nueva York

Muchas me preguntáis por qué siento este amor por Nueva York, cuáles son mis lugares favoritos, cuándo empezó este romance. Y os contaría que me apasionan las ciudades, la información constante que recibes en ellas sin darte apenas cuenta, que esa amalgama de humanos de tantos colores, culturas y credos se me antoja apasionante. Podría hablaros de la libertad que sentiré cuando, en pocos días, aterrice allí. Al perderme por tantas calles humeantes en las que inventaré tantos personajes, de cómo allí formo parte de algo más grande que yo, de que la Gran Manzana me abraza nada más llegar. Os diría que hay una paz extraña al sentir que vuelvo, no que voy; al tener mis rutinas en un lugar que está a seis mil kilómetros del Madrid donde vivo.

Podría hacer una lista de lugares gloriosos en los que incluiría mi puente de Central Park, el mercado de Union Square, las estanterías de Strand Books, los bancos de Madison Square Park donde engullo pizzas de Eataly en su caja de cartón mientras disfruto de las luces del Empire State y me muero de risa con mis amigas. Incluiría la caminata sobre el puente de Brooklyn al anochecer, para luego contemplar los rascacielos desde el otro lado, sin prisa, anonadada por esa grandiosidad que me deja sin aire a pesar de que la he observado más de cien veces.

Os diría que es obligatorio ir a  “Sleep no more”, la obra de teatro interactiva y muda en la que te pierdes en un hotel, con una máscara que te tapa la cara, y que puedes repetir actividad cuantas veces quieras porque nunca verás la misma función. En mi lista de recuerdos favoritos está la proyección de “La historia interminable” en Prospect Park y la de “Cocktail” en el Museo Intrepid, que es un portaaviones (espero que este año les den por poner “Top Gun”). Las tardes tirada con mis amigas en el césped de Bryant Park, escribir en la Biblioteca de Nueva York, ir a un musical, caminar desde el Meatpacking hasta el Soho pasando por Washington Square para ver al pianista bajo el arco. Visitar Williamsburg y el barrio judío ortodoxo en Brooklyn para que el contraste me deje ojiplática. Cenar coreano en Gaonnuri, con vistas a la ciudad que nunca duerme. Visitar la Frick Collection, el Guggenheim, el MOMA. Pegarme el lujo de tomar el té en la cafetería de Bergdorf´s. Visitar Barney´s y sus vestidos rollo gala de los Oscar.

Bailar sin pausa en un bar del East Village en el que una señora con pinta de farmacéutica me echa las cartas y, apalancada en la barra, hablar con todo el mundo, porque así son los yankees de comunicativos. Volver a casa de madrugada en un taxi amarillo sin suspensión y con un conductor con turbante. Seguir bailando en casa de mi amiga de la facultad, que se mudó allí hace mil años, con el pijama puesto y dando las gracias a todos los dioses del Olimpo por dejarme ser joven otra vez, por darme un tiempo sin hijos, sin responsabilidades, sin más preocupación que la de no despertar a los vecinos.

Escribir en las cafeterías, que las letras se me salgan del cuerpo sin orden ni concierto, fundirme con la historia que estoy contando. No saber dónde acaba mi protagonista y dónde empiezo yo. Y qué más da.

Tener la seguridad de que se acercan cuarenta días de inmersión en esto que soy, de que algo cambiará aquí dentro, porque así son los viajes, los del cuerpo y los del alma.

Cuando yo fui yo.

cuando yo fui yo

Estoy de comprar uniformes, libros, libretas y demás bártulos escolares hasta las mismísimas narices. Los niños están del hígado y yo con ellos. Aún no sé qué días tienen las extraescolares. No puedo organizarme. La chica que me ayudaba ha vuelto a Ucrania. Me da vueltas la cabeza. Voy a morir, o algo parecido. Ayer empezó el cole y espero que en una semana mi vida vuelva a sus cauces o me dará un flus de los graves.

En el instante en el que mis pensamientos fatídicos van a desembocar irremediablemente en una crisis histérica necesito escuchar una de esas canciones que quitan el sentío o, en este caso, lo devuelven. A mí la música me calma, me anima, me cura. Durante los últimos días he sobrevivido gracias a “La bicicleta”.

Los niños se peleaban quince veces al día, yo me ponía “La bicicleta”.

No encontraba polos blancos talla ocho en ninguno de los cuatro Corteingleses visitados, me ponía “La bicicleta”.

Tenía que visitar tres webs diferentes para comprar todos los libros de texto, me ponía “La bicicleta”.

Y así estoy, que no sé si tengo cara de Shakira o de Carlos Vives.

Pero ahora, que ya tengo los pelos más de punta imposible,  los colombianos no me bastan. Necesito un temazo que no solo me alegre la vida, sino que me evada, que me traslade a otra dimensión en la que no existen los carpesanos, los menús diarios, los calcetines azul marino de la talla treinta y cinco, que es la más demandada del planeta y por eso desaparecen antes de que los cuelguen en el expositor.

Busco en Spotify.

La tengo: “We are young” de Fun.

Ay amiguis, amiguiiiiiiiiiiiiiiiiiiis, qué momentazo siento en mis entresijos. Esa melodía me ha acompañado en Nueva York tantos días, en tantos lugares, durante el tiempo que he pasado allí este verano, escribiendo y disfrutando, que en el fondo viene a ser lo mismo. La escuché en una serie y, como soy tope de obsesiva, me la puse en bucle y a lo loco… Y allá voy, hacia esa galaxia lejana en la que no existen ni las prisas, ni las responsabilidades, ni las papelerías.

Llevo días dándole vueltas a la razón de aquella felicidad que solo puedo calificar como SUBLIME,  para poder reproducirla en la vida real. Me niego a pensar que ese estado de nirvana se da exclusivamente en la Gran Manzana.

Sigo escuchando mi canción neoyorquina. Extasiada.

Nos hinchamos (o al menos yo lo hago) a leer textos sobre cómo disfrutar los detalles y agarrarnos al aquí y el ahora, sobre cómo enfocarnos y evitar distracciones que nos roban energía. Pues ahí está, básicamente, el secreto de lo que podríamos denominar “mi alegría manhattaniana”. Aquí la menda se alejó del mundanal ruido, aunque pueda resultar a primera vista paradójico, ya que hablamos de la capital del mundo. Pero es que el aislamiento no depende de dónde esté tu cuerpecito, sino de dónde coloques tu sesera. Y la mía vivía encantada levantándose muy temprano, paseando por Central Park a las siete de la mañana, contemplando ese contraste espectacular entre lagos, árboles y rascacielos. Mi sesera zen se limitaba a caminar, escribir y ver a mis dos amigas. Nada más. Y así cómo el que mucho abarca poco aprieta, el que poco abarca, aprieta a lo salvaje.

Mientras me duchaba no cavilaba sobre qué haría para cenar, solo me duchaba.

Cuando reía con mis amigas sobre la hierba de Bryant Park, quería parar el tiempo.

Si me sentaba a desayunar en un bar, lo hacía sin prisas.

Cual súperhéroe mutante andaba yo, con los sentidos hiperdesarrollados, por esas calles, por esas cafeterías en las que me sentaba a escribir durante horas. Escuchaba conversaciones, observaba a los transeúntes para luego soltar una serie enorme de cavilaciones discordantes en mi preciosa libretita azul de Moleskine. Porque esa es otra: nada como escribir para darte cuenta, para estar presente.

No había prácticamente mensajes de Whatsapp, ni mil amigos con los que quedar. No existían los horarios. En mi nevera, una botella de leche. En mi armario, siete modelitos, unas sandalias y mis zapatillas de deporte. En el baño, eso sí, ochenta potingues (que una es minimalista, pero no tanto). La tranquilidad de que mis hijos se lo estaban pasando de muerte con los abuelos y nuestros varios Facetimes diarios, remataban el plan.

Ahí estaba yo, en un lugar dónde, lejos de huir de mí, era mucho más yo.

Decido que mañana mismo desayunaré con calma mientras le doy al boli sobre mi libreta azul, que apagaré los datos del móvil el rato que me dé la gana, que, de camino a la oficina, respiraré esta ciudad que me gusta tanto como aquella.

Uf, ya me siento mucho mejor, mis pulsaciones han vuelto a la normalidad y la idea de forrar los veinticuatro libros que tengo ante mí ya no me produce convulsiones. Nada es para tanto. Viva mi canción, viva Nueva York, viva el césped de Bryant Park.

Como todos los buenos viajes, este me ha cambiado. Que lo sé yo. Me he visitado y me he gustado. Mucho. He conocido un país nuevo, que está entre mis orejas, mis costillas y mis pies. 

Ahora que ya sé dónde estoy,  iré a verme a menudo.

cuando yo fui yo

     

12 razones por las que adoro Nueva York

12 razones por las que adoro Nueva York

Se acerca el (horrible) momento de abandonar Nueva York, el lugar que me ha adoptado durante varias semanas. Por motivos que ya os contaré, este tiempo que he pasado aquí marca un punto de inflexión en mi vida. Qué menos que rendirle un homenaje recordando solo unas pocas de las muchas razones por las que adoro esta ciudad que tantos regalos me hace cada día.

  1. Hay gente de todos los colores. No me siento extranjera porque aquí conviven todas las razas e idiomas del mundo. Si te plantaran en medio de Nueva York sin decirte en qué país estás, nunca lo adivinarías.
  2. Es la ciudad que nunca duerme, LITERALMENTE. Eso, que para algunos pudiera resultar agobiante, a mí me encanta. Los insomnes nos sentimos acompañados en una ciudad también insomne. A las seis de la mañana, Central Park está lleno de gente corriendo o paseando a su perro, puedes ir al supermercado a las tres de la mañana, Starbucks abre a las cinco…
  3. Es una ciudad “caminable”. Si algo tengo claro a mis cuarenta y tres palos, es que NO me gustan los lugares donde el coche es imprescindible. Ya viví un año en un infierno como ese Y NUNCA MÁS. Puedes patearte Manhattan de arriba a abajo sin problema y trasladarte al resto de Nueva York en transporte público. Maravilla.
  4. En los lugares donde se camina por la calle, la gente es más sociable. El hecho de cruzarte cada día con tantos humanos, te abre la sesera. No es raro que, sin conocerte de nada, un desconocido te hable. No sé si le pasa al resto, pero a mí me alaban los ropajes. Este verano le ha tocado a mi falda vaquera de Zara. Las chicas me dicen lo bonita que es y dónde la he comprado. Hace dos inviernos le tocó a mi bufanda blanca y plateada, hace tres a mi abrigo rojo…
  5. Nueva York está diseñada para que los transeúntes la disfruten. Me encantan esas fuentes de los parques infantiles donde los niños juegan y se empapan en verano. No sé por qué no les copian en Madrid, me darían la vida. El tema de las mesas y sillas situadas por medio Manhattan para que cada uno las use como mejor le convenga es otro puntazo.
  6. Que sí, que ya lo sé, que aquí los camareros viven de las propinas y por eso son tan amables, pero joder, da gusto que te traten bien. Lo mismo en las tiendas: no te miran mal porque vayas en mochila y chanclas, es más, hasta te saludan sonrientes cosa que, quieras que no, se agradece MUCHO.
  7. Central Park. Sí, quizás a algunos les parezca ridículo pero el parque es, para mí, parte esencial de mi amor por Nueva York y esto no ha hecho más que crecer durante las últimas semanas. Él ha sido mi compañero cada mañana y muchas tardes. No hay mejor ansiolítico que mirar ese Reservoir o plantarme en el mirador frente a mi Bow Bridge. Algo kármico me une a esta selva urbana.
  8. Los musicales. Para una majara de la música, el cine y el teatro como yo, Broadway es el paraíso terrenal. No solo disfruto la obra mientras la estoy viendo, sino que me quedo atontolinada toda la semana siguiente. Esta vez, el descubrimiento ha sido “Kinky Boots”, aún sueño con Lola, la/el protagonista. Desde que la vi, solo quiero ser una Drag Queen negra.
  9. Los muffins (o mega magdalenones) de Magnolia Bakery. Yo era fan de los de plátano y nueces pero ahora muero por los de manzana y arándanos. Todo muy sano y frutal. Nada de azúcar, noooooooooooooo. Ya que estamos con el tema gastronómico, qué vivan las albóndigas de Crafbar. Y los huevos Benedict de Sarabeths´s. Y la carne de Gaonnuri. Y…. Y ASÍ ME HE PUESTO DE ORONDA.
  10. Los tíos buenos. Esto no es normal, chiquis. Venir en verano a esta ciudad es un no parar de ver cuerpos fibrados por doquier. El otro día casi infarto en el supermercado, más concretamente en la sección de frutería: había un pedazo de bigardo con camiseta de tirantes, brazos indescriptibles, altura aproximada de 1.90, morenazo, con unos morros… A mí, porque se me ha muerto aquello , que si no, abuso de él sobre las zanahorias y los puerros. En el parque, ni os cuento… Ahora con el calorazo, corren sin camiseta. NO DIGO MÁS.
  11. Podría dar mil motivos y ninguno sería aquel por el que siento que aquí, soy más yo que en ningún sitio. Aquí soy capaz de reflexionar sin prisas, de inspirarme, de escribir a chorros. Aquí los sentidos se me disparan tal cual fuera Spiderman. Veo más, oigo más. Quizás fui neoyorquina en otra vida, o puede que mi amor por los superhéroes me arrastre a este enamoramiento infantil o, a lo mejor es que un culo de mal asiento como el mío es feliz en una ciudad donde sentarte, te sientas poquito.
  12. Por último, lo más importante: MIS AMIGAS. Esas golondrinas que emigraron hace años a este lugar tan fabuloso como caótico constituyen el 90% de mi debilidad por estos rascacielos.

Cuando en pocos días, esté sumergida en mi vida real, lo que más recordaré de este viaje, sin duda, será mi tiempo con ELLAS: nuestras risas, esas charlas interminables a la puerta del metro, los picnics tiradas en la hierba de Bryant Park, las caminatas por medio Manhattan, las pizzas en caja de cartón frente al Flatiron Building, las velas encendidas en Saint Patrick´s, aquella azotea donde me mangaron la visa, los mapaches que nos acechaban en Central Park.

Que lo sepáis: ese par de maravillas son las grandes culpables de que yo esté escribiendo estas líneas.
Y aún mejor, de las que me quedan por escribir.
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La Regeneración y el Manhattan: magia en Nueva York

Y mira que una fantasea con que escribe desde New York y me doy cuenta de que ahora que estoy en la city no se me había ocurrido hacer la fantasía realidad. Seré melona…

Pero hoy me he iluminado y aquí estoy, en mi silla habitual de desayuno, frente al Empire y escribiendo. Espero que el Universo capte el mensaje y me deje repetir este momento infinitas veces más.

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Y al fondo…el Empire

En los escasos diez minutos que separan mi hotel del Pain Quotidien donde estoy sentada frente a mi Ipad, mis tostadas Five Grain y mi té con leche, me he dado cuenta de que aquí y ahora confluyen la mayoría de los contenidos de mis artículos que, al fin y al cabo, no son más que dibujos de lo que me motiva en la vida.

Para empezar,  I made things happen: he atravesado los 6.000 km. que me separan de mis cada vez más adoradas Golondrinas Niuyorkinas, para vivir un momentazo al que me aferro con uñas y dientes.

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Podría extenderme eternamente contando cuanto adoro Nueva York y lo que molan las tiendas, los musicales, los rascacielos…pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Por arte de magia, el pasado viernes estuve en una cena que fue algo así como revivir las secuencias más notables de mi vida. Allí estaban la Madre Niuyorkina: mi amiga y confidente desde hace 23 años. Concretamente desde un jueves en el que apareció en el bar de la Facultad de Derecho de Barcelona, preguntando quién salía esa noche. Obviamente levanté la mano. Y nunca nos volvimos a separar. Y fijaos que yo vivo en Madrid y ella en Manhattan desde hace 15 años. Pero lo mantengo, NUNCA NOS VOLVIMOS A SEPARAR.

Mi otra Golondrina estaba allí también. Mi amada y admirada Carmen , que viajó desde nuestra Ibiza hasta la Gran Manzana para ser cineasta, que tan orgullosos nos tiene con sus mogollones de premios (Emmy incluído)  y que tanto tiene que ver con esta etapa de mi vida, en la que me anima, me aconseja y me empuja para que escriba y escriba y escriba…

No podía faltar  Lidia, la actriz, mi  asesora de actividades artístico-culturales, compañera de proyectos presentes y futuros,  siempre de buen humor, que se unió al viaje porque si se pierde una la palma (literalmente), a la que le sobra entusiasmo y por eso me lo contagia cada día (y muchas noches).

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Lidia San José en su sosiego habitual

Para acabar, EL MAGO. Al que ahora admiro más por las risas que me genera, que por salvarme la vida en las lejanas Rusias ( y no es que no valore mi existencia, es que es muy gracioso).  Quién me iba a decir a mí que tres años después del salvamento, íbamos a estar cenando en el Craftbar de super Tom Colicchio. Él es la prueba viviente de que solamente hay que estar atento para ver que todo está escrito y que los círculos se cierran solitos (si tú no lo impides, claro).

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Estos encuentros en los que mezclas colegas que no se conocen entre ellos pueden ser peligrosos. Que a ti te parecen todos ideales y de repente entre ellos se odian y quieres morirte. Pero no fue el caso. Todo lo contrario. Entre charlas sobre Junot Díaz, relatos escabrosos sobre los ex respectivos, comentarios escatológicos (que me pueden encantar) y muchas risas, se nos pasó la noche sin que me acordara del jet lag.

En un momento dado tuve la extraña sensación de que veía toda mi vida pasar y pensé “ostias, a ver si es que la voy a palmar en breve”. Pero no en plan mal rollo, sino como “joder, qué suertuda soy. No imagino a nadie que pueda estar mejor acompañado que yo en este momento”. No estaban todos los que son pero sí son todos los que estaban…

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Maravillosas albóndigas de Craftbar

No sé muy bien como transmitir el entusiasmo, o la felicidad, o la plenitud que viví en ese rato, ni el regusto tan maravilloso que se me ha quedado y que sigo teniendo ahora que he vuelto a Madrid.

Sí, empecé a escribir frente al Empire pero no era cuestión de pasarme todo el día allí, que hay que vivir para poder escribir.

Yo que soy ostracista hasta la médula, que elijo con sumo cuidado con quien comparto mi tiempo y que no me corto un pelo en pirarme si la compañía no me parece la óptima, disfruté como una perraca observando la reunión como espectadora activa, segura de que ninguno de los componentes de mi Dream Team era consciente de lo que cada uno de ellos representa para mí, y mucho menos de lo maravilloso de su agrupación.

Imagino que he escrito esto, en parte, para contárselo. Creo que es importante posicionarse en la vida, gritar que SÍ a los que sí y por supuesto NO a los que no (ese será otro post). Esto debe tener que ver con mi obsesión de que la vida son dos días (uno con gripe) y que lo de perder el tiempo con algo o alguien que no mola me da bastante yuyu.

Hay dos cosas que me regeneran más que nada en el mundo: la primera es Nueva York. Perderme por sus calles, irme a Central Park y pasarme las horas delante de mi Bow Bridge, en encefalograma totalmente plano. Punto muerto para variar. Coco vacío totalmente. La segunda es pasar un rato de complicidad y carcajadas con gente a la que admiro y aprecio (o amo locamente en algunos casos).

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Mi sitio favorito en el mundo mundial.

Si ambos momentos regeneradores se unen, ya es el no va más. Estoy convencida de que el viernes gané años de vida a base de crear células nuevas, todas monísimas y muy risueñas.

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Golondrinas from Brooklyn. Amor a raudales

Y espero la ocasión se repita. En el mismo sitio o en otro mejor, con los mismos componentes y/o con otros, en este caso inmejorables.

La Madre Niuyorkina. Capítulo 1.

Agradecida y emocionada os presento a la Madre Niuyorkina en su primera (espero que no última) colaboración en estas Claves.

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He sentido la presión…cada día con más fuerza, y justo ahora que me he sentido plenamente realizada quería responder a tu llamada. El gran momento “aha”, como le llaman los americanos, acaba de materializarse en forma de dos baguettes crujientes de mi horno a 450 grados Farenheit y una sopa de pescado con un sofrito maravilloso que espero que se coman los pollos (los mios 3, claro está). Son las 10:35pm, y me queda todavía la disyuntiva de si le pongo fideos o arroz a la sopa. Claramente el tema merece una buena pensada. No se si mis momentos aha tan interesantes valen la letra de oro del blog, asi que voy a cambiar de rumbo…

Os podría contar que la vida en NY con pollos sigue la dinámica de la vida con pollos en cualquier lugar del mundo, aunque la presión no es tanto para la madre (el padre que escriba sus reflexiones en otra entrada, que esta es mía) sino para los niños.

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Madreando en NYC

Lunes cole hasta las 3, baseball y piscina (porque? Me preguntan, tenemos que ir a la piscina cuando ya sabemos nadar?, pues porque tienes que seguir practicando que no quiero que te olvides y después te me ahogues, respondo. Caso cerrado.) Cena a las 6:30pm, deberes del cole y deberes extra de refuerzo, no sea que pierdan el ritmo que lo del cole es demasiado sencillo).

Martes, jornada normal y por la tarde a la clase de refuerzo a que te corrijan los deberes de la semana y te den para una semana más.

Miércoles, clase de español gracias al Gobierno de España, una hora y media semanal, deberes del cole y refuerzo.

Jueves, clase particular de mates, no sea que se encallen al sumar, deberes del cole y refuerzo.

Viernes piscina y refuerzo y, finalmente, pobres crios, sábado, 4 horas de cole de español.

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Central Park

Uno se pregunta si es necesario, si no sería mejor dejarles, se plantea si esta vida de trabajo ya de tan chiquitines no hará que de mayores quieran sólo hacer lo que yo (disfrutar al máximo hasta que ya es necesario ponerse las pilas y ser serio, o bien les estás educando para lo que ya viene, que es un mundo con serias crisis cíclicas. Tengo que acotar que no se han quejado, que comen chocolate y piruletas y que tienen muchos amigos.

Cuento esta perorata de horarios para contar que NY te hace realmente pensar en lo que tú como madre quieres para tus hijos y permite, en general, que actues en congruencia con lo que has decidido sin tener que dejarte llevar porque la sociedad no acepta tu plan. La diversidad en el plano educacional pasa por familias que “no creen en los deberes” y sus hijos hacen lo que quieren a partir de las 3pm, por familias que quieren que sus hijos sean los número 1 y se desviven por ello (ejemplo “tiger moms”), hasta familias que por su religión o estilo de vida deciden que su hijo no vaya al colegio y traen la educación a casa (“homeschool”).

Lo que descubrí, por último, la semana pasada era la posibilidad de que tu hijo esté “unschooled” en algunos lugares y por padres más radicales o woodstock. Vaya, de todos los colores. NY te dá todas estas posibilidades sin perder el foco en el mundo, en las diferentes razas, culturas (porqué no celebramos Hannukah? Viva Kwanza!), idiomas (con 4 años imitan diferentes acentos) y les abre las puertas a un mundo para que lo vean como uno, sin prejuicios. NY permite que las madres lo compren TODO por internet y les llegue al día siguiente, comprar leche a las 4 de la mañana sin tener que doblar muchas esquinas y que el mensajero de la farmacia te traiga a tu trabajo unos repuestos para el sacaleches que te has dejado en casa esa mañana. La flexibilidad no tiene precio. Aish, bueno si, tiene precio, pero vale su precio en oro.

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6.000 Km

6 A.M. El despertador digital del hotel me recuerda que no llevo nada bien el jet lag. Gracias a la interminable cola de los mostradores de inmigración, llegaba a mi habitación a medianoche. Cómo me gusta mirar por la ventana cuando aún no ha amanecido. A las cinco ya había gente corriendo en la cinta del gimnasio que hay frente al hotel. Curioso pueblo el neoyorquino, ¿dormirán alguna vez?

6.15 A.M. A las 8.30 he quedado con las chicas para desayunar en el Prêt a Manger de la 5ª con la 39. A las charlas habituales en mis visitas (léase: hombres, trabajo, niños y planes para el futuro), se añade planear el vestuario, peinado y maquillaje de María para la gran noche.

Mi María, tan ajena a estos tejemanejes fashion…

Pero solo quedan dos semanas y la someteremos, con o sin su consentimiento, a la tortura de la puesta a punto estilística. Para el último evento nos bastó una tarde, pero me huelo que esto no será tan fácil. Llevamos 10 años esperando este momento. Desde que decidió cruzar el charco para hacer un Máster en Producción de Cine.

Luego todo fue rodado: el premio para estudiantes de la Academia de Cine, el trabajo en una televisión neoyorkina, los documentales, más premios, la megasubvención… Nada que me sorprendiera en absoluto. María siempre fue un diamante, no pasó por bruto. Una especie de genio loco, absolutamente ignorante de su despampanante inteligencia y sensibilidad. Sigue pensando que todo esto le va grande… Qué loca.

Cuando María me llamó para decirme que se venía a estudiar a la gran manzana, no dudé en darle el número de Alexandra, que llevaba ya varios años aquí ejerciendo de ejecutiva agresiva en versión catalana y supercaótica.

Quién nos ha visto y quién nos ve… Parece que fue ayer cuando estudiábamos en la Facultad de Derecho de Barcelona. Pero no fue ayer, fue hace 20 años y a más de 6.000 Km. Nunca llegué a acostumbrarme a la ausencia de mi compañera de juergas, de charlas, de risas hasta llorar, de tardes interminables de bares por la calle Petritxol.

Alexandra fue la primera persona a la que eché de menos en mi vida.

6.45 A.M. Es apasionante ver como esta ciudad se pone en marcha. Ahora agradezco el manojo de pelos que encontré en la ducha al llegar y que me llevaron a un upgrade con vistas a Union Square.

María no lo sabe, pero nosotras lo tenemos clarísimo. De todos los modelos que le envió el estilista por correo electrónico y que ella, seguro que sin mirarlos, nos envió a nosotras, el elegido es un Carolina Herrera muy sencillo, rojo y largo, por supuesto. Como acompañamiento, stilettos dorados de Louboutín y no se hable más. Como los de Sarah Jessica en la segunda peli de nuestra adorada saga. Querrá  morir, y matarnos.

Mañana sale hacia Los Ángeles. Estará de los nervios la pobre…

7.15 A.M Iré caminando hasta la 39. Mejor me voy duchando…

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