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Etiqueta: relaciones tóxicas

Autoamor vs. relaciones tóxicas.

Lo hablaba hoy con mi psicóloga: ¿qué coño nos pasa a las tías?

Perdón, que empiezo a bocajarro porque la cosa me mosquea, me remueve y me descoloca.

El sábado me contaba una amiga de su primer marido: llegó a las manos, intentó vaciar la cuenta común. Antes quedé con otra a la que también pusieron la zarpa encima. Tuvo que salir de casa con sus dos hijos y en pijama. El domingo, Ana me contaba que, a los veinte días de nacer su hija, el padre de la criatura desapareció con su amante para volver a los tres meses exigiendo sus derechos. Por no hablar de Cristina que, tras mantener a toda la familia durante QUINCE AÑOS, va a tener que pasarle pensión compensatoria al susodicho (otro con orden de alejamiento). Y suma y sigue…

Y que conste que servidora tiene casi más amigos que amigas y, ojo, que en todas partes cuecen habas,  PERO NO TANTAS, JODER. Y ni todos los tíos son unos cabrones, ni todas las tías unas santas. No es eso, PARA NADA.

No lo tenemos fácil, así de entrada. La tradición cristiana que llevamos las mujeres pegadita a la piel por mucho que nos joda y nos pese, nos empuja a entonar como aceptables vocablos tan apestosos como “Compensar” o “Aguantar”. La última frase de moda es “Las parejas hoy en día no duran PORQUE LA GENTE YA NO AGUANTA”. Obviamente, por supuesto, pues claro. Porque las calidad y la duración de las relaciones, sean del tipo que sean, no ha de basarse en la capacidad de sacrificio de uno o de los dos componentes, sino en el amor.

Al grano, queridas. Nos marean más, nos maltratan más. Algo de responsabilidad tendremos, digo yo. Nos vapulean porque nos dejamos, ni más ni menos. Siempre hubo un mal gesto ante el que teníamos que haber salido por patas, PERO LO AGUANTAMOS. Siempre hubo un primer desplante, pero pensamos que sería solo uno, y luego solo dos, y luego trescientos cuarenta y cinco. Cuántas me escribís porque estáis hechas mierda por uno que os promete el oro y el moro y luego os deja tiradas a la primera de cambio, y ahí seguís. Y ahí seguimos.

Porque nos amamantaron con la creencia de que si yo amo locamente como Las Grecas, a mí me querrán igual. Porque si yo estoy siempre ahí, esperando, en algún momento él se dará cuenta de que soy lo mejor que le ha pasado y vendrá a por mí, y dejará de marearme, de ponerme los cuernos, de tratarme como a una mierda. Pues sigue esperando, chata. Y además ¿De verdad te interesa tal gilipollas?

Porque el que es capaz de tratar a alguien como una mierda,  es porque la mierda es él, o ella. Y no queremos gente mierda, queremos gente fabulosa que, gracias a Dios, es la mayoría. ¿Qué por qué a ti te tocan siempre los crueles? Porque ellos tienen un olfato supersónico para detectar a las/los que están dispuestos a que cualquiera meta el dedo en sus grietas hasta convertirlos en pedazos de lo que un día fueron. Y tu disposición al sometimiento huele. A la legua.

Y es que hacemos lo que podemos con lo que tenemos, porque nadie nos contó que el amor más grande lo hemos de guardar para nosotras mismas, que eso no es egoísmo, sino inteligencia y saber estar. Porque el centro del Universo está en nuestro ombligo, no en el del que duerme al lado. A alguien se le olvidó enseñarnos que esto que somos es grandioso, y que nadie lo sabrá si nosotras no lo gritamos a los cuatro vientos. Nadie nos dijo que somos nuestras, SOLO NUESTRAS, por dentro, por fuera, en toda nuestra extensión. Ojalá en el colegio contaran que la obediencia y el sacrificio no son virtudes, sino lastres insoportables, y que no vinimos a esta vida a satisfacer las necesidades de otros, sino las nuestras. 

Nadie nos enseñó, pero nunca es tarde para aprender, para pasarse el guante de crin por el coco y por el cuerpo y dejar que la culpa, el miedo y el sufrimiento se vayan por el desagüe. Nunca es tarde para plantarte, decir basta y dejarte el dedo en el botón de bloqueo del móvil, de Facebook y de la madre que lo parió. 

Échale un ojito a las que decidieron vivir en lugar de sobrevivir, a las que cogieron el toro por los cuernos y no dejaron pasar ni un día más, y compáralas con las que siguen sumergidas en la mierda, sacando la cabeza de vez en cuando para respirar.

Que tú ya existías antes de él, y volverás a hacerlo. Solo que existirás mejor.

Te lo prometo.

   

Los Novios Plátano, deliciosos e indigestos.

Esta mañana, al volver de dejar a los nenes en el cole, le he mandado un mensaje a un amigo. Uno de esos que, aunque vive muy cerca, veo poco pero quiero mucho. Un tío con el que conecté desde el primer día. No os equivoquéis: nada de tensiones sexuales. De hecho, es gay, como muchos de mis grandes amores.

Me cuenta que está jodido, que ha sido víctima de la resaparición de un ex. Lo que viene siendo un Mareador como la copa de un pino. Que el ser en cuestión, esta vez le ha prometido el oro y el moro. Le llenó de ilusiones y luego, a tomar por el jander. Esta es la tipología más peligrosa: el Mareador Cazador, que vacía el cargador hasta que te tiene preso. La historia tiene mucho que ver con aquello que escribí sobre los hijoputas y las tías listas. Le digo que me lea y que luego escriba (porque él escribe como los ángeles), que si me necesita, silbe. Insisto en que él vale mucho más que un individuo que disfruta jodiendo al prójimo.

“Mira lo que eres, por Dios, ese papanatas no tiene nada que ver contigo”.

Mientras escribo, engullo un plátano y, al primer bocado, siento el dolor de barriga. Los plátanos me sientan fatal, PERO ME ENCANTAN.

Plátano, dolor, placer. El símil está claro, CRISTALINO.

Recuerdo, entonces, el comentario de un lector que ayer me escribió en el post de los Mareadores en el que afirmaba que sí hay tíos decentes (cosa que ya sabemos) pero que seguimos cayendo en las redes de algunos sinvergüenzas. Siempre me he resistido a creerlo pero, a veces, la evidencia me pega una hostia colosal: SEGUIMOS COMIENDO PLÁTANOS, así nos reviente el estómago (o el corazón).

Ni que decir tiene que no siempre es así, también nos zampamos alguna manzana, tan sana, tan dulce y tan simpática. Pero de esas (de esos) no tenemos recuerdos punzantes. Los buenos novios, o follamigos, o amantes, son parte de una (o uno) mismo. Son un brazo, una pierna, una oreja. Están ahí y no los notas. No pinchan, no escuecen, no duelen. Los Novios Plátano, en cambio, pellizcan, a veces tus recuerdos y, a veces, tu presente.

Los plátanos van a seguir existiendo.  Quizás debamos mirarlos desde la distancia o buscar la manera de que no se nos indigesten.

O quizás lo mejor sea escupirlos al primer bocado.

Quién sabe.

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