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Reflexiones de una majara

Veinte deseos.

Veinte deseos.

Yo quiero quedarme dormida en el sofá, no por agotamiento, sino por gusto. Sabiendo que al día siguiente no tengo que madrugar y al siguiente tampoco. Sin el peso que provoca el despertador día tras día, año tras año. Quiero dormir doce horas sin valerianas, sin melatoninas, sin tapones. No quiero calcular, cada noche, las horas que quedan hasta escuchar esa cancioncita que programé como alarma, que tanto me gustaba y que ahora aborrezco porque me recuerda que la rueda de hámster se pone en marcha otra vez, como ayer y como anteayer. Quiero despertarme tardísimo los sábados, y quedarme en la cama viendo Netflix, morirme de la pereza cuando me entre el pis o el hambre.

Quiero pasar cinco horas leyendo revistas en el sofá, o nueve, porque las intercalo con un capítulo de una serie que ya he visto, pero que me encanta. O doce, porque también echo siestas intermitentes bajo la mantita. Quiero escuchar música porque sí, porque me gusta, porque me llena el alma. Pasar de un cantante a otro sin orden ni concierto, que el día se me vaya entre Queen, El Último de la Fila y la banda sonora de La La Land.

Quiero no tener nada en la nevera porque el Cola Cao y las galletas ya me van bien. Porque no engordo ni me sienta mal. Como cuando tenía veinte años y daba igual lo que comiera, porque lo quemaba bailando como una loca tres noches por semana. Esa es otra: quiero salir. Quiero salir como si no hubiera un mañana, porque nadie sabe si lo hay. Hasta que amanezca. Dejarme la garganta en el karaoke, los pies en las pistas de cualquier garito. Volver a casa con el rimel por las rodillas, muerta de la risa, sin más preocupación que la de encontrar taxi porque los tacones me están matando. Quiero despertarme a las cinco de la tarde el domingo y saltar directamente al sofá, que me llame un amigo para ir al cine y, sin pensármelo, plantarme en la butaca en media hora. Ver a mi pandi cada día, sin buscar hueco, sin hora final.

Quiero ser ignorante de que el tiempo es finito, para pasarlo siendo perezosa y feliz, porque eso es el aquí y ahora tan ansiado. Quiero contestar “Ni idea” a todas las preguntas que tengan que ver con qué vas a hacer mañana, o la semana que viene, o dentro de dos horas. Quiero no planificar cada puto segundo, quiero deshacerme del tetris vital en el que se convierte esto de ser adulto. Quiero no tomar decisiones cada minuto de mi vida. No pensar en las consecuencias de mis actos, no adelantarme catorce pasos ante cualquier acción. Quiero no tener agenda porque no es necesaria, porque hago lo que me sale del toto todo el rato. Porque si me apetece escribir doce horas un día, hasta las cuatro de la mañana, pues no pasa nada. Y si el día siguiente lo paso cotilleando vídeos chorras en Youtube, pues tampoco. Quién decide lo que es perder el tiempo y quién dijo que eso es malo, malísimo.

Quiero ducharme con calma, quiero bañarme más de una vez cada seis años. Quiero apagar el teléfono sin pensar en todo lo que puede pasar si lo hago. Quiero no pensar. Quiero pensar solo en divertirme, en lo que quiero ser de mayor, en soñar, en tíos buenos, en razones para carcajear sin fin. 

Quiero salir a pasear sin destino fijo, parar en cualquier tienda para mirar sin comprar, sentarme en cafeterías ideales a escribir sin mirar el reloj. Quiero no tener reloj.

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