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Lunes con sol

250 gilipolleces que me hacen inmensamente feliz.

250 gilipolleces que me hacen inmensamente feliz.

Porque 225 no son suficiente, ni 250, pero por algo hay que empezar.

226. Descubrir, en un libro, en una obra de teatro, en un escaparate una chispa de inspiración, el inicio del hilo del que tirar para llegar a un lugar que hace mucho que no habitaba. Ese momento en el que noto que el interruptor ha encendido la chispa de la ilusión. Se me ha ocurrido algo y voy a ponerlo en marcha: el tema para un artículo nuevo, me apuntaré a clases de baile, hoy me saco un billete a Edimburgo, voy a ahorrar para tener una cocina monísima, pero monísima de verdad.

227. Planificar un viaje a Nueva York con Paulo e Igor, pensar en enseñarles mis lugares y que ellos formen parte de mi historia de amor con esa ciudad. Y que esa ciudad forme parte del amor que siento por ellos. 

228. Saber que, en un mes escaso, se estrena “Llámame” una obra de teatro que escribí con Paulo. Imaginar a la gente en sus butacas, contemplando a Marina y Marieta, las actrices y saber que eso se coció en cafeterías de Malasañaa, en pijama, con un moño mal hecho y muchas tardes de risas.

229. Superar la melancolía que me invadió cuando me di cuenta de que habían pasado veinte años desde el 2000 y que en aquella Nochevieja bailé durante dos días seguidos. Tanto bailé que reventé la suela de las medias y llegué a casa con la zona del talón en las rodillas. Estuve enferma una semana, qué bien.

230. Hablando de Nocheviejas: la ilusión por este año que se estrena. Quiero llenarlo de conciertos; de tardes en mi sillón mostaza, libro en mano; de morreos de los buenos (y de los nuevos); de nuevos talleres con nuevas alumnas con nuevas miradas de curiosidad; de viajes a México; de viajes hacia adentro, para ver qué anda cociéndose por ahí. 

231: Voy a cumplir cuarenta y siete tacos en breve y eso, que normalmente me produce urticaria y amargura, se ha convertido en un aplauso. Joder, que aquí estoy, divina, dedicándome a lo que me apasiona, haciendo sonreír a otras que me hacen sonreír a mí, vendiendo libros a troche y moche, trabajando en una oficina que comparto con amigos. Sigo teniendo las tetas arriba y el coco anda mejor que nunca. No se puede pedir más.

232. Me encanta tener planes a largo plazo y emocionarme desde ya con ellos: México en mayo, un festival de música de los ochenta en junio, mi isla con mil amigos en agosto. Y los que quedan.

233. El lunes próximo empiezo a terminar mi próxima novela. Ya tengo clarísima la estructura, lo que voy a rescatar de lo que hay escrito. El éxito de mi recopilatorio, o sea, vosotras que me leéis, me han dado el empujón que necesitaba. Ya no hay excusa: para verano tenéis nueva historia.

235. El orden. Sí, me hace muy feliz el orden físico y el mental. Supongo que lo uno va con lo otro, o no, pero me gustan los dos. Le he pegado un meneo a mi casa bastante importante. He tirado bolsas que no ha sido ni medio normal. Si me ve Marie Kondo me hace un monumento. Mi baño parece el de un hotel, ole con ole.

236. En septiembre me propuse dejar de taparme para vestirme y prestar más atención a la parte de fuera de esto que soy. Y, oye, qué manera de cumplirlo. Me peino (lo nunca visto), me adorno (ojo a las diademis) y pienso por la noche lo que me voy a poner a la mañana siguiente para no acabar con vaquero y sudadera permanentemente. Voy mona, es un hecho.

237. Los ramos de flores. Siempre que los veía en casas ajenas me encantaban, pero no me planteaba comprarlos. Desde que colaboro con la gente de Colvin, mi salón y la Fabulofi rebosan de floripondios y todo es más bonito (os dejo aquí el enlace a su web con un -15% aplicado por ser mis lectoras fabulosas).

238. El perfume “Agua de coral” de Loewe. Me flipa.

239. La tarta de queso del restaurante “La primera”, en Madrid. Y sus anchoas.

240. Desayunar con Leire en “El cafetín”, y contarnos esas cosas para las que no hay sitio en medio de la vorágine laboral.

241. Hablando de Leire: los nuevos planes que ya os contaré y que no son más que el resultado de tomar las decisiones correctas al lado de la gente adecuada. 

242. En un par de semanas estaré con mi amigo Sergi comiéndome unos canelones gloriosos en Barcelona. La felicidad, a veces, es muy sencillita. Casi siempre, de hecho.

243. Encender una vela “Black Vanilla”, hacerme un té negro con leche, ponerme uno de mis diez pijamas grises después de ducharme y sentarme a mirar por mi ventana madrileña. Cómo me gusta Madrid.

244. El olor de la floristería de la esquina al llegar a nuestra oficina. Las coronas de Navidad que han adornado, hasta hace nada, su puerta. No sé por qué coño no las dejan todo el año.

245. Hablando del barrio: ver, desde la calle, a la gente merendando en “La Duquesita”. Qué bonita es esa puerta y ese escaparate lleno de dulces. Qué maravilla su roscón de reyes relleno de nata. Me relamo.

246. Bailar en la ducha.

247. Que un amigo llame, inesperadamente, al timbre y me diga que “tenía ganas de estar en casa”. Y que esa casa no sea el edificio, sino yo. Sentir que él es mi hogar. Saber que estas cosas o son recíprocas o no son.

248. Las comidas de los miércoles en casa de mi amigo Yordo, la cantidad exagerada de comida que sirven en esa casa, lo simpáticos que son todos. Las carcajadas contínuas. El amor desde hace más de treinta años.

249. Los masajes tailandeses a dos, rajando con una amiga mientras sientes cómo el relax se te cuela en los entresijos.

250. El satisfyer Pro 2.

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