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Lunes con sol

Me va todo tan bien que tengo miedo.

Me va todo tan bien que tengo miedo.

Un amigo me contaba el otro día que se llevaba la mar de bien con su pareja, que no le podía ir mejor en el trabajo, que físicamente estaba como nunca y que le daba incluso miedo tanta cosa estupenda. Ayer, otra amiga, con cara de sorpresa, admitía lo mismo: todo va fenomenal, estoy que no me lo creo.

Yo, que siempre me he revelado ante afirmaciones tales como “Estoy super feliz, pero es que lo he pasado muy mal“, en plan justificación, reniego también de la creencia de que, si todo está como tiene que estar, es porque se avecina la tormenta.

A estos amigos les van bien las cosas, no por casualidad, sino porque, en su momento y a cada paso, han tomado decisiones adecuadas, basadas en el sentido común, en el esfuerzo y en la voluntad de llegar al lugar donde se propusieron. No les ha tocado la lotería, no han recibido una herencia. Ninguno de los dos eligió un novio celoso, cabrón o vago (porque eso se elige, sí). Ninguno se ha dedicado a gastar lo que no tenía. Siempre han tenido claro donde estaban, a donde querían llegar y cómo trazar un camino que les llevaría al lugar deseado.

La suerte, como ya comentaba en otro artículo, poco ha tenido que ver en su alegría. La acción, que no no la reacción, han guiado sus pasos. Porque elegir (o no hacerlo) por miedo no es una opción o, al menos, no es la correcta. La opción de la eliminación no es útil cuando hablamos de nuestro destino. De ahí al desastre en dos pasos.

No sé estar sola, y por eso me engancho con el primero que aparece y/o no le mando a la mierda cuando la situación es insostenible; me siento incapaz de cambiar de trabajo, así que me quedo sumida en esta mierda; me gustaría estar en forma, pero no tengo la voluntad de comer como Dios manda y hacer deporte; odio el lugar en el  que vivo y no me planteo cómo salir de aquí; siento que no controlo mis emociones, pero no pienso ir a terapia. Escapando de nuestra propia vida no vamos a llegar a ningún lado. Buscando el placer inmediato y no en el largo plazo, nos estancamos sin remedio. Pan para hoy y mierda grande para mañana.

La frase “Nadie es feliz del todo” sirve como excusa para el apalancamiento total. La felicidad y la alegría no son euforia y majaronería, sino conceptos muy subjetivos, no así la honestidad con uno mismo. Ahí, o es blanco, o es negro: uno no puede contarse solo un trozo de la verdad sin mentirse. La felicidad no es un país al que uno llega, sino todo lo contrario, habita en ti. Es la tranquilidad a pesar de la tristeza y del dolor, que son grandes fuentes de aprendizaje si uno está dispuesto a hurgar, a asumir y no solo a consumir. Yo me gestiono, y si no me veo capaz, pido ayuda, no salgo corriendo en la dirección contraria a la dirección correcta.

Somos complejos, cambiantes y andamos en pañales al levantarnos cada mañana, ante cada situación nueva. No hay soluciones universales en esto de aprender a vivir, pero sí sería bueno que apuntáramos nuestros aciertos y errores, para luego proponernos solo repetir los primeros. 

No tengo muy claro si la plenitud total existe,  pero sí sé que, si estamos satisfechos con nuestro día a día no deberíamos temer a la maldición del “Esto no puede ser tan bueno”, fruto de esos rollos sobre la culpabilidad, el pecado y la penitencia que hemos respirado desde nuestra más tierna infancia. Si lo has logrado, celébralo. Sin fecha límite, sin contención y sin vergüenza.

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