
Ay queridas, QUÉ MIEDITO PASÉ ANOCHE.
Resulta que este finde celebrábamos la despedida de soltera de nuestra amiga Cristina. No puedo dar muchos detalles de la selebreishon por cuestiones de discreción, pero adelanto que me ha inspirado, al menos, diez artículos.
El caso es que estábamos todas sentaditas alrededor de una bonita mesa, en un restaurante de postín de la capital. Me levanto para ir al baño y, cuando vuelvo, dos de ellas están comentando algo sobre “las alianzas de la primera Guerra Mundial” y “el matrimonio de los Reyes Católicos”. El resto, calladitas y atentas.

Ay, Dios mío.
QUIÉNES SOIS Y QUÉ HABÉIS HECHO CON MIS AMIGAS
Yo ya estaba imaginando que alguna abducción extraterrestre se había apoderado de sus pervertidos cerebros mientras yo hacía pis. Ellas seguían con sus debates históricos y a mí se me empezaba a saltar el lagrimón. Qué cabrones los alienígenas. Qué os han hecho. Podían haberos despojado de cualquier otra habilidad que no fuera tan fundamental como la capacidad de decir bestialidades sin cesar. Vuestro tesoro más preciado. Vuestra esencia.

Ya me hallaba al borde del cataclismo ante la explicación detallada sobre la Batalla de Galípoli, cuando se acerca el maÎtre y nos pregunta quién es la novia. “Yo” dice Cristina muy sonriente. Y allá que el caballero suelta “Mira, yo anulé mi boda veinte días antes de la celebración y ahora llevo dieciocho años con Laura”.
Silencio.
Alucine.
¿Quién es Laura y qué pinta en nuestra despedida de soltera?

El hombre prosigue con su explicación, TAN apropiada para una novia en ciernes: “Veinte días antes me enamoré de otra, qué le vamos a hacer”.
A esas alturas estábamos toda bizcas. LA MADRE QUE TE PARIÓ, MAÎTRE
Y allá que salta Inés y le replica “Hombre, veinte días antes no sería”. Miradas inquisidoras, hombre acojonao.
“Bueno, fue un año antes pero decidí dejar a mi novia a los veinte días de la boda”.
TOMA YA, CASTAÑA PILONGA.

Como si nada. Y se pira.
Cómo se puso el gallinero, señores.
“Vaya morro”, “Qué hijoputa”, “Pobres chavalas”, “Imáginate a la pobre novia”, “Yo se la corto” y un largo etcétera de lindezas salieron por esas, nuestras boquitas. Ante tanto insulto, yo me sentí aliviadísima porque era posible que las lecciones de Historia hubieran sido solamente un lapsus, de esos que se dan una vez cada cien mil millones de años, rollo cometa Halley. Pude confirmarlo cuando, tras la intervención del marido de Laura, volvimos a las andadas, como si Juana la Loca y Von Bismarck jamás hubieran existido. Nos encanta poner a caldo a los adúlteros pero cambiamos de tema porque, a diferencia del señor del restaurante, tenemos dos dedos de frente y nos constaba que el abandono ante el altar no era algo a tratar a dos meses del bodorrio de nuestra amiga.
“Candela, cari, ¿cómo te va la piedra lunar?” Le pregunto a mi amiga, la esotérica. (Os recuerdo que Candela nos informó hace meses sobre los huevos de obsidiana que te introduces en la vagina con fines terapéuticos y le dediqué un bonito post)
“Pues ahí está, de momento noto que sueño más intensamente, pero nada más”.
La intención de Candela, aparte de fortalecer su suelo pélvico, era “encontrar amantes guarros”. Sí, así de Fabulosas son mis amigas.
Y continúa su relato, muy ofendida porque en su barrio hay tanta contaminación lumínica que, con tal de cargar el huevo con energía lunar, se había tenido que ir al campo “porque claro, si la pongo en mi ventana, la piedra se carga con la luz de la farola, los rayos láser de la discoteca de al lado y el neón del bar de abajo. Y vete tú a saber qué le podría pasar a mi chirri si me meto eso ahí dentro”.
“Pues, Candela, se te transforma el toto en una tortuga ninja mutante, como mínimo”, le contesta Inés.

Risas.
Descojone.
Chorros de rimmel por nuestros mofletes.
Amigos alienígenas, si en algún momento os planteasteis lobotomizarlas, os habéis arrepentido y os lo agradezco desde lo más profundo de mi corazón.
Cuando Candela se pudo recuperar de las carcajadas, nos contó que ella no pierde la esperanza, que estaba convencida de que la piedra lunar coñil iba a borrar la memoria de sus bajos para así no repetir patrones dañinos. “ADIÓS, PENES DEL PASADO”, espetó ella con los brazos abiertos y la mirada al cielo. “HOLA, PENES DEL FUTURO”, contestamos todas sin acuerdo ni ensayo previo.

Más lagrimones.
Más carjadadas.
Ni que decir tiene que la cosa no acabó aquí y que nos pasamos la noche hablando de piedras coñiles, de la posibilidad de que fornicar se admitiera como deporte olímpico, de que a mi amiga Nuria todos los vibradores le parecen pequeños, de la borrachera de la noche anterior…
Habrá a quien estos diálogos nuestros le puedan parecer soeces, chabacanos e, incluso, gilipollescos. En efecto, lo son. Algunos nos tildarían, escuchándonos, de superficiales y ordinarias. Y lo somos, MUCHO, así como también somos: tolerantes, cachondas mentales, inteligentes, espabiladas, cariñosas, buena gente, honradas, currantas, emprendedoras, valientes, sensibles, madres entregadas, locuelas a veces y amigas SIEMPRE.
Que nadie se equivoque: NADA nos define, nuestras palabras TAMPOCO.
Esta vida nuestra llena de responsabilidades, bien se merece un ramillete de compañeras asalvajadas, siempre dispuestas a decirla más gorda que tú. Que no nos importe el qué dirán. Digamos muchas palabrotas, seamos irreverentes, escandalicemos si nos apetece. No esperemos el premio a las más correctas, nadie nos lo va a dar.
Démosle a la risa la importancia que realmente tiene, que es MUCHÍSIMA. La risa consuela, relaja, cura.
Riamos compañeras, TODO LO POSIBLE y, por el amor de Dios, no me peguéis más disgustos históricos, que me perdéis.
