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Etiqueta: autoestima

Lo que no se ve, pero se nota.

En esta semana plagada de Oscar, con los Goya tan cerquita; contanto vestido, tanto diseño, tanto brillo, tanto maquillaje; tanta joya y tanto tratamiento de belleza torpedeándonos, me ha dado por pensar en todo eso que no se ve, pero que se nota.

Se notan la amargura y la maldad por más que intentes ocultarla. Porque por muy optimista y generoso que sea tu discurso, en algún momento se te escapará el veneno que llevas dentro. Se nota la bondad, un poco por lo mismo: porque a muchos se les sale por las orejas. Qué bien.

Se notan el agotamiento, el descanso, los buenos polvos y también los malos, que te dejan cara de haber chupado un limón y la piel verde aceituna. Se notan los tacones, por mucho que no salgan en la foto; son altitud y son actitud. Se notan los morros rojos, que también se ven por fuera, pero sobre todo se sienten por dentro.

Se nota el verdadero lujo, ese que no brilla, que solo se experimenta y es cómodo, tranquilo, cálido, sabroso, honesto. La verdad, el amor de verdad y la ilusión de verdad también se notan, porque impregnan lo que haces, lo que cuentas y cómo respiras. No hay trampa ni cartón, no hay fisuras; coherencia y consistencia hasta la última esquina. Por eso se notan la mentira, la apariencia y la desgana.

Se nota la alegría, la duradera, la que no depende de nada más que de estar sano y estar aquí; de ser parte de algo más grande que tú y de ser solo tú; de no querer ser otra cosa. El aprendizaje se nota porque supone un antes y un después: no repetir, no la misma piedra, no cabezazos contra muros pétreos. Se notan la paz, el descanso, la plenitud porque son suaves, esponjosos, huelen bien y saben mejor; quieres acercarte a ellos para que te mezan y te invadan.

Notamos a los que viven seguros de sí mismos porque caminan descalzos por la vida, ignorantes de críticas, ignorantes incluso de sus propios prejuicios. Libres a más no poder, concentrados en sus asuntos. Y se nota el curro bestial que hay tras cada actuación, cada libro, cada concierto de los buenos. De los que te dejan con la boca abierta y el corazón disparado.

Se nota la paciencia, la obcecación y la voluntad. Y la vagancia, la pereza y la falta de ganas. Qué aburrimiento. Se nota el aburrimiento porque se lo zampa todo: ocupa las miradas, los gestos y los cuerpos, tan aplastados.

Se notan, y mucho, los interesados; sí, el interés ese que rima con Andrés. Los huelo a la legua y no los soporto. Ellos, a su vez, notan a los que tienen dificultades a la hora de decir que no, por eso no se me acercan. No al aprovecharte de nada mío, no al gorroneo, no al morro. Punto. No.

La falta de interés también se nota, solo que a veces andamos ciegos y sordos, y con muchas ganas de que nos quiera el primero que pasa. Lo nota nuestra intuición y lo nota el silencio en nuestro teléfono. Lo nota también nuestra lavadora mental, pero no le hacemos ni puñetero caso.

Lo fácil y sincero también se nota: tiremos por ahí y nos irá mucho mejor, joder, que parecemos tontos. Se nota el abuso, tanto que hasta se ve, tanto que hasta se oye. Los gritos a otro, a mí me dejas en paz.

El autoamor brilla, ya sea por su presencia o por su ausencia. Es efervescente. Te eleva, te protege y te proyecta. Que se te note el autoamor, aunque sea solo hoy.

Sentido del amor

He reivindicado, desde siempre, la importancia del sentido del humor. La necesidad de tenerlo presente en todos los aspectos de la vida, incluido el literario. Me aburren soberanamente los que prescinden de él por postureo, por el temor de que alguien pueda pensar que, escribiendo desde el humor, se le resta importancia a según qué temas. No es así, ni de lejos y ya andamos hasta arriba de dramones. Un poco de purpurina, por el amor de Dios.

El humor nos salva la vida, a veces literalmente. La risa genera endorfinas, serotonina, reduce el estrés, genera conexiones sociales, nos relaja, mejora el sistema inmunológico y, sobre todo, nos convierte en seres felices, que es todo lo que deberíamos querer ser.

A mi necesidad exacerbada de reír cada día, al uso del sentido del humor como brújula existencial y medicina, se le ha añadido en las últimas semanas el sentido del amor. Probablemente ha estado ahí desde siempre y simplemente lo he descubierto al arrancar otra capa de esta cebolla que somos los humanos. Me urge saber qué aparecerá bajo la próxima. En mi diccionario personal, el sentido del amor es mucho más amplio que lo que denominamos amor.

Es la alegría de Benedetti, las mañanas de verano en las que disfrutas de tu café cuando aún hace fresquito, la ciudad donde has elegido vivir, una canción que te recuerda quien eras hace veinte años, la vuelta al cole. El sentido del amor es el que nos conecta con los amigos de verdad, esos que te envían un mensaje aún de noche para que te despiertes contenta, o antes de que aterrices de un vuelo transoceánico, escribiendo las palabras necesarias para protegerte del hostión de realidad, para regalarte un airbag tamaño cama doble en forma de empatía, cariño inmenso y generosidad asalvajada.

El sentido del amor es ese que te adora siempre, seas el alma de la fiesta o una piltrafa llorosa con el rímel corrido, te ama cuando repartes y cuando reclamas, cuando protestas y cuando suplicas.

El sentido del amor nos cuenta que esto va muy rápido y que hay que aprovecharlo, ya sea no haciendo nada o haciéndolo todo. Nos obliga a perseguir nuestra pasión allá donde se esconda, porque la ilusión es lo que diferencia a los vivos de los supervivientes. Nos empuja a buscar la paz, la de dentro, claro. A llenar hasta los topes los pulmones y a confiar en que siempre habrá más oxígeno. A vernos y a escucharnos, aunque a veces no nos guste lo que tenemos que decirnos. Nos asegura que todo está bien aunque no todo esté bien. Nos convence de que nos adoremos cuando somos quienes queremos ser y también cuando no. Andamos por ahí despistados, pero ya volveremos cuando baje la marea. Siempre lo hacemos.

El sentido del amor nos ayuda a distinguir lo que es amor de lo que no lo es, aunque ande bien disfrazado. El amor de verdad es alimento, no aspiradora. No nos exige que pidamos permiso. Nos da fuerza para defender lo que nos gusta, aunque nadie lo entienda. Para pasarnos por el arco del triunfo las opiniones ajenas. Yo me ocupo de mi sentido del amor, ocúpate tú del tuyo, que bastante tienes. Nos cura del síndrome del impostor. Pone el reloj a cero para que volvamos a empezar, cada día si hace falta. No creo que pueda haber sentido del humor sin amor, ni a la inversa. No podemos reír con ganas sin querer y sin que nos quieran. Amemos, riamos, vivamos.

Texto publicado originalmente en El Español 2/8/19)

Taller presencial “La escritura como herramienta para mejorar tu autoestima”

La autoestima es la percepción que tenemos de nosotras mismas. Nos planteamos cuánto valemos y el baremo que usamos está basado en nuestros sentimientos, pensamientos y experiencias. El síndrome de la impostora nos aplasta: soy un fraude, cualquier día se darán cuenta de que soy un timo. No importa cuántos reconocimientos externos recibamos, siempre encontramos la manera de no confiar en nuestras capacidades. La escritura es de gran ayuda en estos casos. Siempre he dicho que escribir es vivir tres veces: al experimentar, al escribir y al leer lo escrito. El papel (o la pantalla) dotan de perspectiva aquello que nos ronda la cabeza. Por otra parte, el crear algo que antes no existía ya es razón para sentirse útil/orgullosa/capaz. En este taller de dos horas hablaremos sobre:
  • El origen de nuestras inseguridades.
  • La importancia del autoconocimiento: cuál es mi talento, cuáles mis fortalezas y cuáles mis debilidades.
  • Qué son las creencias y cómo machacan nuestra autoestima.
  • Mecanismos para restar importancia a las opiniones de los demás.
  • Escritura y autoestima: ejercicios útiles.
Próximos talleres: 20 de marzo, de 18:00 a 20:00. Precio: 50 euros. Lugar: librería Amapolas en octubre. Puedes reservar tu plaza aquí. 4 de abril, de 16:30 a 18:30 en VALENCIA. Precio: 50 euros. Lugar: por confirmar. Puedes reservar tu plaza aquí. 25 de abril, de 18:30 a 20:30, en BARCELONA. Precio: 50 euros. Lugar: Amics Unesco BCN C/Mallorca 207, Principal 1. Puedes reservar tu plaza aquí. 9 de mayo, de 16:30 a 18:30, en MARBELLA. Precio: 50 euros. Lugar: por confirmar. Puedes reservar tu plaza aquí.   Si tienes alguna duda sobre el taller, contáctame en talleres@lasclavesdesol.com  

Me he enganchado a un gilipollas (y lo sé)

Un clásico, amigas: la cosa empieza con unos mensajitos, con un jijijuju. Estabas aburridilla porque no tonteabas desde hace milenios con nadie y lo bien que va un poco de chispa. No sois los humanos más compatibles del planeta, pero total, si es para un ratito, qué más da. Que yo lo tengo todo clarinete, de este no me engancho, no tenemos ni demasiado tema de conversación. Y un día os líais, la periodicidad de los mensajes se va multiplicando hasta que recibes diez por hora; en un momento dado incluso te agobia, pero pasado ese impás, le pillas el gustillo a que alguien te diga tantas tonterías bonitas. Durante unos días, la oxitocina se te sale por las orejas, es lo que tiene andar fornicando como si no hubiera un mañana. No hay quien te quite la sonrisilla de la cara. Esto no puede ser malo si me hace sentir tan bien y, además, sigo teniéndolo todo controlado.

Que dure lo que dure. Yo encantada. Mientras me divierta, bien, y luego lo dejaré ir sin ningún tipo de drama.

Una mañana, no recibes el “buenos días” habitual y tu estómago empieza a manifestarse: algo me huele mal, pero no puede ser, soy una desquiciada, me imagino cosas, voy a dejar de darle vueltas a esto, solo que no puedo. Le voy a mandar un mensaje preguntando si pasa algo, pero no quiero parecer desesperada, pero si no se lo mando me va a estallar la cabeza. Y se lo mandas.

Y él dice que no pasa nada, que anda liado. Y tú, lejos de quedarte tranquila, le sigues dando vueltas a la lavadora a una velocidad desconocida por el humano hasta ahora. 

Lo que sigue, ya lo conocemos: una comedura de tarro espectacular, se acabó la sonrisilla, una tortilla que no para de dar vueltas por parte de él porque “tú ves fantasmas donde no los hay” y, con suerte, unos días y, sin suerte, unos años más tarde, la cosa se acaba después de haber vivido varios rosarios de la aurora, perdido ni se sabe cuantos kilos y desperdiciado lágrimas por todos los rincones.

En este punto deberíamos retrotraernos a aquel primer momento en el que tu estómago te habló y no le hiciste ni puto caso. Y, muy probablemente, si haces un esfuerzo, recordarás que antes de ese primer revoltijo, hubo algunos de menor fuerza. Olisqueaste algo y lo ignoraste. Sí, amiga, mandaste a tu intuición a tomar por el jander y así te ha ido.

El problema podría resumirse diciendo que, por un lado, no nos enseñaron a hacerle caso a ese montón de neuronas que tenemos en el aparato digestivo, que es del tamaño del cerebro de un gato y que nos avisa de muchos asuntos. Por otro, estamos tan acostumbrados a enfocar nuestra atención en nuestro alrededor, que nos perdemos ante los vaivenes que otros provocan. Las dos cuestiones no dejan de ser la misma, en última instancia: nos preocupamos por controlar a los demás, ignorando que lo único controlable es nuestra persona.

Yo era una tía independiente y feliz y ahora siento que me deshago sin esa persona. El vacío me corroe, no tengo ilusión por nada. Solo quiero que vuelva, aunque sea un gilipollas. Pero es que no quieres que vuelva el gilipollas, sino lo que crees  que ese gilipollas te hacía sentir. Porque no te equivoques, lo que tú sentías era tuyo y tuyo sigue siendo, lo depositaste en un lugar y ahora te toca recogerlo y guardarlo hasta que la ocasión merezca que lo saques a pasear.

El foco en el lugar erróneo es la causa de todos los problemas: ¿por qué hace esto? ¿va a dejarme? ¿habrá encontrado a otra?, por no hablar del catastrófico “¿Qué habré hecho mal?”. Miles de preguntas sin respuesta posible, cuando lo que deberíamos plantearnos es qué tecla ha tocado en nuestro espíritu una persona que, objetivamente, no nos aporta nada significativo. Qué carencia llena esa atención desmedida que nos prestó en un momento dado y a la que nos hemos hecho adictas.

En la respuesta está la curación.

     

Organizarse o palmarla: el concepto

Ay, queridas, que vamos cuales cabras: acumulando tareas, saltando de una a la otra, con la sensación de que curras mil horas al día y no terminas nada. Te agotas más por el hecho de que tu coco oscile entre mil pensamientos que por la actividad en sí. Varias veces me habéis preguntado que cómo me organizo, porque sí, lo mío es de traca: entre el blog, las columnas en El Español, los libros,  las redes sociales, las sesiones de coaching y los talleres, a la que me descuido, voy como pollo sin cabeza. Por no hablar de los hijos y la casa. El caso es que, a la fuerza, he tenido que desarrollar un poco de método para no morir en el intento y os voy a contar cuatro cosillas, por si os ayudan a vivir sin derrapar y, sobre todo, a sacar tiempo para vosotras mismas: para un café con las amiguis, una manipedi o un buen libro.

  • Plantéate cuáles son tu objetivos a corto, medio y largo plazo y qué acciones son necesarias para llevarlos a cabo (esto, en el caso de las emprendedoras es BASIQUÍSIMO). Yo no diferencio entre objetivos laborales y vitales, entre aumentar mis ingresos y ponerme en forma, entre tener oficina propia y leer una hora al día. Somos una persona y la vida personal y laboral se entremezclan inevitablemente.
  • Un clásico: diferencia entre lo urgente y lo importante, y numera las acciones teniendo en cuenta su prioridad. Sé extremadamente honesta.
  • A mí me deja tranquila echarle un ojo el domingo por la tarde a la agenda de toda la semana y, cada tarde, al acabar la jornada, la del día siguiente.
 
  • Principio básico: LO QUE NO CABE EN TU AGENDA, NO CABE EN TU VIDA. Calcula el tiempo que te lleva cada tarea (siendo realista) y plántalo en tu agenda. Obviamente, no caben doce actividades que precisan dos horas cada una. Que sí, que eres una tía muy capaz, pero que la cosa va de ser productivo sin dejarnos la vida en ello. Hay más días que longanizas, lo que no cabe hoy, lo pasas a mañana. Lo que hoy estaba apuntado y no ha podido ser, también a mañana, pero ojito, que entonces algo habrá que quitar de mañana. Sí, un coñazo: todos los días tienen solo veinticuatro horas y dicen que dormir y comer y descansar van bien para tu preciosa persona.
 
  • Sé obediente con los tiempos marcados, no vale lo de “esto no lo dejo hasta que esté perfecto”, porque nadie sabe lo que es esa perfección y porque, si te lo planteas seriamente, la diferencia no vale el tiempo que le estás dedicando. Concentrémonos en hacerlo lo mejor posible en un tiempo razonable y luego, a otra cosa, mariposa. Yo, a veces, uso el temporizador del móvil. Hora y media para escribir un post y el ring, ring, ring me indica que vaya terminando.

  • Dependiendo de tu estructura mental y tu ocupación, necesitarás una agenda de una página al día, o de tener toda la semana a la vista. Lleva tu agenda encima SIEMPRE. Lo de apuntarlo digitalmente está muy bien porque llevamos el móvil a mano las vienticuatro horas del día, pero el hecho de escribir mano las actividades hace que te plantees qué deberías hacer antes y qué después, te ayuda a pensar y a dilucidar si hay algo ahí que es innecesario o a encontrar huecos en los que disfrutar del tiempo libre. Por no hablar del gustazo que da tachar lo que ya has hecho. Yo lo subrayo en rosa fosforito y no hay nada más bonito que ver el día entero rosáceo perdido.

  • Apúntalo TODO. Te ahorrarás el sufrimiento de pensar que algo se te está olvidando. Llamar al pediatra, acabar ese informe, pedir cita para la manipedi, la clase de yoga, el cine del miércoles por la noche. SÍ, EL OCIO SE AGENDA: vaya a ser que se nos olvide lo importante de verdad.
 
  • Unifica tareas siempre que te sea posible. Está demostrado que nuestro coco gasta mucha energía cambiando de una actividad a otra, así que lo suyo es contestar a todos los correos sin ir saltando a otra cosa, redactar ese informe de principio a fin, etc. Yo dedico un día a la semana a escribir los artículos, intento concentrar las sesiones de coaching en dos días a la semana, y así sucesivamente. Todo lo que necesite menos de cinco minutos, se hace lo primerito de todo, y te lo quitas de encima.
   
  • El móvil, guardado. El simple hecho de tenerlo encima de la mesa reduce nuestra productividad en un porcentaje muy bestia que ahora no recuerdo. En el bolso está divino. Lo pongo en modo silencio y que solo suene si me llaman del cole de los nenes. Cuando acabo una actividad, un artículo, una sesión, le echo un ojo. Luego, al bolso again. Os aseguro que nadie muere si un mensaje no se contesta en el momento.

  • De la misma manera que ahorramos energía haciendo una sola tarea a la vez, hay actividades que se pueden hacer al unísono sin que ello suponga doble esfuerzo, por ejemplo plantarse una mascarilla mientras cocinas, le echas un vistazo a tu agenda el domingo por la noche o hablas con tu amiga por teléfono.

  • Delega todo lo que puedas delegar (y pagar). No hay nada más valioso que el tiempo libre, querida. Si te lo puedes permitir, que otro haga mientras tú disfrutas.
  • Tu tiempo es oro. Que te interrumpan solo por algo que valga la pena y que sea impostergable (ya verás como nunca lo es). Los demás no te dejan en paz, y tú ¿te dejas en paz? Cuando se te ocurra una tarea nueva, la apuntas y ya pasarás a ella cuando hayas terminado lo que estás haciendo.
  • Cocina una vez a la semana, congela. NO a limpiar la cocina cada noche. Preguntémonos si es necesario planchar la montaña de ropa de los niños, que acabará hecha una boñiga a los cinco minutos de ponérsela. Un truqui: si tenéis secadora y sacáis la ropa aún calentita, la plancha es absolutamente innecesaria.
  • Tenemos que cuidar nuestro precioso cuerpo. Si no hay manera humana de sacar tiempo para ir al gimnasio, siempre te puedes levantar quince minutos antes y hacer una tabla sencillita. Te lo aseguro, te cambia el día y la vida. Si un par de mañanas lo sustituyes por una meditación y/o un rato de yoga, ni te cuento. Hay mil aplicaciones y cuentas de Instagram donde encontrar ejercicios. Yo estoy entrenando con @efrenp.m y, cuando no tengo tiempo, sigo sus vídeos de IGTV.

  • Como en todo, esto es cuestión de disciplina. No vale apuntar y luego no cumplir ningún objetivo. Todo lo que hacemos es porque la motivación es la adecuada. La nuestra debería ser estar más tranquilas sabiendo que todo está apuntado en un lugar al que echarle un ojo; coordinarnos para sacar ratos para nosotras. Porque nos lo merecemos y punto. Porque sentir que somos arrastradas por la vorágine no es lo que tiene que ser. Seamos dueñas de nuestro tiempo, amiguis.

Gustémonos

Una de mis actividades favoritas cuando paso un finde sin niños es hablar durante horas por teléfono con mis amigas como cuando era adolescente. El domingo, mi amiga niuyorkina me contaba que ha recortado su vida social hasta los mínimos porque está agotada. Las ansias por recuperar el tiempo perdido en un matrimonio de mierda la han empujado últimamente a unos cuantos bares en los que se lo ha pasado de miedo, y ahora ya no necesita más. No tengo ni citas tía, pero eso sí, sigo yendo a boxear como si no hubiera un mañana y esta semana me pincho vitaminas en el jeto. Y bótox. Llevo la manipedi impoluta. Quiero estar divina, pero  por mí, que por fin me quiero.

Menos mal. Aleluya.

El caso es que mi amiga está más guapa, más feliz y más autoamorosa que nunca, y ese autoamor incluye tachar de su agenda todo aquello que no sea importante en este momento, darse tiempo para hacer deporte e inyectarse todo lo que le dé la gana si con ello se siente bien. Porque no nos equivoquemos: somos un ser, compuesto de alma y carne. Muchos opinarían que eso es de tía superficial y vacía. No estoy de acuerdo, en absoluto.

La noche anterior a mi charla con Angie, cené con un amigo que es cirujano estético. Cuántas veces me cuenta sobre mujeres que han llegado a su consulta acomplejadas, ya sea por un sobrepeso, unos pechos caídos o enormes, o por una nariz desproporcionada. Que lo de aceptarse está muy bien, pero lo de operarse no lo está menos si con eso ganamos en autoestima, joder. Porque a veces nos sentimos tan felices que nos ponemos guapas y, otras, el camino es a la inversa: me veo guapa y me quiero más. No juzguemos, por Dios.

Aquí, una vez más, el qué dirán juega en nuestra contra: que si no te hace falta, que si meterte en una operación por semejante tontería. Solo que para ti no es una tontería. A no ser que haya un accidente o un traumatismo previo, ahí sí se aplaude al bisturí. Si hablamos de una reconstrucción mamaria, todo bien. Ahora, una operación de pecho así porque sí ya es harina de otro costal. O no, porque el objetivo no deja de ser el mismo: mirarme al espejo y esbozar una sonrisa. 

Para algunas el físico no es importante, igual que para otras no lo es aprender cada día una cosa nueva o profesar una religión. Los términos medios no son dañinos, sí el ignorarnos permanentemente. Esconder bajo el felpudo las razones de nuestra incomodidad no es la solución, vivir pendiente de las miradas de los otros, tampoco. Supongo que el equilibrio es ese que se encuentra tras capas de creencias, despejadas algunas incógnitas de lo que realmente nos mueve, eliminadas los comentarios ajenos y cotillas. Dicen que una manera de hacerse la vida más fácil es diferenciar entre lo urgente y lo importante. Yo diría que lo urgente es reírse, y lo importante, hacerlo cada día. Si para eso hay que aprender a meditar, divorciarse o ponerse unos pechotes gloriosos, a quién le importa. El caso es gustarse.

 

225 gilipolleces que me hacen inmensamente feliz.

Porque estas listas nunca son suficientes y cada semana deberíamos redactar una nueva. Porque esto va de encontrar miles de gilipolleces que nos hagan inmensamente felices.

201. El olor de la vela “Basil y Neroli” de Jo Malone, que inunda mi oficina nueva, esa que comparto con gente que adoro.

202. Las flores. Yo, que jamás había comprado un ramo, ahora los regalo, los recibo y me muero de la felicidad cuando veo ese jarrón lleno de color adornando mis lugares. Gracias a todas las lectoras que nos los mandásteis cuando estrenamos oficina. Os amamos.

203. Esta foto de @drcuerda:

204. Meterme en la cama antes de las diez, recién duchada, leer durante media hora y luego ver “The good wife” por enésima vez.

205. Que cerca de mi casa han abierto un cine “luxury”, con sus asientos abatibles y su diosmíoquégustazo.

206. Mi curso de mindfulness, gracias al cual, durante algún minuto al día paro esta centrifugadora que tengo por cerebro.

207. Este vídeo de Oscar Casas y Begoña Vargas. Para verlo a tamaño completo, haz click aquí. Y flipa en colores.

208. Caminar. Por Madrid. Por donde sea. Con unas zapas bien cómodas, sin otro destino que el de pensar en nada y en todo.

209. Esos días que cunden, en los que ordeno bien la agenda, meto el móvil en el bolso y las musas me hacen caso. Tachar con el rotulador fosforito las tareas ya terminadas me proporciona un placer muy salvaje.

210. Esta canción. Bailarla en el baño.

211. Ya no hace calorazo. Quiero vivir en Islandia.

212. He dejado de morderme las uñas a mis cuarenta y seis palos. Las llevo divinas, pero DIVINAS. Me siento mejor persona.

213. La app “Andjoy” que me permite ir a gimnasios y estudios de yoga por todo Madrid (y no, no me pagan. Me cobran).

214. Esta frase, tan arrebatadoramente bonita:

215. Ir, porque sí, a visitar a Laura, de librería Amapolas. Sentarme en ese Chester divino de terciopelo gris y charlar sobre libros, hombres, chocolate y vidas futuras.

216. Las albóndigas de mi madre. Y las croquetas. Y la sopa de Galets.

217. La López aquí. Ole su toto.

218. El momento en el que termino una sesión con una clienta de coaching y siento que ha dado un paso más hacia su lugar en el mundo. Gracias por confiar en mí, queridas.

219. El chai de vainilla de David Río, muy, muy muy caliente, en una taza ideal de Ikea, transparente y con un posavasos de corcho, todo de lo más nórdico. Siempre quise ser sueca.

220. Han vuelto las diademas y favorecen un montón. Y uno de mis propósitos de este curso era ir mona cada día. Los astros me favorecen, porque además, me ahorro peinarme. Vamos, que nunca lo he hecho, pero ahora se nota menos.

221. Las tías con un par, que han hecho de su pasión, su modo de vida: Ane Hernando, de @lookandchic; Charuca; la misma Laura de librería Amapolas; Paula Babiano, de Balbisiana, que hace tartas divinas, pero divinas de verdad. Y que viva lo de reinventarse.

222. Ya mismito sale mi segundo libro, “Las primeras veces y otros artículos”, un recopilatorio con algunos textos inéditos. Cómo he disfrutado preparándolo, eligiendo esa portada que diseñó Mireia, mi amiga desde la guardería. Ya os lo he dicho varias veces, pero es que la vida es mucho más vida desde que decidí escribirla. Gracias por empujarme a que lo haga cada día.

223. Las zapatillas Hoffbrand, que están bien de precio y tienen unas suelas preciosas, con imágenes de ciudades. Que son preciosas todas ellas, y cómodas. Y están hechas para tías. Vamos, que me encantan. Encima me llamaron para participar en sus historias. Pero ya era fan de antes, lo juro.

224. La crema de tupinambo de Can Domo (Ibiza). Pau me la sigue haciendo aunque esté fuera de carta y yo le amo mucho por ello. 225. Untarme con aceite Nuxe por las noches: el body, el jeto, los pelos. Huelo que da gusto. Mejor sabré.      

Lunes con Sol, 15/4/19 (sobre problemas fabulosos y la importancia del singular)

las claves de sol

Problemas

El otro día un amigo señaló que yo tenía un problema de adicción con las napolitanas de chocolate de La Duquesita. Y con el Cola Cao, añadí yo. Y tengo el mismo problema con las voces prodigiosas, con los párpados carnosos (que me vuelven loca), con los buenos morreos, con Nueva York, con las tazas chulas de borde grueso, con mis maravillosos amigos. Otro problema es mi amor a los potingues que huelen bien, a los potingues en general. Soy adicta a las libretas bonitas, a los bolis de colores y a las pelis de superhéroes super buenorros. Tengo un problema, también, con el sol de abril y de mayo. Con tumbarme en pelotas a notar el calorcito sin que me achicharre. Con sentarme en mi balcón minúsculo, taza chula en mano, para cotillear a los transeúntes e imaginarme sus vidas. Problema es mi incapacidad para salir de una librería sin un libro en mano, aunque tenga treinta sin leer en casa. Tengo un problema con la necesidad imperiosa de reír a carcajadas todos los días, con sacarle la punta humorística a cualquier chorrada, con el rodearme de seres que dicen tantas o más barbaridades que yo. Problemas tenemos todos, y a mí los míos me encantan.

El plural del singular

Estos días hablo mucho con mi amiga Sandra. Después de treinta años con su marido, hace cinco se divorciaron. Ella intenta rehacerse, ya no de la separación, que ahora mismo le sabe a gloria bendita. Con lo cachonda mental que es ella no sé cómo ha podido aguantar a semejante sosainas durante tres décadas. Manda cojones que encima haya sido él el que haya decidido cepillarse a su secre y pirarse con ella. En fin, a enemigo que se va, puente de plata. El caso es que Sandra necesita volver a hacerse, recordar quién es. Recuperar sus gustos, sus manías. Quiere repescar los sueños que se ahogaron entre las obligaciones maternales. Quiere pasarse por el toto los comentarios de los padres del cole super religioso que ven FATAL que a ella le haya dado por plantarse un bikini para ir a la playa en lugar del bañador que tapaba sus preciosas carnes. Una divorciada medio desnuda en la playa. Una divorciada divina con permiso para acostarse con cualquiera, ir a bares con los amigos y salir hasta las tantas los fines de semana en los que el sosainas tiene a los niños. Con cuarenta y muchos, cuando se supone que la vida va cuesta abajo y ya no te mereces ilusionarte, qué mala perra.

De momento, Sandra tiene un objetivo claro: dilucidar lo que realmente le gusta para dedicarse a ello. Necesito recuperar el brillo. A veces, mientras charlamos sobre la vida, ella empieza a llorar. Igual que lloró cuando se cepilló al primer amante PostMaridoSoso. Cuánto tiempo sin que alguien la tocara con ganas, sin ganas de que nadie la tocara. Yo sé que valgo, pero ya no sé para qué. Cómo sería yo sin esos treinta años de anulación completa. La autorespuesta es un silencio, un agujero negro que me río yo del que fotografiaron la semana pasada. No sé cómo tomar decisiones. Me he acostumbrado a que otros las tomaran por mí. Durante años mi opinión no ha contado. Me hacía sentir tonta, inútil. He sido la mujer de, la madre de. He desaparecido. No sé ni por donde empezar a buscarme. No encuentro el principio del hilo para empezar a tirar. Necesito la aprobación constante de cualquiera. Estoy pendiente constantemente de lo que otros pensarán de mí. Ya no sé hablar en singular.

Y a mí se me iban revolviendo los entresijos a escuchar a esa mujer tan despampanante por dentro como por fuera, preguntándome en qué momento decidió entregarle su autoamor a otro. Vaciarse a cambio de que la quisieran, aunque la quisieran fatal ¿Por qué ante el primer “No vales para nada” no desapareció por siempre jamás? Y es que mala gente dispuesta a alimentar su ego a costa de la infelicidad de otros siempre la habido y siempre la habrá, pero joder, huyamos de ellos.

Yo era muy joven, no había conocido a nadie más, pensaba que eso era lo normal.

De ahí la importancia de reeducarnos aferrándonos a la libertad, a la autoestima, a lo que es el verdadero amor: uno que te hace crecer, que amplía tu mundo, que no te juzga, que te acepta como eres y te potencia. Querer mucho no es querer bien. Lo que para algunos es amor, en realidad es afán de posesión, de rellenar carencias. El buen amor no te apaga: te enciende, te eleva, te alimenta. El que te quiere bien no te quita, te da. No te dice “Como yo nadie te querrá” con tono de amenaza. El que te quiere bien no te necesita, te elige. Puedes vivir sin la persona amada, pero decides no hacerlo. El buen amor no te enferma, te cura.

   

Descárgate, mujer.

Día de la mujer

Lo sospechaba: vamos como vacas sin cencerro y nuestro mal tiene un nombre,  CARGA MENTAL. Lo he descubierto por un vídeo de Procter & Gamble, en el que varias parejas que declaran compartir las tareas del hogar en igualdad, proceden a intercambiarse los móviles para revisar las tareas de cada uno. Las del hombre son tres o cuatro, la mayoría relacionadas con el trabajo. Las de la mujer… AY, LAS DE LA MUJER.

Pedir cita con el pediatra, ir al supermercado, comprar el regalo de cumple, llevar a un niño al cumple, encargar los uniformes, entregar el informe del último trimestre, llamar al técnico de la lavadora, tutoría con el profe del pequeño, mandarle el correo a mi jefe, comprar libretas, comprar calcetines, reunión con el equipo de marketing, encargar el pastel de cumple, llamar al cole para que le den dieta blanda al mayor, ir al dentista, llamar a mi madre, comprar jarabe,…

La parte ejecutiva del hogar parece estar repartida en un 46% de los casos, porcentaje triste tristísimo. Pues el tema planificación está mucho peor. Está fatal de los fatales.

Ellos flipan, ellas se ríen (por no llorar). Ellos no eran conscientes de la lista interminable. Ellas tampoco, porque lo asumen como algo normal, porque la inercia histórica y vital se nos ha agarrado a los entresijos y nos convierte en autómatas. Tres de cada cuatro mujeres sufren de carga mental y la mitad ni lo sabe, porque piensa que es lo normal, porque no parece haber alternativa, porque la vida es así. Y punto.

Hablamos de una carga invisible donde las consecuencias tampoco se ven, pero se notan. Para esa maquinaria mental que tenemos en marcha desde que nos levantamos hasta que nos acostamos lo último es nuestro bienestar. Llego a todo, menos a mis horas de sueño, a mi gimnasio, a mi yoga, a mi peluquería, a mis horas de lectura que tanto disfruto, a mi comida tranquila. Y, en muchos casos, si logras sacar un ratito para darte un gusto, ataca la culpa. Mala madre, vaga, cochina. La culpa no ayuda a nada, la culpa es una mierda como un piano.

Uno de los hombres dice, al observar ese listado interminable, que “A mi me explotaría una vena del cerebro”. Pues a nosotras también nos explotan las venas y los insomnios, y los dolores musculares. Y cosas peores. El batiburrillo mental crónico degenera en depresión, en ansiedad. Y aún habrá quién nos llame histéricas. Cortisol por las nubes, estrés, enfermedades, mal humor. No tenemos tiempo de recordar que hemos venido aquí a ser felices nada más. Y nada menos.  Una mente al límite no es una mente feliz. El agotamiento físico se soluciona tumbándote en el sofá un rato, lo del agotamiento mental es más complicado: hemos de cambiar nuestra estructura: la mental y la logística.

En los horripilantes chats de madres, como su propio nombre indica, el 65% son mujeres. Otro elemento más que se suma a la lavadora mental. Todo el día recordándonos que TENEMOS QUE, QUE DEBEMOS DE. Nuestros sueños de deshacen entre malabares cerebrales y acabamos agrisándonos. No nos da tiempo a evaluar la realidad porque se nos come. No somos capaces de profundizar en nuestras vocaciones, de aclarar las ideas, porque tenemos demasiadas. No tenemos tiempo de nutrirnos, de realizarnos, de crecer, de sopesar. La voluntad desaparece en una mente sobrecargada.Y como, además, todas sufrimos el mismo mal, no encontramos un referente al que imitar para acabar con esta majaronería.

Hoy es el Día de la Mujer y, aunque cada minuto de nuestra existencia deberíamos tener presente que nos merecemos lo mejor, nos lo podemos tomar como esas dietas de los lunes, los propósitos de enero, los inventarios de cumpleaños. Vamos a repartir listados, no ya de acciones, sino de pensamientos. Entonemos un discreto mea culpa que nos recuerde que el mundo seguirá girando aunque no lo empujemos. Girará más despacio, girará a trompicones, pero girará. Ser conscientes del peso insportable de nuestro coco es el primer paso hacia la solución, como en todo. Tomar medidas es el segundo.

               

10 year challenge: ¿estamos mejor, peor o igual?

lasclavesdesol

No es ningún secreto, no llevo bien el paso del tiempo. O, mejor dicho, no llevo bien el paso del tiempo en mi jeto, en mi cuerpo. El óvalo facial se está yendo a tomar por el jander, mis rodillas parecen sendos ensaimadas reblandecidas, las canas me invaden POR TODAS PARTES, me despierto el sábado a las seis de la mañana y, para las ocho, me arrastro sin remedio. Suena dramático. Y lo es.

Y, en medio de toda esta tragedia, una empieza a visualizar el hashtag #10YearChallenge por doquier, con dos fotos, una se supone de hace diez años y otra se supone de ahora. La verdad es que, a veces, es complicado saber cual es cual.

Joder, cómo nos mantenemos.

Qué bien estamos.

Somos como el vino.

Por nosotras no pasa el tiempo.

Y UNA MIERDA.

Incluso yo me autoengañaba, hasta que un día, mirando mis catastróficas fotos de la orla universitaria, le dije a mi madre “Joder, mamá, pues yo me veo mejor que a los veinte” y ella contestó, rotunda “NUNCA estaremos mejor que a los veinte”, con esa sabiduría aplastante que te da el haber parido y ser de la fría Soria.

Y es que es verdad.

Tened en cuenta que las fotos de hace diez años estaban hechas con unos móviles mierderos, ahora tenemos, incluso, el modo retrato que consigue que, en el peor de tus días, aparezcas ideala. Lo de los filtros ya pa qué, pa qué. La prueba del algodón, digo yo, consistiría en comparar una foto hecha en 2009 nada más levantarnos con otra hecha en 2019 nada más levantarnos. Por supuesto, debería haberla tomado la misma cámara, con la misma luz.

No quiero yo joderos lo que queda de lunes, pero os aseguro que, salvo contadas excepciones, nuestro careto del 2009 le gana por goleada al de esta semana. Como es lógico y normal.

Y es que, amiguis, hay acontecimientos que son inevitables, aceptémoslos (y os lo digo y me lo digo). La buena noticia es que hay otros que sí lo son, los que dependen de nosotras. Quizás, al ver nuestra carita de 2009, recordamos que hubo un tiempo en el que vivíamos atormentadas. Porque aquel no me hacía caso. Porque aquel me mareaba. Porque no sabía si estudiar Derecho, ser azafata o pillarme un año sabático. O selvático. Porque me presionaba tanto lo que los demás opinaran de mí que no escuchaba mis propios pensamientos.

Lo que vemos en nuestras caras actuales, debajo de los filtros y los modos retrato, eso que nos gusta, es todo lo superado o, al menos, el saber que queremos llegar a un lugar que es solo nuestro, como nuestro será el camino para llegar hasta él. Ya tenemos claro que somos una naranja entera, que el que te quiere no te hará llorar, que es posible vivir de nuestra pasión, que las únicas responsables de cuidar a esas que vemos en las fotos somos nosotras. Que no hay mal que cien años dure, ni amiguis que no lo solucionen. Que esto no es un ensayo, que no somos un ensayo, así que más nos vale darle una patada al puto conformismo y ponernos a bailar hoy, no mañana, ni pasado. Que el tiempo no pone nada en su sitio si tú no le das un empujón. Que hemos venido aquí a ser felices, libres y valientes. Y que todo eso, en el fondo, es lo mismo. Que sin ÉL lo eres todo. Y más.

Celebrémonos, queridas, hoy y en el 2029.

 
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