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Etiqueta: humor

Hijos adolescentes: el gran festival. 

Este es uno de esos textos que surgen más desde la duda y el desconocimiento que desde la intención de aportar luz. Aquí, la que necesita una bombilla tamaño gigante es servidora. Qué alguien me diga cómo se hace esto, porque yo no tengo ni flores. 

Y es que, por mucho que nos digan, no te imaginas lo dura que puede ser la maternidad en general y la de un adolescente en particular. Dos en mi caso. Toma ya. 

Medito cada mañana nada más despertarme para conseguir un extra de paciencia y rollo zen, para convencerme de que hoy el día transcurrirá en paz. Siempre en mi eje, no gritaré, ejercitaré mi paciencia, practicaré la comunicación no violenta. Tengo herramientas, que soy coach, joder, que yo sé de qué va esto.

Cinco minutos me dura el rollo pacífico, a veces menos. Porque la capacidad de mis retoños para acabar con el silencio y la paz mental es muy superior a la mía por mantenerla. Hay que reconocerles esa habilidad. Es bajarse de la cama y empezar la batalla.

Respira, Sol, respira. 

  Y aquí están los gritos del mayor.     Respira.     Y los golpetazos del pequeño.     Respira, hoy lo vas a conseguir.    Y más gritos.    Ni respiraciones ni hostias, desquicie matinal conseguido. OTRA VEZ. 

Creo que la cosa sería más llevadera si yo lo hubiera sido menos, es decir, cuando uno la ha liado parda entiende mucho mejor que otro lo haga. Supongo. O al menos esa es mi conclusión cuando me desahogo con mis amigos tras la enésima salida de tiesto de cualquiera de mis vástagos y me confirman que ellos también se pasaron las normas por el jander en multitud de ocasiones. Les restan importancia porque sus gamberradas de adolescencia no les han impedido ser adultos felices y responsables, que es todo lo que uno debería querer ser. 

Me pregunto de dónde sale tal impermeabilidad en cuanto a los valores que una les intenta contagiar y tal inventiva a la hora de crear conductas tocadoras de pelotas, ovarios en este caso.  

Cuánta frustración, amigas. Qué sensación de que todo tu esfuerzo y tu cariño resbalan retrete abajo. Qué puto agotamiento. Y la culpa, claro, contándote que podrías hacerlo mejor, que en algo estás fallando; que eres una histérica porque tampoco es para tanto, pero que no te descuides un pelo porque en cualquier momento lo es. La culpa, tan inútil y tan molesta.

Repito: qué puto agotamiento. 

La naturaleza es sabia y me hizo abstemia, porque si no, aparte de harta estaría alcoholizada.

Lo que nos faltaba era el confinamiento del 2020. El planeta andaba de lo más relajado, pero yo curraba doce horas al día, cocinas y limpiezas aparte, mientras recibía llamadas de los tutores porque mis vástagos no se conectaban al puñetero Zoom. Todo ello aderezado por un precioso coronavirus que me robó el gusto y el olfato y la energía. Conectarse al cole no, pero cargarse un iPad y un Mac, eso sí. Ya os digo que el coronavirus en mi confinamiento fue lo de menos. 

Y es que es que querer a veces no es poder cuando entra en juego la voluntad de otro ser humano en edad de comprobar límites a todas horas. Cuando la realidad es que nuestro poder acaba donde acaba nuestra persona y lo único que cabe es seguir en línea recta, machacando las tres famosas ces: coherencia, consistencia y constancia. Y rezar, o lo que sea que hagamos los ateos en lugar de rezar, para que todo eso surta efecto. Y procurarte un entorno que te entienda, te apoye y te abrace y no te juzgue cuando maldigas y despotriques y te desesperes. Y tomarte la vida con humor y autoamor, porque no hay mal que cien años dure (ni cuerpo que lo resista, ojito).

 

Es tendencia: el spa vaginal

Loca me hallo, amiguis. Una va buscando noticias de actualidad para comentar cuando lee “El spa vaginal que causa furor entre las modelos y celebridades neoyorkinas”. Y me imagino unos mini baños de vapor para nuestros bajos. Y unas saunas (qué molesto, por Dios) y unos chorros de agua.

Pero no.

Resulta que estos yankees, que son listos a más no poder y se dedican a ponerles lazos de colores a los conceptos ya conocidos, han cogido una clínica ginecológica, la han llamado spa, les han puesto a los tratamientos unos nombres bien galácticos, les han regalado unos cuantos a las Kardashian y aledañas, y CHIMPÚN, toma negocio cuya fama llega hasta nuestras fronteras. Y es que el coño está de moda, qué bien. Solo hemos de recordar la vela con olor a la vagina de Gwyneth Paltrow. En tierras patrias tenemos la fiebre del Satisfyer, que me alegra a más no poder. Qué maravilla que se hable tanto de un cacharro creado única y exclusivamente para que disfrutemos como salvajes.

El caso es que en el spa vaginal (o ginecólogo) tratan tanto los problemas de fuera como los de dentro. O sea, te operan los labios, te los blanquean (sí, de los creadores del blanqueamiento anal llega el blanqueamiento potorril), con el que prometen un “aspecto más juvenil”. También se dedican al rejuvenecimiento vaginal con láser, infiltraciones de ácido hialurónico,  radiofrecuencia y al plasma rico en plaquetas. O sea, todo lo que el común de las mortalas nos queremos poner en el jeto, las Manhattanianas se lo plantan en salva sea la parte. No hay fotos del antes y el después, una pena.

Y digo yo quién tendrá tiempo, no solo para mirarse el chirri, que también, sino para dedicarle la atención necesaria para decidir si tiene la tonalidad y la tersura deseada, signifique lo que signifique eso. Entre otras cosas, porque el humano es tan gilipollas que se mueve por comparativas y no sé vosotras, pero yo no me dedico a ver si el de mis amigas está más o menos resplandeciente que el mío. 

Quiero resaltar el tratamiento denominado “Disparo orgásmico”, que consiste en inyectar plasma rico en plaquetas en el clítoris, con lo que mejora la circulación del mismo y la sensibilidad. Servidora, que lleva unos cuantos pinchazos de plasma en la cara, no ha notado una especial sensibilidad. Eso sí, se te queda un cutis resplandeciente. ¿Pasará lo mismo con el clítoris? Yo no pienso probarlo, ya lo digo.

No puedo terminar este artículo sin antes mencionar el “Trono del orgasmo”. Sí, le ponen “Orgasmo” de apellido a todo. Por qué hacen eso si esto va de unas corrientes para fortalecer el suelo pélvico, es un misterio. Claro, lo de “Trono Antimeado” quedaba menos glamouroso. El caso es que, vestidita del todo, te sientas y te pegan un meneo en un rato que equivale a  más de once mil ejercicios de Kegel. Vamos, se te pone el suelo pélvico que parece Stallone en sus mejores tiempos. A partir nueces con el suelo, amiguis, que estos americanos o lo hacen a lo grande o no lo hacen.

Investigando sobre el tema, porque yo soy de las que se documenta a tope, he encontrado otro spa para chirris en República Dominicana, donde solo tratan la parte interna. Ni te rejuvenecen el asunto, ni te lo blanquean, ni ná de ná. Un asco de spa.

Pero no sufráis, amiguis, no tenéis que ir hasta Nueva York para someter vuestras vaginas a estos tratamientos top. En Londres ya hay una sucursal y nos queda mucho más cerca la posibilidad de dejar nuestras vaginas bellas y saludables como nunca antes. Seguiremos informando.

Lunes con Sol (11 de febrero de 2019)

The Romanoffs

Ya os hablé de esta serie de Amazon Prime Video la semana pasada. Es buena, buenísima. Pero no la menciono aquí por eso, sino porque las coincidencias con mi vida dan hasta miedito.

La trama del capítulo 4 transcurre en Nueva York. Y diréis: vaya una mierda de casualidad, pues no habrá pelis y series situadas en la Gran Manzana. No es eso. La primera localización es el restaurante de Bergdorf Goodman, que me apasiona por sus vistas a Central Park, porque es un nido de mujeres manhattanianas de pura cepa, con manipedis impolutas y bolsos supercalifragilísticos. Sale en mi novela y en mi próximo libro no una, sino varias veces. La prota de The Romanoffs, deja Bergdorf y se va directa a Strand Books, mi librería favorita de Nueva York que, adivinad, sí, sale también en mi novela. Y para tomarse un refrigerio, ¿qué lugar elige? Las mesitas de Madison Square Park, en las que me paso media vida neoyorquina y donde Sofía Miranda, la protagonista de mi novela, y yo misma nos hemos zampado más de una y más de dos pizzas del glorioso Eataly.

La cosa no acaba aquí.

En un momento dado, se ve el fondo de pantalla de Amanda Peet (la prota del capítulo), y aquí es donde la cosa empieza a darme miedito: es una foto de las torres del San Remo. La mismas que ocupan mi propia pantalla desde hace años.

Todavía hay más.

A la mujer la ingresan en el hospital (lo siento por el spoiler) y en la habitación hay un solo cuadro ¿Con qué imagen? la del Bow Bridge, el puente en el que empieza mi novela, mi lugar en el mundo. El paisaje que visito CADA DÍA cuando tengo la suerte de estar en Manhattan. Pegadito a las susodichas torres del San Remo.

Muy fuerte todo. Y sigo.

En el capítulo siete, una pareja viaja a Rusia para adoptar un bebé. Adivinad dónde adopté yo. Vale, no van a Moscú, como servidora, pero viajan a Vladivostok, de donde es oriunda la amiga que me acompañó en mis viajes. Y sus andanzas son igualitas que las mías. Gracias a Dios, no han ofrecido la versión endulzada y falsa de otras pelis. Aquello es áspero, turbio, enemigo. Duro de narices. No he acabado el capítulo porque aparecieron mis propias criaturas rubias y no me pareció pertinente que vieran esa ficción que para nuestra familia no lo es.

Y para mí, que soy de las que cree que la casualidad no existe, este maremoto de señales extrañas me plantea muchísimas preguntas que nunca serán respondidas, supongo. Quién sabe.

Tres libros.

Me he propuesto leer un mínimo de veinticuatro libros en el 2019. No voy mal. De momento me han encantado todos. Ya es raro.

Una educación, de Tara Westover. Autobiográfica. Sobre cómo superar las creencias heredadas y trazar tu camino a pesar de las dificultades. Más que leer, nadas en esas páginas.

Corazón que ríe, corazón que llora, de Maryse Condé . Especial mención a las joyas que son los libros de editorial Impedimenta. Qué bonitos, qué cubierta, qué marcapáginas, qué calidad.

Conversaciones con Karen BlixenMuy cortito, para leer en un par de horas. Qué atemporal es la inteligencia…

La importancia de empezar bien el día

Mi amigo del alma está de visita en Madrid y uno de mis tantos propósitos es empezar el día juntos siempre que podamos y, a poder ser, en un emplazamiento especial. De momento llevamos unas napolitanas de chocolate en La Duquesita (porque si hay que engordar que sea con mucho placer) y un amanecer absolutamente conmovedor en El Retiro con posterior desayuno y permanente descojono. Porque aquí hemos venido a reírnos y a nada más. Porque el resto del día pesa menos y es más dulce cuando saltas de la rueda de hámster. Porque no somos eternos.

La casa de mis sueños

El otro día me zampé unos capítulos de Stay here, un programa de Netflix en el que una pareja de diseñadora y planeador de negocios (o algo así) transforman casas para que sus propietarios las alquilen en Airbnb y saquen una pasta gansa. El caso es que, por supuesto, las dejan ideales de la muerte y a mí me entran unas ganas locas de tener una casa fabulosa, no demasiado grande, con chimenea, terraza desde donde ver los tejados de Madrid y una cocina enorme con isla en la que no cocinar porque no me gusta, pero amo los espacios bonitos. Incoherente, ya. Y qué. El caso es que ya estoy coleccionando recortes de revistas de decoración para colocarlas en mi corcho del buen rollo y las proyecciones futuras. Soy feliz con solo mirarlo.

Chenoa, a su manera

Chenoa ha sacado single y me encanta. No es ningún secreto que somos amiguis, pero es que tenéis que ver el vídeo y escuchar esa letra. Ojalá nos entre en la cabeza y en el esternón. Somos todas válidas, somos diferentes y tan parecidas, no tenemos que justificar decisiones que solo nos atañen a nosotras. A quién le importa. Seamos libres y felices. Ya paro. Os lo dejo aquí, para que lo disfrutéis y os peguéis unos bailes, porque bailar como una majara es de las pocas cosas importantes de esta vida, aparte de la risa, claro.

Se me escapa el pis (y no soy la única)

Poco se habla de ese maldito chorro de pis que se nos escapa al mínimo ataque de tos, ante unos pocos saltos en el gimnasio, al sentarnos mientras el pantalón se nos clava en el bajo vientre, o sea, la vejiga. Que si hemos parido, que si tanto ejercicio abdominal mal hecho, que si la menopausia y sus cositas. En esto de la incontinencia hay varias etapas, como en casi todo en la vida. La primera es de incredulidad: esto no me puede estar pasando, habrá sido un chorrito de flujo, debo de estar ovulando. La segunda, una vez comprobado que lo que has soltado es pis del bueno, es de negación. Me habrá cogido frío en la barriga (esa enfermedad tan propia de las abuelas, que lo mismo causa un meado, que una diarrea, que infección de orina), ha sido solo una vez, soy demasiado joven, no puede ser que se me esté cayendo la parte interna del toto (lo de la caída de la parte externa es otro capítulo). La tercera es la crónica de la flaccidez anunciada: está pasando, de hecho, me ha pasado varias veces. En el bus, en la oficina, en el cine. Soy mayor y mi coño lo sabe, CAGONTÓLOQUESEMENEA. Y visualizas a Concha Velasco con sus pañales, te ves tú con los pañales. Se lo cuentas a esa amiga a la que se lo puedes contar todo, o mejor, esa que te confesó hace un par de meses que se le habían escapado unas gotillas. Por supuesto, ahora sospechas que de gotilla nada. A esta se le escapó un bueno chorro, como a ti, pero no quería reconocerlo. Lo normal. La amiga en cuestión, con cara de lástima y complicidad, te traslada toda la información que ha recabado desde la confirmación del chorro maldito. Tienes que comprarte cuarto y mitad de bolas chinas y enchufártelas PERO YA. Apúntate a clases de hipopresivos. Mientras estás frente al ordenador, contrae y suelta, contrae y suelta, y así todo el día. Se te va a quedar el suelo pélvico como el brazo de Schwarzenegger. Ya sabemos cómo vamos a partir nueces de ahora en adelante. Y te pillas unas bolas de lo más monas, con su brilli brilli. A ver si te pasa lo que a una amigui mía que se las plantaba día sí, día también. Tan acostumbrada estaba al tintineo interno, que se fue al Gine y, cual fue la sorpresa del buen hombre, cuando ve un hilito colgando. -Mire usted, que se ha dejado el tampón puesto. -Huy, el tampón no. Son las bolas, señor Gine, que ando fatal del suelo y estoy haciendo músculo. -Ah, pues nada. ¿Procedo a la extracción? -Proceda. Y allí que dejó las bolas en una bañerita de metal de las de quirófano. Todo muy normal. Cómo salió de allí, si le regaló la bañera o le guardó las bolitas en una bolsa con zip, eso ya no lo sé. El caso es que, lo del chorrillo de pis, así como las canas coñiles o los gases vaginales, son de esas cuestiones que nos molestan especialmente porque son inconvenientes que se hallan en lo más profundo de nuestros entresijos. Pero una cosa os voy a decir: las penas compartidas son menos penas, así que charlemos sin vergüenza de nuestros pises y nuestro suelos potorriles, que siempre ha habido incontinencias y siempre las habrá. Solucionemos lo solucionable y aceptemos lo inevitable. No por mucho mearnos, somos menos fabulosas.  

Lo que nos jode a las mujeres (Parte I)

De un tiempo a esta parte estoy convencida de que la inmensa mayoría de nuestras jodiendas se pueden englobar en dos categorías:

  1. Las (malas) relaciones sentimentales.
  2. El miedo a lo que pensarán de nosotras.

Dentro de esas dos caben casi todas las demás mierdas que nos quitan el sueño: el miedo a la soledad; la presión por ser madre, por no ser buena madre; el sufrimiento por las rupturas; que si me marean que si no; no me divorcio porque le temo al abismo posterior, porque sería un fracaso horroroso, porque mis hijos lo pasarían mucho peor que viendo que sus padres viven juntos, pero no se soportan.

Que si estoy fea, que tengo las tetas grandes o demasiado pequeñas, y soy mayor o gorda; que no me gusta mi trabajo, pero aquí me quedo porque si me voy a recorrer el mundo soy una insensata; que mis padres me dan la lata lo más grande, pero mi obligación es aguantar porque, de lo contrario, soy una mala perra.

Y podríamos seguir hasta el infinito.

En cuanto a las relaciones sentimentales, mal vamos cuando ni los cimientos están bien colocados. Si no te autoquieres de una manera salvaje, cómo coño vas a decidir bien. Si no te valoras, no te valorará el de enfrente, y de ahí, al cataclismo emocional. Una y otra vez. Día de la marmota por los siglos de los siglos. Que si tengo mala suerte, que si siempre me tocan los tarados, hay que ver lo mal que me trata la vida. La vida te trata como dejas que te trate. Chimpún.

El segundo tema, el del asqueroso QUÉ DIRÁN es aún más peligroso, creo yo. Porque quizás escuece menos, pero jode mucho más. La preocupación por lo que piensa de ti gente de la que no conoces ni el nombre se pega en el esternón, te ahoga y te limita. Te amputa, te paraliza, te convierte en la mitad de lo que podrías ser. Acabas viviendo la vida de otros, sin tener ni idea de lo que de verdad te mueve, o debería moverte.

No eres capaz de recordar que es lo que te encendía de verdad, lo que querías ser cuando aún te ilusionabas, porque llevas tanto tiempo sometida a las opiniones del vecindario, de las madres del cole, de tu pareja, de tu familia, que lo que fuiste se ha ido diluyendo y ahora eres un ente informe que se adapta a todo sin cuestionar nada. Porque no te engañes, querida, aceptación y conformismo no son lo mismo, sino, a veces, todo lo contrario. Créeme, ahí afuera tienes un mundo enorme esperándote, lleno de gente interesante que no juzga, de bares donde bailar, de karaokes donde dejarte la garganta desafinando como la animala que eres.

Porque si no haces daño a nadie, a quién le importa si llevas el pelo rosa, si bajas al súper en pijama, si te echas un novio veinte años más joven que tú, si te cepillas a tres bigardos cada semana, si el escote te llega al ombligo, si dejas a tus hijos con su santo padre para pasar una semana con tus amigas descojonada de la risa. Porque de todos es sabido que donde no llega un Lexatín, llegan las carcajadas. Qué pasa si te gastas tu dinero en infinidad de masajes, de potingues, de zapatos, en lo que te salga del mismísimo toto.

Hay quién se ofenderá porque tú seas feliz, porque te niegas a entrar en la jaula del estereotipo. No pidas perdón, no te justifiques, no les des un poder que no tienen. La libertad no tiene por qué ser comprendida, solamente disfrutada.

 

Cómo despedirse del Mareador de una vez por todas. Pero de verdad.

A ver, amiguis, que ya he escrito sobre el tema una y otra vez. Por aquí, por aquí y por aquí. Pero seguís enviándome mensajes de S.O.S. Él sigue que te sigue, te llama, no te llama, te mensajea, quedáis, te deja colgada, te enfadas, le ignoras, le ignoras, le ignoras, te suplica, te suplica, quedas con él, te pega un meneo, te ignora, le llamas… Y así podríamos seguir por los siglos de los siglos.

Ahora estás pensando, qué hijaputa la Aguirre que lo está contando tal cual me ha pasado. Pues claro, chata, que esto es sota, caballo y rey. El Mareador, MAREA. A todo bicho viviente. Que se deje, claro.

Lo primero para acabar con esta puta tortura que te va a volver (más) majara, es querer acabar con esta puta tortura. Pero de verdad. Vale, quizás el primer paso sería cómo querer acabar con esto. La cosa es tan fácil como extremadamente difícil, vamos allá: recuerda que las relaciones son como una estufa, tú metes leña y recibes calor. Si no notas que te calienta, no metas más leña. La estufa no necesita más leña, la estufa no necesita una leña diferente, la estufa no se va a arreglar, porque, dejémonos de metáforas: EL MAREADOR NO ES RECUPERABLE. 

Otra estrategia para querer acabar con el coñazo del mareo es imaginarte en una peli. Tú eres la protagonista y él es el chico de la peli, el chico mareador, se entiende. Enciende la tele y observa el filme desde el principio, analiza a esa prota desquiciada, y plantéate si te gusta o si preferirías coger el toro por los cuernos y empezar a tomar decisiones.

Tercero: quiérete, pero a lo salvaje. Quizás no eres la más guapa, ni la más lista, ni la más de nada, pero desde luego, eres la más Tú. Eres gloriosa por existir, y como gloriosa te tiene que tratar el mundo. TODO EL MUNDO. El que no lo entienda: fuera. Caminen. Ciao, bacalao.

Vale, ahora que lo tienes clarísimo, llama a tu mejor amiga, queda para tomar un café y dile que es para algo importante. Por aquello de que vaya preparada mentalmente. Vas a bloquearle en WhatsApp, en Facebook, en Instagram, en Twitter y en la vida entera. ¿Necesitas para eso a tu amiga? Pues obviamente, porque, como es normal, no eres capaz de hacerlo sola. Ella está ahí para apoyarte, para darle al botón si tú no tienes lo que hay que tener, para lanzar el móvil por la ventana si es necesario y para iros de karaoke posteriormente porque las penas cantando a la Jurado son menos penas.

Ya está bloqueado y tú, resacosa. Ahora necesitas, al menos, cuatro amigas de emergencia a las que llamar o mensajear cuando tengas la tentación de llamarle o mensajearle. Digo cuatro porque, si solo es una, va a acabar odiándote y aquí no estamos para perder amiguis, sino Mareadores molestos.

Cada vez que sientas la tentación, cada vez que se te olviden las mil veces que te ha tocado la moral, cada vez que le eches de menos, llamas a Maricarmen, que tiene la obligación de recordarte cuando el innombrable no te contestó durante semanas, cuando donde su abuela murió por sexta vez y cuando te dijo que le encantabas y luego pues fue que no tanto. Ay, que es que estaba un poco borrachín, perdona, que no pensaba lo que decía.

Mímate, pero en plan muy bestia. Llena todos esos huecos que dejan tus pensamientos por él, de autoamor, masajes, manipedis, salidas con las amigas, series a tope de buenorros. Córtate el pelo, compra flores, escucha tu música favorita, cómete un Donuts de chocolate, ve a comer con tus amiguis a un sitio bien cuqui. Planea tus vacaciones, de Navidad, de verano, de lo que sea, qué más da. El caso es ilusionarte. Baila mucho, haz deporte, ve a yoga.

Ojito porque estás blandita y es fácil que caigas en la trampa de un nuevo Mareador. Lo de un clavo quita otro clavo, en este caso, no es tan cierto. Las defensas están bajas y los clavos también arden. No te agarres.

Vuelve a ti, pasa el luto, sé feliz.

Pasadas unas semanas, pensarás que ya estás curada, ya paso de él. Qué bien. Y tendrás la tentación de cotillear sus redes, de desbloquearlo. Total, si no era para tanto.

ERROR. ERROR. ERROR.

No hay plazo estándar para contactar, así como no hay ninguna necesidad de volver a hacerlo. Si queremos decir algo, dos años y varios polvetes con tíos maravillosos más tarde, puedes satisfacer tu curiosidad por el maromo. NO ANTES.

Ahora ya hemos finiquitado el proceso de desintoxicación. Solo queda una cosa: no reincidir. Ya sabes cuales son las señales, ya sabes que las estufas están para calentar, y ya sabes que te mereces de lo bueno, lo mejor.

Marea a tu tía Rita, a mí ya me has visto.

 

9 cosas que solo entendemos las madres

Los viajes largos en avión (sola) son lo más maravilloso del planeta: lo que antes era un coñazo supino es la oportunidad perfecta para leerte una revista de principio a fin sin interrupciones, para escuchar musica con los ojos cerrados, para mirar al infinito, o sea, al asiento de delante sin pensar EN NADA, descerebrada perdida. Ya no hablemos de los transoceánicos, donde te zampas tres pelis seguidas. Es que ni siquiera te pueden llamar por teléfono. Que viva el aislamiento absoluto.

El madrugón es bien. Te levantas antes que tus hijos para tener diez minutos de silencio mental mientras ingieres el café con leche, el Cola Cao en mi caso. Quién no tenga criaturas pensará que un cafe no es pa tanto, con lo que molan esos diez minutos en la cama ganduleando. Vosotras no sabéis que las papilas gustativas también se estresan y ya te digo yo que ni el café ni el chocolate saben igual cuando lo aderezas con los gritos de tus vástagos o la leche derramada por la mesa.

Temes a la lluvia más que a una vara verde. Sí, ya sé que los hijos de las guays de Instagram, cuando no se puede salir de casa, hacen dibujos preciosos de su armoniosa familia. Los míos, en cambio, parecen cabras desquiciadas en fase de celo. Se hostian, gritan, ni ellos se soportan a sí mismos, cómo les voy a soportar yo.

El cine no es para ver pelis, sino para echar la siesta. Y os preguntaréis si no hay lugares más cómodos y baratos para el sueño que una miserable butaca. Pues mira, a veces lo mejor es enemigo de lo bueno. Más me gustaría a mí que tirarme en mi sofá para estos menesteres, pero allí no hay manera de ensimismar a las criaturas. Y en el cine están tan callados y quietecitos…

Amas a tus padres mucho más que antes, porque ahora se quedan con los nietos y esa es tu única oportunidad de morir en el sofá sin hora límite. Porque no aprovechas esos días para salir como las locas, NO. Lo único que quieres es amortizar tu cuenta de Netflix como si no hubiera un mañana, dormir sin orden ni concierto. Comer si te apetece, cuanto te apetezca. Nada de comidas equilibradas: bollos, queso, chocolate.

Lo que se puede disfrutar cruzando un semáforo de peatones en rojo no es ni medio normal. Porque lo de esperar diez minutos para cruzar sin que haya pasado un puto coche desde que la lucecita se ha puesto colorada es un desafío para los que no somos precisamente pacientes. Y caminas sola por la calle y TOMA, TOMA, TOMA, disco rojo va, disco rojo viene.

Sales con tus amigas a cenar y te quieres morir si se sienta un niño tocapelotas en la mesa de al lado. Antes te pasaba, pero ahora mucho más. Porque para dos horas que dejas de escuchar a los tuyos, lo último que quieres es que te reviente los tímpanos uno que ni te va, ni te viene.

Amas los lunes: sí, ya sé que esto es de mala madre total, pero es lo que hay. Los lunes después de un puente son la hostia. Los que siguen a un puente lluvioso son lo más parecido a un multiorgasmo. Ahí estás tú, amando locamente tu jornada laboral, tan relajada y agradable. Quién te ha visto y quién te ve.

Salir de casa. Me refiero a salir de casa tú sola. Lo que con ellos supone una hora, lo apañas en diez minutos. Nada de pipís de última hora, de no encuentro mi juguete favorito, de justo ahora me he tirado el zumo por encima. Te vistes, coges el bolso y Ciao, Bacalao. Y el resto de majaronerías que solo entendemos nosotras las escribo en otro post, que estoy sin niños y me llama el sofá.  

Que Ana Guerra cuelga fotos en bikini y no es feminista (o algo así).

Ay, queridas, que cuando una cree que ya nada puede sorprenderla, ZASCA, llegan las de “Amigas y conocidas” y te dejan al borde del parraque.

Viene ayer mi compi Leire y me dice que me tiene que contar algo que me da para un post, que Ana Guerra, que es una chica de OT (yo es que no veo la tele) ha colgado una foto en bikini en su cuenta de Instagram, y le han dicho en una entrevista que cómo puede ser feminista y mostrar carne así a lo loco.

 Yo es que no entiendo la pregunta. Su cuerpo, su bikini, su red social. Su “Cuelgo lo que me sale del toto”. Me parece todo como muy coherente y tal, ¿no?

Le pregunté a Leire si, en esa piel suya, la muchacha mostraba un texto tipo “Por el mismo curro debemos cobrar la mitad” o “Cualquiera puede meterte mano sin tu permiso”.

NO, me contesta ella, muy resuelta.

Y, claro, no puedo resistir y busco el vídeo de la discordia. Veo que en el programa este de “Amigas y conocidas” todo son mujeres. Y que conste que soy de las que piensa que tan esperpéntico es que esas críticas raras las haga una mujer como un hombre. La gilipollez no tiene género, de momento.

Ana Guerra hablaba sobre lo nocivo de la codependencia, dijo que no cantaría con Maluma a no ser que fuera con mensaje feminista, afirmó que sus principios están por encima del éxito… Todo de lo más normal, que no común.

Y allá que va la señora presentadora rubia y suelta “No sabemos si es una contradicción o no que muestres tu cuerpo. No sabemos si es reivindicativo”.

Lo que siguió a esa frase tan brillante a la par que elocuente fue un cúmulo de despropósitos de dimensiones interestelares: que si puedes traumatizar a las niñas que no tienen tu cuerpo, que si las mujeres muestran carne para aumentar seguidores, que si el mercado te presiona para que te despelotes…

La Guerra las miraba sin entender nada, supongo. Ella, durante los tres segundos en los que la dejaron hablar, afirmó que la colgó porque le gustaba la foto y porque le da la gana. Y esa debería ser razón suficiente para cualquier cosa en la vida. Pues aquellas, como si no la hubieran oído siguieron con su coooocoooroococooooo.

El momento más colosal de todos llego cuando algunas apuntaron que, hace veinticinco años, las feministas la hubieran criticado por exhibir su cuerpo. HOSTIA, HOSTIA, HOSTIA. Señoras, que esta muchacha ha colgado la foto en Instagram en 2018, no en 1820. ¿Y desde cuando el feminismo critica la libertad sobre el cuerpo de una? ¿Y por qué le debería importar a esta mujer si la hubieran criticado las feministas de 1978? He de reconocer que, al escuchar aquello, me invadió una gran preocupación: a ver si me he liado y yo, que soy feminista a tope, no puedo hacer top less y esas cosas, ¿cómo soluciono este desastre?, con lo que me horroriza la marca del bikini y con lo que me gusta pasear los melones.

Y, as usual, me fui a mi RAE del alma para despejar dudas.

feminismo

Del fr. féminisme, y este del lat. femĭna ‘mujer’ y el fr. -isme ‘-ismo’.

1. m. Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.

2. m. Movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo.

No vi nada de “El top less y el bikini son la peste para las feministas”, así que me fui a mi segunda fuente de conocimiento supremo: Google.

“Feminismo y top less”

Pues oye, que resulta que lo de enseñar los pechotes es bastante feminista, por lo de este es mi cuerpo y a quien no le guste que no mire. Es lo del burka es lo que no mola nada. BURKA CACA para ser feminista. Qué alivio, porque me pilla el verano a medias y comprar tops playeros ahora mismo me va fatal.

Volviendo a Ana Guerra, que contemplaba flipada el cacareo de aquella panda. La muchacha dijo dos cositas más para acabar la mierda de entrevista: “lo triste es que esto sea noticia”, “nos queda mucho camino por recorrer” y “para ser libre hay que ser valiente”. Y una de ellas va y suelta: “Y tener suerte”.

Mujer, de todos es sabido que las grandes conquistas en los derechos humanos han tenido que ver con la suerte. Por suerte la esclavitud se abolió, fue pura chiripa que se derribara el muro de Berlín y, oye, que así porque sí nos dieron el derecho al voto. Nada que ver con echarle ovarios o cojones a la vida y rebelarse contra la mierda establecida.

A ver si os enteráis de que la cosificación no tiene nada que ver con mostrar el propio cuerpo, sino con la mirada ajena. La reivindicación no se basa en palabras, en vestimentas o en pancartas, sino en la ACTITUD. El feminismo es, entre otras cosas, libertad. Para hablar cómo queramos, vivir como nos venga en gana y despelotarnos (o no) sin dar explicaciones.

       

El Mundial y sus buenorros. Gracias, Dios del fúrgol.

Amigas, ha llegado el momento: vamos a hablar sobre los buenorros del Mundial. Se lo merecen. Nos lo merecemos.

Y digo yo, ¿dónde estaban estos bigardos monumentales en el Mundial del 2014? Porque no recuerdo que entonces nos dieran estas alegrías. ¿Se hallaban ocultos o simplemente no nos atrevíamos a decir que había futbolistas buenorros? O quizás el bueno de Karius nos descubrió que el fútbol podía resultar de lo más interesante para todos y todas las que pasamos de ese deporte. El caso es que nos hemos vuelto todas unas hinchas, así en general. Que lo mismo nos da que nos da lo mismo. Si estás tó güeno yo te animo, canto gol y La Traviata si hace falta.

Si tuviéramos que nombrar a todos los Guayabos Furgoleros no acabábamos hasta el Mundial del 2022, así que he creído necesario que nos centremos en tres elementos:

3. La selección de Irán: vale, son varios elementos, pero un solo grupo. Y VAYA GRUPO. La cosa es sencilla: son deportistas, con lo cual lo del buen físico se presupone. Son jovenzuelos. Vale, que si, que hay por el mundo maduritos que están estupendos, pero la probabilidad de estar buenorro (o buenorra) se incrementa cuando el colágeno, la elastina y todas las hormonas del cuerpo están a tope, y eso, lo siento, pero pasa antes de los cuarenta (por mucho que nos joda). En el caso de Irán el buen tono viene de serie. Están tostaditos desde su nacimiento, cosa que también nos gusta. Esos ojazos, ese pelamen estupendo, esas dentaduras que destacan en la morenez de sus hermosas caras… Y encima van los tíos y se plantan traje. Y flipamos. Normal.

Muy fuerte lo de Irán. Rizando el rizo del buenorrismo destacamos a los gemelos Mohammad. Milad y Medrad. Más vale una imagen…

Ya sé, solo hay uno. Era para que no os diera un parraque al ver a los dos brothers junticos. TODO MUY BESTIA.

2.Yann Sommer, portero de la selección suiza: no solo esta bueno, amigas, también habla castellano, además de francés, alemán e inglés. Y toca la guitarra y el piano (con lo que nos gusta a nosotras un buen instrumento…) Ah, y cocina.

Si es que Suiza es un país de lo más avanzado y de lo más neutral. Qué educación, señores, qué modales. Y qué piños, qué brazos y qué morros. Dice Yann El Hermoso que él come siempre productos naturales. No nos digas más, chato, que las ibéricas no tenemos ni conservante ni colorante alguno. Todo muy de la tierra. A partir de ahí, tú verás lo que haces.

1. Y desde Islandia llega Rúrik Gíslason: si es que llevo tiempo diciendo que viva el vikinguismo, las Escandinavias, Odín y la madre que los parió a todos. He creído necesario, dada la importancia del bigardo que nos ocupa, insertar un vídeo. Porque la belleza en movimiento es más belleza.

Y aquí unas instantáneas para complementar y así pillar el concepto Rúrik en toda su extensión.

Ole.

 

Con Ole.

Y requeteole.

Una salvajada, lo sé. La coleta, los tatoos, las cachorras, los ojos. Y el vikinguismo.

Y aquí es dónde yo me encuentro ante una disyuntiva de lo más complicada: ¿nos traemos a Rúrik y al resto de hijos de Odín para acá o directamente convocamos una emigración masiva hacia el norte? Un rollo caravana de mujeres en versión moderna hacia los países helados. ¿Que no ven la luz en seis meses? Yo con Rúrik y sus amigos como si no veo a Lorenzo en tres años, que para algo están las cápsulas de vitamina D. En Islandia hay poca gente, PERO QUÉ GENTE. Yo voto, claramente, por fletar unos aviones e invadir Reikiavik y aledaños.

Ya me decís cuántas plazas os reservo.  

Loris Karius: el Empotrador Futbolero

Estoy sumamente indignada, amigas, y os voy a contar por qué.

No me gusta el fútbol, es más, me pone hasta de la mala leche esa obsesión de muchos por este deporte. El caso es que a mí el partido del sábado me daba más bien igual. Es más, si no llega a ser porque mis hijos, víctimas de ese furor furgolero para mí incomprensible, querían verlo con los amigos, ni me entero de que lo de la Champions existe.

Y acaba el partido y empiezan los comentarios.

“Campeones, campeones, campeoneeees”, fue lo primero que oímos.

“Hay que ver, como lloraba el portero del Liverpool” fue lo segundo (ahí me enteré yo de que jugaba el Liverpool, que no sabía ni que tenía equipo).

“Anda la hostia, cómo está el portero del Liverpool”, fue lo tercero que escuché. Básicamente porque mis lectoras me conocen tan bien que me empezaron a mandar fotos del rubio como si no hubiera un mañana.

PERO VAMOS A VER, VAMOS A VER.

¿Cómo puede ser que nadie nos hubiera informado de que un bigardo alemán de 1,89 que es una mezcla de Thor con Paul Bettany y Adam Levine andaba paseándose por los campos de fúrgol del planeta? Hay que ser muy cabrón para mantener esto en secreto. O muy tonto. Porque señores dueños del fútbol, la de seguidoras (y seguidores) que ganarían ustedes si publicitaran estas cosas, la de canales de pago que venderían, y la de palomitas que se iban a consumir.

En serio, ¿dónde estaba escondido este buen hombre? Porque yo no puedo entender que a dos días de detener al preso más guapo del mundo, su foto inundara los Facebooks del planeta. Joder, que eso hay que filtrarlo desde las dependencias policiales, que ese tío está en un calabozo. Y nuestro Loris, que debe salir en la tele cada semana de la vida, estaba ahí, en el más asqueroso de los anonimatos. No somos nadie.

ESTOY ENFADADA  y aún no sé con quién.

Por un lado supongo que los tíos, que son los que más fútbol consumen, dirán que tampoco lo ven para tanto. VENGA, HOMBRE, VA, lo que es la envidia. Por otro, las mujeres futboleras quizás se cortaran porque podrían tomarlas por superficiales (que os lo más repugnante del mundo) y por poco interesadas en lo que realmente importa, que es una panda de tíos cobrando millones por pegarle patadas a una cosa redonda. Yo, de verdad, que no entiendo NADA.

El caso, y vamos al grano, es que Loris es alemán, está tremendo y nos gusta. Así, resumiendo. Es un Empotrador Vikingo de la rama futbolística. Lo tiene todo: melenita, cuerpazo, altura Y TATUAJES.

 

Y la dentadura, amiguis, la dentadura, que es TREMENDA.

Podría hacer mil chistes sobre los goles que nos podía meter, que si “Mi portería es toda tuya, Karius”, que si “No llores, que yo te consuelo, que ven aquí que verás qué bien…”.

Para colmo de bienes, hoy mismito, nuestro Adonis ha publicado en Instagram que no ha podido dormir y que pide perdón (otra vez) a la afición. Y, claro, nos lo pone a huevo.

Ven, que te acuno.

Yo sí que te iba a tener despierto.

Te voy a cantar una nana que vas a fliparlo.

Y así hasta la eternidad…

Pero no vamos a caer en esas ordinarieces, no somos así. PARA NADA.

Lo que tenemos que hacer, PERO YA, es reunir firmas para que nuestro portero favorito se venga a las Españas a jugar. Manifestémonos si es necesario. Qué coño hace en las Inglaterras, todo el día lloviendo. Lo bien que le iba a sentar el clima ibérico, lo contento que iba a estar con el jamón, el solete y la simpatía de las españolas. El primer paso, supongo, será ir a Change.org o algo así y presentar la moción. Lo segundo, hacer una colecta. Como lo de Lola Flores y hacienda. Un eurito por español y nos traemos al Vikingo Furgolero porque, seamos realistas, ahora mismo no creo yo que ningún equipo se pelee por él.

Un equipo no, amiguis, pero nosotras sí. Pongámonos manos a la obra, importemos talento germánico, aficionémonos al fútbol que es una cosa muy sana y muy entretenida.

Y, Loris, chato, haz caso de las señales y date cuenta de que lo tuyo no es parar goles, SINO METERLOS. (No he podido contenerme)  
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