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Etiqueta: infidelidad

Él no quiere novia, tú quieres novio: crónica de un desastre anunciado.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no escucha. Cuántas me escribís contándome que lleváis meses con un chico y que él insiste en que no sois novios. Y vuestra duda, entre llanto y llanto, es si dejarlo o esperar a que cambie de idea.

Vamos a ver, amigui…

Que no lo entiendes, que te duele, que has conocido a sus amigos, a su hermana, a su tía Rita. Que no es solo sexo, que vais a cenar juntos, que te dio la mano en el cine, que te fue a buscar al aeropuerto, que pasasteis un findeen un agroturismo superideal en un pueblo de Toledo. Que cómo puede ser que, después de seis meses, él no lo llame relación y tú solo sueñas con la boda en El Escorial… Pues no lo llama relación porque para él no lo es. Punto pelota. Y ahora viene la parte que menos te gusta: está en su derecho. Y tú en el tuyo de darte media vuelta si lo que quieres es un novio.

Así de fácil.

Tendemos a encajar las relaciones en unos moldes hechos a medida de aquellos que nos enseñaron a etiquetar. Nos educaron en la creencia de que si llevas más de equis tiempo quedando con la misma persona, se convierte en tu pareja. Y os llamáis novios. Y hay un compromiso. Y el compromiso incluye la monogamia y los planes de futuro. Y luego os casáis y tenéis niños. Y de esas creencias a la hecatombe emocional hay dos pasos. O uno.

También hemos crecido pensando (sobre todo las mujeres) que, a base de esperar, de entregar nuestro amor sin mesura, de aguantar (que no puede darme más repelús el verbo), él cambiará de idea y se enamorará hasta las trancas de nosotras. Ay, qué jodido es pensar que podemos controlar las emociones del prójimo. Déjalo ir, querida.

Otra variedad de este sinsentido es esa según la cual estás convencida de que él ya está loquito por tus huesos, pero disimula porque tiene miedo, le asusta el compromiso, muy de macho todo. Y de estereotipos. Aquí también, a base de sacrificio, paciencia y felaciones soberbias conseguirás que se deje de hostias y se entregue al romance. 

Pues mira: NO.

Es que estás enamorada, sois perfectos el uno para el otro, es tu media naranja. Tu persona. Y, claro, media naranja hay solo una en la vida, no hay más que observar detenidamente a tu alrededor para comprobar que es un hecho empírico. Mira, eso es tan ridículo como el pensar que tú no eres una naranja entera y que por eso necesitas alguien que te complete, igualito que Amaral y su “Sin ti no soy nada”. 

Por el amor de Diosssssssssss…

Y aquí voy a lanzar una piedra contra nuestro tejado. Muchos de los que denominamos Mareadores, quizás no lo sean, quizás te hayan aclarado la situación unas cuantas veces y tú no has escuchado. Y él te sigue llamando, o no, o a veces. Y tú te vuelves loqui perdida, porque no sabes lo que quiere. Pues nada amigui, no quiere nada en particular.

Nos olvidamos de que el hombre, generalizando y con matices, tiene un proceso mental mucho más simple que el nuestro. Le apetece algo, lo hace. Quiere llamarte, te llama. Pero tu lavadora centrifuga que no es ni medio normal. Y venga por qués y para qués. Pues porque sí, y para nada en concreto. Energía desperdiciada, kilos de helado de chocolate y noches sin dormir es lo único que vas a conseguir si sigues así.

El fracaso, amigui, no consiste en una historia que no llegó al altar, sino en chamuscar neuronas preguntándote por qué la vida no es como tú quieres que sea. 

 

Cómo despedirse del Mareador de una vez por todas. Pero de verdad.

A ver, amiguis, que ya he escrito sobre el tema una y otra vez. Por aquí, por aquí y por aquí. Pero seguís enviándome mensajes de S.O.S. Él sigue que te sigue, te llama, no te llama, te mensajea, quedáis, te deja colgada, te enfadas, le ignoras, le ignoras, le ignoras, te suplica, te suplica, quedas con él, te pega un meneo, te ignora, le llamas… Y así podríamos seguir por los siglos de los siglos.

Ahora estás pensando, qué hijaputa la Aguirre que lo está contando tal cual me ha pasado. Pues claro, chata, que esto es sota, caballo y rey. El Mareador, MAREA. A todo bicho viviente. Que se deje, claro.

Lo primero para acabar con esta puta tortura que te va a volver (más) majara, es querer acabar con esta puta tortura. Pero de verdad. Vale, quizás el primer paso sería cómo querer acabar con esto. La cosa es tan fácil como extremadamente difícil, vamos allá: recuerda que las relaciones son como una estufa, tú metes leña y recibes calor. Si no notas que te calienta, no metas más leña. La estufa no necesita más leña, la estufa no necesita una leña diferente, la estufa no se va a arreglar, porque, dejémonos de metáforas: EL MAREADOR NO ES RECUPERABLE. 

Otra estrategia para querer acabar con el coñazo del mareo es imaginarte en una peli. Tú eres la protagonista y él es el chico de la peli, el chico mareador, se entiende. Enciende la tele y observa el filme desde el principio, analiza a esa prota desquiciada, y plantéate si te gusta o si preferirías coger el toro por los cuernos y empezar a tomar decisiones.

Tercero: quiérete, pero a lo salvaje. Quizás no eres la más guapa, ni la más lista, ni la más de nada, pero desde luego, eres la más Tú. Eres gloriosa por existir, y como gloriosa te tiene que tratar el mundo. TODO EL MUNDO. El que no lo entienda: fuera. Caminen. Ciao, bacalao.

Vale, ahora que lo tienes clarísimo, llama a tu mejor amiga, queda para tomar un café y dile que es para algo importante. Por aquello de que vaya preparada mentalmente. Vas a bloquearle en WhatsApp, en Facebook, en Instagram, en Twitter y en la vida entera. ¿Necesitas para eso a tu amiga? Pues obviamente, porque, como es normal, no eres capaz de hacerlo sola. Ella está ahí para apoyarte, para darle al botón si tú no tienes lo que hay que tener, para lanzar el móvil por la ventana si es necesario y para iros de karaoke posteriormente porque las penas cantando a la Jurado son menos penas.

Ya está bloqueado y tú, resacosa. Ahora necesitas, al menos, cuatro amigas de emergencia a las que llamar o mensajear cuando tengas la tentación de llamarle o mensajearle. Digo cuatro porque, si solo es una, va a acabar odiándote y aquí no estamos para perder amiguis, sino Mareadores molestos.

Cada vez que sientas la tentación, cada vez que se te olviden las mil veces que te ha tocado la moral, cada vez que le eches de menos, llamas a Maricarmen, que tiene la obligación de recordarte cuando el innombrable no te contestó durante semanas, cuando donde su abuela murió por sexta vez y cuando te dijo que le encantabas y luego pues fue que no tanto. Ay, que es que estaba un poco borrachín, perdona, que no pensaba lo que decía.

Mímate, pero en plan muy bestia. Llena todos esos huecos que dejan tus pensamientos por él, de autoamor, masajes, manipedis, salidas con las amigas, series a tope de buenorros. Córtate el pelo, compra flores, escucha tu música favorita, cómete un Donuts de chocolate, ve a comer con tus amiguis a un sitio bien cuqui. Planea tus vacaciones, de Navidad, de verano, de lo que sea, qué más da. El caso es ilusionarte. Baila mucho, haz deporte, ve a yoga.

Ojito porque estás blandita y es fácil que caigas en la trampa de un nuevo Mareador. Lo de un clavo quita otro clavo, en este caso, no es tan cierto. Las defensas están bajas y los clavos también arden. No te agarres.

Vuelve a ti, pasa el luto, sé feliz.

Pasadas unas semanas, pensarás que ya estás curada, ya paso de él. Qué bien. Y tendrás la tentación de cotillear sus redes, de desbloquearlo. Total, si no era para tanto.

ERROR. ERROR. ERROR.

No hay plazo estándar para contactar, así como no hay ninguna necesidad de volver a hacerlo. Si queremos decir algo, dos años y varios polvetes con tíos maravillosos más tarde, puedes satisfacer tu curiosidad por el maromo. NO ANTES.

Ahora ya hemos finiquitado el proceso de desintoxicación. Solo queda una cosa: no reincidir. Ya sabes cuales son las señales, ya sabes que las estufas están para calentar, y ya sabes que te mereces de lo bueno, lo mejor.

Marea a tu tía Rita, a mí ya me has visto.

 

10 errores que comete un infiel descuidado (y atontao)

Mi amiga Sandra se ha liado con un tío casado. Sí, queridas, mis íntimas no me hacen ni puñetero caso y se lanzan de cabeza sobre la boca del lobo. El caso es que me contaba una serie de detalles que a mí me dejaban patidifusa, básicamente porque parece que el chaval está deseando que su mujer lo pille. Cual es mi sorpresa cuando lo comento con las coleguis (las virtuales y las reales) y me proporcionan un listado de cagadas que comenten los infieles, día sí, día también.

1.Grabar en el teléfono a la amante con su nombre real: alma de cántaro, ponle nombre de tío o “Mamá”. No, no se vale grabar solo una letra, canta “La Traviata”. Tampoco nada como “Preciosa”, “Mi Amor” o “Chochito dulce”.

2.Íntimamente relacionada con la anterior tenemos el hecho de que tu amante, en sus mensajes, te llame cosas como “Cariño” “Corazoncito”, “Amor” o “Mi vida”. 

3.Rizando el rizo. Si grabas a tu amante con su nombre real y te escribe apelativos cariñosos, COÑO CHAVAL, no le dejes el móvil a tu hijo, porque probablemente acabará gritando “¡Papááááááááááááá!, que Lola dice “Pichoncito, ¿a qué hora eres mío hoy?”. Ya te veo diciéndole a tu mujer que “Esto no es lo que parece”. Si es que…

4.Guardar en el móvil fotos subidas de tono y mensajes guarros. En serio. ¿POR QUÉ?

5.Volvemos a rizar el rizo, pero esta vez ya en plan tirabuzón doble: que la foto picante en cuestión se suba a la nube y tu pareja lo reciba a tiempo real mientras está mirando el iPad. TOMA YA, CASTAÑA PILONGA. 6.Mandar, además de WhatsApps, correos electrónicos y dejarlos bien abiertos, ahí en la pantalla de 14 pulgadas del ordenador, a todo lo que da. Ole tus huevos.

7.Usar la tarjeta de crédito para pagar la habitación del hotel, las putas, el restaurante de una ciudad donde, supuestamente, no estabas ese día. Ni nunca.

8.Equivocarte de persona: ya sea llamándola con otro nombre (curiosamente ese que grita tu hijo cada 2×3 cuando mira tu teléfono), hablándole a una de los sitios en los que has estado con la otra, recordando aquella peli que tu mujer jamás vio…

9.Llamar a tu amante desde el fijo de casa y que luego llegue el facturón con esas preciosas llamadas detalladas TODAS AL MISMO NÚMERO. Sí, este error es muy vintage, pero existe. Creedme.

10.No sellar tu coartada. Joder, si le dices a tu pareja que has estado con tu amigo Paco, coméntaselo a Paco, para que no publique en sus InstaStories su paseo en barco a la hora a la que debería estar contigo en la oficina, SO ILUMINADO. #RealStory

Y podríamos seguir hasta la eternidad, porque la casuística es TREMEBUNDA, pero mejor me quedo aquí, que ya estoy dando muchas ideas.

Enrollarse con un tío casado (y otras muertes lentas)

Hoy me ha llamado mi amiga Cristina emocionada perdida. Se ha morreado con el tío que le gusta.

-Tía, tía, tía, tíaaaaaaaaaaaa cómo mola morrearse con uno que te gusta de verdad. 

-¿A que sí? Mucho más que con uno que encuentras por las calles.

-Que es lo que hago normalmente.

-Exacto.

Hasta aquí todo muy bucólico, amiguis, pero es que ese que le gusta a rabiar, que te mueres, que lo flipas, que es ideal, AYAYAYAYAYAYYYYY tiene un par de pegas:

  1. Está casado.
  2. Trabaja con ella (con mi amiga, no con la mujer).

Yo lo veía venir, porque Cristina me había hablado de este mozo y yo conozco a mis amiguis que son muy tremendas y muy incontrolables. También porque estas historias tienen SIEMPRE el mismo hilo conductor: empiezan con un tonteo inocente, un JIJIJUJUJAJA que pasa a no ser tan inocente, seguimos con unos comentarios picantes, luego vienen los besitos que son una tontería insignificante y ridícula y que han pasado solo porque era la fiesta de Navidad de la empresa e íbamos pedo, lo siguiente es una metida de mano furtiva, y la cosa siempre termina con un polvo descomunal.

Y otro.

Y otro.

Y otro.

Y ROMANCE AL CANTO.

Una vez metidos en harina nos encontramos SIEMPRE con la misma cantinela: que si va a dejar a la mujer, o que parece que no la deja porque ahora mismo no es buen momento (o porque él es así de buena persona, que es una excusa que a mí me alucina especialmente), o que no me importa porque él me quiere, que es que con la otra no fornica desde hace años, lo suyo es costumbre y lo nuestro amor del bueno y BLABLABLABLABLA.

Cristina ha hecho lo que tantas otras: meterse en la boca del lobo. Sin paracaídas, sin red y sin casco.

Nada es casualidad y hay MILLONES de tíos en el planeta que no están casados. Habría que preguntarse por qué a Cristina le gusta el Hombre Casado y no otro. No, no me vale que es el más encantador del mundo, que no hay otro como él. Nadie es único, aunque muchos se lo crean. Tampoco me trago ese clásico “Tranquila, que no no me cuelgo, no soy tonta”.

Ya, amigui, YA.

Le he dicho a Cristina lo que ella ya sabe porque es muy lista y porque la cosa tampoco es demasiado difícil.

Sal de ahí. Corre. Te hará sufrir. Te arrepentirás. A todas les pasa lo mismo. No te metas en ese sarao. Pues anda que no hay maromos. Contrólalo ahora que puedes. Es un tío infiel y lo sabes de antemano. No vale la pena.

Y luego otra vez. En bucle. A ver si así conseguía grabárselo en el cerebelo o en la materia gris o donde coño se guarden las cosas del querer.

Me he quedado yo pensativa al colgar con Cristinita. Masco la tragedia, Y DE QUÉ MANERA. El Hombre Casado se lanzó a morrearla sin cortarse un pelo y lo volverá a hacer y, ay madre mía, lo que tiran unos buenos lengüetazos. Y de la lengua a chirri hay tres palmos escasos.

Poco más puedo hacer para evitar la hecatombe, pero por si acaso, desde aquí hago un llamamiento a Cristina y a las que andáis como ella: pensad en el después, en todas las que ya han pasado por algo así, en la de lagrimones que se desperdician por no parar a tiempo. Con lo que mola la vida, pa qué autojodérnosla voluntariamente.

Ahí lo dejo.      

Adúlteros celosos: el colmo del morro.

Ay, amiguis, yo que me pensaba que mi capacidad para sorprenderme por el morro humano era nula. Qué ilusa, qué pardilla, la madre que me parió.

El martes quedé para comer con mi amiga Cristina, que es toda ella muy tremenda, muy sexy y muy fucker. Su última conquista es Antonio, un tío casado, con niños, que la pone mirando a Cuenca cada dos por tres, seis.

Quién soy yo para juzgar. Allá cada uno con su conciencia.

Cristina está encantada y tiene el cutis como la porcelana, con tanto polvo galáctico. Si ella está feliz, yo también. Y en una de estas, tras mucho relato erótico festivo y descripción de detalles escabrosos, mi amiga me cuenta de los problemas en el trabajo, de que quizás ya es hora de cambiar de empresa, y de que “tía, y Antonio que está súper celoso de mi compi de Administración porque nos llevamos bien y vamos a tomar café juntos”.

VAMOS A VER, CRISTINA, VAMOS A VER.

– Cristina, querida, ¿tu amante vive con su mujer?

– Sí, claro.

– Mantienen relaciones.

– ¿Cómo? (Es que Cris es francesa y a veces se le atasca el español)

– Que si follan.

– Sí, claro, supongo, sí.

– Y tu amante se pone celoso porque tomas café con tu compi. ¿Qué pasaría si te acostaras con él?

– Huy, se lía parda.

Yo, en este punto ya no sabía si descojonarme, desmayarme o bailar una sardana.

PERO, ¿CÓMO SE PUEDE TENER TANTÍSIMA JETA, PORELAMORDEDIOS?

Porque una cosa es que al tío le pueda tocar las narices que Cristina se líe con otros, pero de ahí a mosquearse, a tan siquiera mencionar en voz alta algo que tenga que ver con los celos cuando tú, SO GUARRO, te estás cepillando a dos tías a la vez (que sepamos), eso ya es TENER LOS COJONES DE PLOMO. Probablemente, este individuo será un experto en justificar su infidelidad con alguna de las tantas (y ridículas) razones de las que hablé en mi último post. Y mira, hijo: excúsate, engáñate, engaña, pero por lo que no paso es por que EXIJAS.

¿Por qué razón misteriosa crees que los demás deben guardarte un respeto que tú te pasas por el arco del triunfo? ¿En qué planeta tu pene es tan todopoderoso que puede disponer de los chirrís que le plazcan y, al mismo tiempo, negarles la posibilidad de hacer lo propio con otros penes? ¿Qué tipo de derecho de pernada en exclusiva te concedieron al nacer?

VENGA, CUÉNTAME.

NO TE OIGO.

Amigas que os estáis cepillando a un adúltero o a cualquier tío que crea en la monogamia femenina, pero no en la masculina, que sois muchas, que sois casi todas (que somos casi todas), un favor os voy a pedir: a la primera insinuación de celos, de “yo lo hago pero es que si lo haces tú sería diferente”, o de ese horripilante “es que me molesta porque me importas”, mandadle a tomar por culo.

NO ESPERES MENOS DE LO QUE DAS.

NO DES MÁS DE LO QUE RECIBES.

No te zampes con patatas a morrudos dispuestos a repartir pollazos a diestro y siniestro mientras tú te quedas en casita bajo la manta.

    

Y tú, adúltero celoso, arréglate el coco, pero mientras lo haces, por favor: NO MOLESTES.

La infidelidad: ¿hijoputez o cobardía?

Llevo unos días con ganas de escribir sobre el tema de la infidelidad. Sí, ya lo hice, dos veces, pero quería hacerlo otra vez. Qué pasa. Y, buceando por la red, encuentro este artículo y su título me llama mucho la atención.

TENDENCIAS DEL ADULTERIO EN ESPAÑA

Un estudio concluye que el 30% de la población es infiel

Lo de “tendencias” es, cuanto menos, gracioso. Me recuerda a las modas, a lo que se lleva, a lo que está en voga. Lo del 30% me sorprende. Yo juraría que se les han escapado unos cuantos infieles porque, al menos en mi entorno, la infidelidad ronda el 75%, así a bote pronto.

Yo sigo leyendo, a ver qué descubro. Resulta que el 83% de los encuestados creen que es posible ser fiel durante toda la vida. O sea, por poder, puedes ser fiel, PERO NO TE DA LA GANA. Pues me parece coherente, la verdad. A mí estas cosas de “no he podido remediarlo”, “no lo eliges tú” o “aquello era inevitable” me tocan las narices sobremanera. El humano se distingue de los animales por su raciocinio, o eso me contaron las monjitas de mi cole.

Nos informa una psicóloga de que, por un lado, la mayoría de la población cree en el “amor romántico” ese de “contigo pan y cebolla” y “hasta que la muerte nos separe”, pero que, por otro, ahora vivimos muchos años, o sea, que la muerte como que tarda un poquito demasiado en llegar y, mientras tanto, te has cansado del que tienes al lado. PUES NORMAL. Cuando solo vivían cincuenta añitos debían pensar “Pa lo que me queda, mejor no cambio”. Yo juraría, llámame desconfiada, que esta evolución hacia los cambios de pareja sucesivos, los cuernos sucesivos y el follaje sucesivo, se ha dado sobre todo en las mujeres. De toda la vida, los tíos infieles eran unos machotes y las tías infieles unas pedazo de putas, así que, por muchas ganas que tuvieran, no perreaban con otro que no fuera su pareja. Con el tiempo, no solo vivimos más, sino que quizás algunas se pasen por el forro lo que piensa el resto y le dan rienda suelta a sus furores uterinos.

No sé, digo yo.

Aún así, parece que estamos lejos de la igualdad, también en esto. Los hombres se confiesan infieles en un 29% frente a un 18% de las mujeres (insisto, o la población adúltera se acumula a mi alrededor o hay gente que miente más que habla). Algunas teorías mantienen que esto no es tan así, que las chicas ponen los cuernacos igual que los chicos, pero que nosotras somos más discretas. No vamos cacareando por ahí a cuantos nos hemos tirado. Hay que ver, qué listas somos…

Y ahora llega mi parte favorita. Es a partir de los cinco años de relación cuando suelen comenzar las infidelidades, por aquello de la rutina. Y digo yo… si a los cinco años te aburre tu pareja, ¿por qué coño sigues con ella? No quiero ni imaginarme lo que te pasará al cabo de diez o de veinte. Pero, oye, que ahí sigue la gente, muerta de hastío y cepillándose hasta al apuntador. Qué martirio, madre del amor hermoso. Y, ojo, que no lo digo desde el punto de vista del cornudo, sino del adúltero. Esto no hace más que apoyar mi teoría de que cometemos el ENORME error de considerar las relaciones breves como un fracaso y, claro, antes muerto que fracasado. Yo tengo una relación supermaravillosa de la muerte, veinte años juntos, qué amor, qué estabilidad, qué cosa más bonita. Y me cepillo a mi secretaria, al profe de tenis de mis hijos, a la farmacéutica y al jardinero. Pero oye, que de fracaso nada, porque mi matrimonio es largo DE COJONES.

Otra razón que aducen los infieles, aparte de que se aburren lo más grande, es que su pareja “No les hace suficiente caso”. No entraremos en lo que es “suficiente”, pero sí me encantaría saber qué tiene que ver eso con que otro te la meta o con que la metas en otra. MÍ NO COMPRENDE. Si te sientes ignorada/o, casi mejor te piras, ¿no?

Otros, en la infidelidad, buscan una experiencia diferente, que me parece maravilloso, pero si lo que te va es la variedad, has elegido el camino equivocado. Tú lo que quieres es ser soltero, pero ya es tarde. Lo de estar divorciado es la segunda opción válida. Algunos se justifican diciendo que se acuestan con otros en venganza por los cuernos que les ha puesto su pareja. NORMALÍSIMO, porque de todos es sabido que los polvos se contrarrestan, si tu marido se acuesta con tres y tú haces lo mismo, es como si él no lo hubiera hecho. Digo yo que será algo así porque si no, lo siento, pero VAYA GILIPOLLEZ TAN ENORME.

Lo de que con la infidelidad buscan reavivar la llama del amor matrimonial ya es LO MÁS GRANDE. “Es que así te das cuenta de que lo mejor lo tienes en casa”. Pero, ¿qué es lo mejor? No sé, se me ocurre que quizás es la que mejor la chupa, o el que mejor huele, o la que mejor hace los espagueti carbonara, o el que mejor juega al fútbol… Y, otra pregunta, ¿vas a tener que comparar con el resto de la humanidad para asegurarte de que tu cónyuge es lo más de lo más? Pues guapa, se te va a quedar el toto como una hamburguesa, aviso.

 

La búsqueda de autoestima y confianza en uno mismo es la última de las posibles razones para ser infiel. Porque de todos es sabido que tu valía como persona depende de cuantos estén dispuestos a darle al mambo contigo. Huy, pues entonces yo, ahora mismo, debería pegarme un tiro. Os recuerdo la defunción de mi chirri, que sigue igual, gracias por preguntar.

    

  Y termino el artículo sin que me haya aclarado nada, para empezar porque no me creo ni los porcentajes, ni las razones para andar por ahí engañando al personal. Quizás ya es hora de darnos cuenta de que los humanos, la mayoría de las veces, obramos de una manera u otra porque nos da la gana y punto. Llámale egoísmo, cobardía, patología, qué mas da. También, creo yo, es hora de dejar de justificar nuestras conductas y las del prójimo, y tener la valentía de abandonar a la persona de la que ya no estás enamorado o a la que te está poniendo unos cuernos de metro y medio. Seríamos todos MUCHO más felices.

Cornudas unidas, jamás serán vencidas.

Dos han sido las circunstancias que me han llevado a escribir sobre este controvertido tema. La primera, la aventura vivida por mi amiga Inés que, estando ella tan ricamente dormida el pasado martes 6 de diciembre, recibe una llamada de teléfono a las ocho de la mañana (Inés, mira que te he dicho veces que silencies el teléfono…) y, cuando contesta, todo lo que oye es un suspiro.

Ella que vuelve a sobarse.

Otra llamada del mismo número y, esta vez, en lugar del suspiro, escucha a una chica que le dice: “perdona, tengo una llamada perdida de este número, ¿quién eres?”. A lo que ella, que es dulce como pocas, contesta “Qué llamada ni qué coño, si yo estaba durmiendo, ¿quién eres tú?. Y la otra que, lógicamente, se acojona y cuelga.

Tercera llamada.

Ring, ring, ring.

Inés que, inexplicablemente no ha apagado el teléfono (yo lo habría tirado por la ventana) y que, inexplicablemente, VUELVE A CONTESTAR. Esta vez, la voz de la chica es medio llorosa. “Mira, perdona, yo es que nunca he hecho esto… Es que mi novio salió anoche…. Ha vuelto tarde… y tiene tu número bloqueado en su móvil. Ya sé que no tengo ningún derecho a preguntarte pero es que…”.

Y la chavala que se pone a sollozar y mi amiga Inés A FLIPAR.

La otra que sigue “Pensarás que estoy loca…” y mi Inesita, que siempre fue muy solidaria con las mujeres tristes, le dice que no pasa nada y le pregunta quién es su novio.

“Manuel”, contesta la otra.

“ANDA QUE NO”, piensa para sus adentros Inesita.

Mientras me lo contaba, yo no daba crédito y, al oír “Manuel”, no tenía ni idea de quién me hablaba. “Sí mujer, Manuel es el púber, con el que me enrollé el año pasado por estas fechas, que tenía veintitrés primaveras, el que me encontré hace dos días y se me puso tontorrón y me envió un mensaje subidito de tono al día siguiente”.

“AH, COÑO, CLARO”. Ahí caí.

“Pero ¿por qué tiene tu número bloqueado el púber este?” Y, de repente, SE HIZO LA LUZ.

El tío degenerao le envía el mensaje, la bloquea por si ella contesta cuando está con su novia y, cuando está solo, desbloquea, recibe y contesta.

ANDAQUENO, ANDAQUENO, ANDAQUENO.

Qué inventiva, qué creatividad, QUÉ MORRO.

“¿Y tú qué le has dicho a la pobre chavala?”, le pregunto alucinando en colores fosforitos.

“Pues qué le voy a decir, que no tenía que preocuparse y que, si acaso, hablara con su novio”. Ella es así de comedida (en raras ocasiones).

“Pero Inés, nena, claro que tiene de qué preocuparse. Su novio te ha mandado un mensaje con fines lascivos y te ha bloqueado. Más que preocuparse lo que tiene que hacer es mandarle a tomar por culo, PERO YA.”

“Ay, tía, ya, pero eso no es asunto mío”.

Y tiene toda la razón, pero es que yo me enciendo MUCHO con estos comportamientos tan cerdacos.

Inés, entonces, me pregunta toda inocente ella: “¿Tú crees que solo tiene mi número bloqueado y por eso me ha llamado a mí?”

“Pero qué coño dices, nena, te ha llamado a las ocho de la mañana y son las doce y media. Ahora mismo, la pobre chica está llamando a la bloqueada número cincuenta y seis”.

Y os parecerá broma pero me juego el cuello a que no lo es. Me puedo equivocar en cinco números hacia arriba o hacia abajo. No en más.

La segunda circunstancia que me ha inspirado el tema cuernos fue el mensaje de una lectora majísima que me agradeció la risas provocadas por uno de mis artículos (no recuerdo si el de “Érase una vez“, el de los Mareadores o el de los tíos que se esfuman). El caso es que la pobre lo estaba pasando fatal porque había descubierto, tras varios años de relación, que su novio tenía otra novia. O sea, un HIJO DE LA GRANDÍSIMA PUTA COMO LA COPA DE UN PINO, por decirlo suavemente. Ella, aparte de darme las gracias muchísimas veces, me contaba que se sentía “pequeña, torpe y fea”. Vamos, que se siente como una mierda.

Ah, no, ESO SÍ QUE NO.

Y aquí es dónde viene la parte importante, queridas Cornudas (y Cornudos). Que no se os olvide esto que os voy a decir, o mejor, escribir. Si hace falta os lo tatuáis. Y que conste que hablo con conocimiento de causa. Yo he llevado unos cuernos más altos que la Giralda.

Porque el ser una cornuda no depende de ti, de lo guapa o lo lista que seas, de lo bien que follas, del tiempo que le dediques a tu querido novio.

Ser cornuda o no serlo tiene que ver con la calidad de la persona con la que estás, no con la tuya.

“Cornuda” no es un insulto, aunque serlo sea una putada. Porque duele. Duele muchísimo. Porque no hay ninguna necesidad. “Embustero”, “traidor”, “cabrón”, en cambio, sí lo son (así como sus femeninos).

Porque si no quiere estar contigo que te deje, pero que no  engañe, que no te mienta, que no te humille.

Tú no eres pequeña, ni torpe, ni fea.

El pequeño es el que utiliza a la gente para sentirse más importante, más guapo, más fucker.

Otra cosa te voy a decir, querida Cornuda: si sospechas que te pone los cuernos es MUY probable que sea verdad y, aunque no lo sea, no debes estar con alguien en quien no confías. Tampoco tienes derecho a interrogar, a espiar, a martirizar. Los cuernos no se deben pagar con machaque ni con otros cuernos. Eso solo te hace más daño.

Los cuernos se pagan con un ADIÓS tamaño catedral de Burgos.

Siempre que te incomoden porque, oye, para gustos, los colores.

Propongo fabricar camisetas con un estampado rollo “Yo fui Cornuda, sí, ¿Y QUÉ?, promocionar unos buenos hashtags:

#NOSINMISCUERNOS

#CORNUDAYFABULOSA

#TUCUERNOMESUENA

Si hasta lo dice mi adorada Amy Schumer, que de esto sabe un rato:

“Los momentos que hacen que la vida valga la pena son aquellos en los que no puedes estar peor y encuentras la manera de reír”

Nadie puede cambiar el pasado, pero sí reirse de él. Así que, RIAMOS, CORNUDAS.
#CornudasUnidasJamásSeránVencidas
 

Ese chaval con novia que te manda mensajes sin parar.

Ojito, que el chaval puede tener 45 años y la novia puede ser mujer e hijos.

ANCHA ES CASTILLA.

Su muro de Facebook es un chorreo de mensajes amorosos a su chati, su cuenta de Instagram contiene hashtags sacados del más alto poetismo: #nadateníasentidohastaqueteconocí #despertarviendotucarita #teadoromásqueamivida #teechodemenitos #sobranlaspalabras #cadadíaesespecialcontigo y un largo etcétera de perlas que no han tenido tiempo de decirse en persona por alguna razón del todo desconocida. Es por ello que nos hacen a todos partícipes de su pasión incontenible.

ESTUPENDO.

Ese chaval con novia que te manda mensajes sin parar.

Confieso: aquí servidora muere de la risa con este fenómeno del #AmorIncontenibleEnLasRedesSociales y sí, me lío a enviar pantallazos a las colegas y sí, es MUY divertido. Oye, tú te expones, pues déjame que disfrute.

El colmo de la diversión llega cuando, en paralelo a los versos feisbukeros, el susodicho hipermegaultraenamorado empieza a darle “like” a TODO lo que publicas: tu desayuno, la puesta de sol o los zapatos que te has comprado.

HUY, HUY, HUY.

Ese chaval con novia que te manda mensajes sin parar.

A ese sutil contacto inicial, seguirán unos tímidos comentarios que objetivamente no serían dignos de sospecha pero que tú sabes muy bien QUE EL COLEGA QUIERE TEMA.

Ni que decir tiene que el solapamiento del Amor en los Tiempos de las Redes con su cónyuge y el contacto compulsivo contigo es TOTAL. Lo sabes porque al flipar por la resaparición del ser, has ido a comprobar fehacientemente que sigue convulsionando de enamoramiento. Y SÍ, convulsiona hashtag va y hashtag viene y SÍ, TIENE UN MORRO QUE NO ES NORMAL.

Ese chaval con novia que te manda mensajes sin parar.

NADA NUEVO.

De los mensajes en tu muro (objetivamente inocentes, subjetivamente sospechosos) tipo “Qué guay”, “jajaja” o “Qué bonito”, pasará a los mensajes privados. Eso sí, por el messenger de Facebook, que así no son cuernos. El Whatsapp sería pecado: tiene que buscar tu número intencionadamente, es el equivalente a las antiguas llamadas (sí, aquello de marcar un número y oír la voz del otro). En cambio el messenger es un rollo “andaba por aquí y te he visto”. Básicamente es como si os hubiérais encontrado por la calle.

O ESO SE CREE.

Pero ojito, porque si le sigues el rollo en Facebook, en el plazo máximo de 3 días se le ha olvidado lo SUPER FUERTE que es contactarte vía Whatsapp y ZASCA, te ves inmersa en unas conversaciones interminables sobre NADA que en realidad son para ALGO. No te engañes ni me engañes, TÚ QUIERES MAMBO, DARLING. Insisto: todo este proceso se da a la par que la publicación EN TODAS PARTES de fotos con el amor de su vida:

Besándose.

Con su nuevo perro/bebé.

Con las familias varias (señal inequívoca de que eso es #parasiempre).

Ese chaval con novia que te manda mensajes sin parar.

Tú que no te lo quieres creer, no puede ser que este individuo tenga la jeta de proclamar su versión de “Love Story” a los cuatro vientos y tontear conmigo que no es normal.

PUES SÍ PUEDE SER. DE HECHO, ES.

Por supuestísimo que si tú le planteas el tema tal cual es, rollo “Oye, bonito, ¿qué le parece a tu mujer que andes como vaca sin cencerro tirando tejos a todo bicho viviente?” (porque obviamente, la cosa no es solo contigo, Y LO SABES), él te contestará con unos distraídos “pero qué dices”, “solo quería saber cómo te va”, “no sé a qué viene eso, te has confundido”.

Ese chaval con novia que te manda mensajes sin parar.

Otra opción es que tú te hagas la longuis, en cuyo caso de los mensajes pasará a las llamadas. SÍ, llamadas, MUY BESTIA. Tú rajando con él a la hora de comer (nunca a la de cenar, que está con #nadiecomotú) y viendo en el ipad sus nuevas instantáneas: #enlaplayaconmiamor #enelcineconmichurri #cenandoconlamásbonita.

Y bueno, lo siguiente ya sabes, o cortas el rollo o quedaréis y PA QUÉ QUEREMOS MÁS. Pero oye, que Dios nos hizo libres.

Hasta aquí el relato sobre los chicos que a sus novias les #comenlacara y a ti te quieren #comerloquetúyasabes.

¿Te ha pasado a ti también? Anda, comparte, chata…

Érase una vez…Los cuernos.

Érase una vez un reino muy lejano en el que vivía una princesa bellísima, de rizos de oro y piel de porcelana. La Princesa quería encontrar un príncipe a toda costa ya que sus padres, los reyes, le habían contado desde que era muy pequeña, que solo así sería completamente feliz. Como ella siempre obedecía, pasó media vida observando a todos los nobles que se acercaban al castillo hasta que, por fin, una mañana de primavera en la que el sol brillaba radiante, le vió. Allí estaba su príncipe soñado. Reunía todos los requisitos: era alto, apuesto, heredero de un reino cercano, diestro con la espada y además, se enamoró locamente de la princesa a primera vista. Se fijó fecha para la boda y a partir de ese momento, pasaban juntos todos los sábados por la tarde, caminando por las inmediaciones del Castillo e incluso cenaban junto a los reyes en algunas ocasiones. El resto de la semana el príncipe estaba muy ocupado conquistando reinos y protegiendo los ya conquistados.

Érase una vez, los cuernos
La bella princesa

La felicidad de la princesa era inigualable. Ya no le podía pedir más a la vida. Así pasó el tiempo y cada vez se acercaba más la fecha de la esperada boda. Los preparativos para la celebración y el banquete eran numerosos y había que ponerse manos a la obra, de manera que la Reina contrató a la mejor costurera del reino para que confeccionara el vestido perfecto para tan grandiosa ocasión.

A partir de ese momento la costurera, llamada Brunilda, visitaba cada día a la princesa para coger medidas, acordar telas e ir probando patrones. Al cabo de un mes, Brunilda y la princesa habían fraguado una bonita amistad, tras horas y horas de charla.

Una tarde en la que las dos jóvenes charlaban animadamente, la princesa quiso enseñarle la foto de su prometido a Brunilda, para que viera lo apuesto y maravilloso que era. Al ver la foto, Brunilda se tornó del color de la harina. La Princesa le preguntó que era lo que le ocurría, a lo que Brunilda le contestó ojiplática: yo conozco a este apuesto joven querida princesa, también le conocen todas las doncellas de mi taller, del vecindario y de la comarca, es más, querida Princesa, su alteza el príncipe SE ESTÁ FOLLANDO A TODO EL REINO Y PARTE DEL EXTRANJERO.

Érase una vez, los cuernos

Cómo os podéis imaginar, aquí acaba el cuento de hadas y empieza la realidad, o más bien, EL HOSTIÓN DE REALIDAD. La princesa lo flipó, sin entender como podía ser que su príncipe ideal fuera capaz de hacer eso. Además estaba ocupadísimo con sus rollos de sus reinos y sus cosas. Claro, la pobre no cayó en que los viernes noche, el príncipe no curraba y que eso da para mucho. Además,  los sábados tarde era taaaaaaaaaaaaaan puntual y taaaaaaaaaaaan amoroso. Y se iban a cenar y al cine y luego había polvete, de lo más amoroso también, claro. Y se miraban a los ojos y se dormían abrazaditos y blabla.

príncpe los viernes
Los viernes del príncipe

No tengo muy claro como acaba el cuento pero me gusta pensar que la princesa le manda a tomar por el jander, se dedica a disfrutar de la vida y deja de buscar príncipes de Bekelar o similares. Y si aparece un macho con el que se lo pasa de muerte y encima le pega unos meneos que la dejan loca, pues wonderful oye.

Érase una vez, los cuernos
La princesa, post-ruptura.

Yo no he conocido así en mis propias carnes muchos de estos príncipes, probablemente gracias a que mis padres LOS REYES, me contaron que yo era una naranja completa, que de princesa nada, que REINA DESDE MI NACIMIENTO,  que me dejara de ostias y si encontraba uno con el que fuera más feliz que sola, pues guay, y si no, super guay también. Y desde luego me enseñaron que yo diseño mi agenda semanal (que incluye mis actividades del sábado) y que no estoy a expensas de las agendas de otro. (Véase post anterior y recordemos que somos barqueras)

Pero en carnes ajenas, ojito lo que he visto.

La modalidad “cari, los sábados juntitos que los viernes descanso” es de lo más extendida y, me atrevería a decir, de lo más cachonda. Estos especímenes suelen justificar sus vaivenes sexuales diferenciando entre TRABAJO Y VACACIONES. Tócate los cojones (sorry, no he encontrado expresión más acertada).

Érase una vez, los cuernos
La princesa los sábados (ya no tiene que ver el fútbol)

Obviamente la novia es el TRABAJO (por supuesto, la novia se zampa los problemas del curro, las gripes, las bodas coñazo, los cumpleaños de los sobrinos e incluso, en casos muy exacerbados, las tardes de fútbol, para esto ya hay que ser muy hijoputa) y los sucesivos chochetes, LAS VACACIONES. Hey, y que conste que no juzgo, noooooooooooooo. Pero vamos a ver…  Si a mí me dieran a elegir entre trabajo (con las evidentes connotaciones negativas que el macho en cuestión le da al vocablo) y vacaciones (lo que mola), yo elegiría siempre las vacaciones.

¿Se me está yendo la pinza o es que estáis agilipollaos, queridos novios de sábado? Pero si fornicar a destajo es maravilloso, ¿por qué no dedicarle toda una vida a ello y no sólo los viernes? Dedícale también los sábados y si tienes unas horitas libres entre semana, pues también. Que deja un cutis estupendo, generas serotonina, adelgaza y te quita las ojeras. Yo, porque estoy ocupadísima entre la maternidad, los curros varios, el blog y la vida social, que si no, sería un no parar…

Fuera coñas, desde aquí hago un llamamiento: queridos novios de sábado, sed felices coño. Fornicad a diestro y siniestro, esparcid vuestros fluidos a lo largo y ancho del globo terráqueo. Dejad de conteneros, sed libres y, SOBRE TODO, dejad que vuestras novias lo sean y se dediquen, si lo creen justo y necesario, a fornicar también libremente o a leerse el Vogue, hacerse las uñas, irse con otras amigas libres al cine o en general, a hacer lo que les salga de la chirimoya todos los sábados, domingos y fiestas de guardar.

Érase una vez, los cuernos
La princesa y Brunilda, un martes cualquiera.

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