Él no quiere novia, tú quieres novio: crónica de un desastre anunciado.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no escucha. Cuántas me escribís contándome que lleváis meses con un chico y que él insiste en que no sois novios. Y vuestra duda, entre llanto y llanto, es si dejarlo o esperar a que cambie de idea.
Vamos a ver, amigui…
Que no lo entiendes, que te duele, que has conocido a sus amigos, a su hermana, a su tía Rita. Que no es solo sexo, que vais a cenar juntos, que te dio la mano en el cine, que te fue a buscar al aeropuerto, que pasasteis un findeen un agroturismo superideal en un pueblo de Toledo. Que cómo puede ser que, después de seis meses, él no lo llame relación y tú solo sueñas con la boda en El Escorial… Pues no lo llama relación porque para él no lo es. Punto pelota. Y ahora viene la parte que menos te gusta: está en su derecho. Y tú en el tuyo de darte media vuelta si lo que quieres es un novio.
Así de fácil.
Tendemos a encajar las relaciones en unos moldes hechos a medida de aquellos que nos enseñaron a etiquetar. Nos educaron en la creencia de que si llevas más de equis tiempo quedando con la misma persona, se convierte en tu pareja. Y os llamáis novios. Y hay un compromiso. Y el compromiso incluye la monogamia y los planes de futuro. Y luego os casáis y tenéis niños. Y de esas creencias a la hecatombe emocional hay dos pasos. O uno.

También hemos crecido pensando (sobre todo las mujeres) que, a base de esperar, de entregar nuestro amor sin mesura, de aguantar (que no puede darme más repelús el verbo), él cambiará de idea y se enamorará hasta las trancas de nosotras. Ay, qué jodido es pensar que podemos controlar las emociones del prójimo. Déjalo ir, querida.

Otra variedad de este sinsentido es esa según la cual estás convencida de que él ya está loquito por tus huesos, pero disimula porque tiene miedo, le asusta el compromiso, muy de macho todo. Y de estereotipos. Aquí también, a base de sacrificio, paciencia y felaciones soberbias conseguirás que se deje de hostias y se entregue al romance.
Pues mira: NO.
Es que estás enamorada, sois perfectos el uno para el otro, es tu media naranja. Tu persona. Y, claro, media naranja hay solo una en la vida, no hay más que observar detenidamente a tu alrededor para comprobar que es un hecho empírico. Mira, eso es tan ridículo como el pensar que tú no eres una naranja entera y que por eso necesitas alguien que te complete, igualito que Amaral y su “Sin ti no soy nada”.
Por el amor de Diosssssssssss…

Y aquí voy a lanzar una piedra contra nuestro tejado. Muchos de los que denominamos Mareadores, quizás no lo sean, quizás te hayan aclarado la situación unas cuantas veces y tú no has escuchado. Y él te sigue llamando, o no, o a veces. Y tú te vuelves loqui perdida, porque no sabes lo que quiere. Pues nada amigui, no quiere nada en particular.
Nos olvidamos de que el hombre, generalizando y con matices, tiene un proceso mental mucho más simple que el nuestro. Le apetece algo, lo hace. Quiere llamarte, te llama. Pero tu lavadora centrifuga que no es ni medio normal. Y venga por qués y para qués. Pues porque sí, y para nada en concreto. Energía desperdiciada, kilos de helado de chocolate y noches sin dormir es lo único que vas a conseguir si sigues así.
El fracaso, amigui, no consiste en una historia que no llegó al altar, sino en chamuscar neuronas preguntándote por qué la vida no es como tú quieres que sea.